VIRGINIA BONO:

“La dignidad de estos chicos está en hacer las cosas bien”

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La idea es brindar a los chicos de sectores sociales más postergados la posibilidad de participar en espacios culturales que, de otra manera, no conocerían. Foto: AMANCIO ALEM.

En Santo Tomé, la reconocida directora coordina un coro de adolescentes que viven en condiciones sociales de vulnerabilidad. Un alto nivel de exigencia, ensayos rigurosos y un ambiente de contención los habilitan para dar lo mejor de sí.

 

NATALIA PANDOLFO

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“Son chicos que necesitan ser escuchados”, dice la profe de música, Erika Rufanacht, mientras de fondo el coro AsomArte ensaya a tres voces una vidala. La armonía está casi lograda, pero la rubia delgada y enérgica parada frente al grupo se ensaña con ese casi hasta borrarlo del todo, a fuerza de repeticiones.

Es Virginia Bono, una de las directoras de coro más prestigiosas de la ciudad. De hecho, hace pocas semanas estuvo en Francia, con el Estudio Coral Meridies, cuyos miembros participaron del Polyfollia, un festival coral que se realiza bienalmente en Baja Normandía.

Ahora está en un aula de Santo Tomé, con musculosa y sandalias, haciéndole frente al calor y a un acorde que se resiste a salir. El escenario es la escuela Nº 340 República del Perú, ubicada en Obispo Gelabert 2900.

Al frente tiene a un puñado de adolescentes a los que la música los libra del pecado de la calle. “Creo que la gente tiene el derecho de cantar lo mejor posible, cualquiera sea el ámbito en el que se desarrolle. Si se trata de un cantante profesional, tiene otro nivel de exigencia; si se trata de alguien como estos chicos, que quizás no han tenido un acercamiento a la música tan íntimo hasta el momento en que entraron al coro... las exigencias son las mismas. Yo como directora siempre pienso que, ante cada grupo, hay que sacar lo mejor musicalmente”, afirma Virginia.

De fondo, el griterío: los que terminan las clases festejan con bombitas y espuma en la puerta de la escuela. Dentro de la sala el universo es otro. La directora cuenta una vez más los compases, mira fijo al grupo, como quien sanciona; levanta los brazos y saca de la galera el milagro.

PONER EL CUERPO

En realidad, no hay galera ni milagro: hay trabajo, ensayo, exigencia. El repertorio -que incluye desde temas como el tradicional argentino “Naranjitay” hasta “Canta una canción de amor”, de Alejandro Lerner; o los cantos nativos de los indios Kraó de Marcos Leite- es puesto a disposición de los adolescentes, unos 30 en total, divididos en tres o cuatro voces.

El coro empezó en marzo de 2009 y está formado por chicos de la 340, otros de la escuela Nº 614, también de Santo Tomé, más otros que no van a ninguna escuela.

Y, más allá de la impronta social del proyecto, las dosis de solidaridad, comprensión y compañerismo que demanda el canto coral también dejan su enseñanza. “En el coro se aprende a trabajar en equipo, a ser cooperativo, a cantar-con-otro. Al principio, nos costó: fue bastante duro. Yo siempre había trabajado con jóvenes que tenían alguna relación anterior con la música, un aprestamiento auditivo o vocal que en nada se comparaba con estos chicos, que en su mayoría llegaron absolutamente crudos. Entonces, fue trabajar pasito tras pasito, primero, en que ellos se soltaran, aceptaran la propia voz, el propio cuerpo. Cantar te expone mucho más que tocar un instrumento: cantar involucra tu intimidad. Si estás nervioso o tímido, la garganta se te cierra. Fueron muchos meses de trabajo hasta que empezaron a encontrarse entre ellos, a sentirse cómodos y, finalmente, a armonizar”, cuenta Virginia.

Cuando llega el momento de subir al escenario, cada uno entrega lo mejor de sí. “Ellos recuerdan cada cosa que las profes les dijeron, cantan lo mejor que pueden, y reciben el aplauso. Y eso los hace felices. Ésa es la mejor enseñanza: hacer algo musicalmente digno, artísticamente importante, que no sólo signifique para ellos, sino también para el público que los escucha. La dignidad de estos chicos está en hacer las cosas bien”, opina la directora, en un recreo del ensayo.

OJOS QUE BRILLAN

Erika Rufanacht, docente de música de la escuela, sostiene que la gratuidad fue uno de los puntos a favor para que los padres dieran el sí ante esta iniciativa, que a veces podría generar desinterés o hasta burla.Una actuación demanda quizá el gasto de un pasaje en colectivo hasta Santa Fe, y ése es un tema. Muchas veces, por eso se complica que vayan a verlos. Otras, porque la familia no sabe bien de qué se trata y no les parece que sea para tanto. Pero cuando están ahí, debajo del escenario, viendo el resultado del trabajo, las ideas cambian.

“Son situaciones difíciles. Más allá de la parte social, incluso más allá de lo económico, en la parte afectiva los chicos tienen muchas carencias. Necesitan ser escuchados: poder subir a un escenario y que los aplaudan vale muchísimo para ellos. Yo he visto cómo les brillan los ojos”, dice Erika.

A lo largo de este tiempo, el coro dio conciertos didácticos en escuelas, visitó centros de día, tuvo muchas actuaciones. El año pasado fueron a conocer el Teatro Municipal: muchos no habían tenido antes la oportunidad. “Cuando subieron a ese escenario, parecía que tocaban el cielo con las manos”, afirma.

“Esta experiencia me enseñó que no se trata de sentarse detrás de un escritorio. Ellos aprenden mucho más así, compartiendo. Hoy en día, los alumnos necesitan otro tipo de vínculo: que uno les llegue de igual a igual”, opina la profe, y se mezcla entre sus alumnos, bajo las órdenes de la directora, para seguir cantando al sol, como la cigarra.

Frente en alto

El coro se enmarca en el proyecto “Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario”, que empezó a aplicarse hace dos años en el país.

Pertenece a los ministerios de Educación de la Nación y de la Provincia. En Santa Fe cuenta, además, con un coro en Reconquista y una orquesta en Rosario.

El cuerpo profesional está formado por docentes, directores, profesores de lenguaje musical y técnica vocal, y asistentes sociales.

Virginia Bono integra, desde este año, el equipo de capacitadores del programa. “Hay un interés especial al llevar adelante esta iniciativa: que los chicos tengan un acercamiento al canto coral, pero que, además, lo hagan bien”, sostiene. Y dice que “hay muchas enseñanzas de la vida que se pueden aplicar desde el canto: que no se trata de soplar y hacer botellas, que una canción no sale sin ensayo y sin esfuerzo; que cuando uno quiere, se esfuerza, y dedica tiempo y amor, las cosas se consiguen”.

El primer ensayo de este año fue el 10 de febrero. Desde entonces, los pibes vienen reuniéndose dos veces por semana, hasta el 17 de diciembre.

Los resultados se miden no sólo en términos de entusiasmo y permanencia: muchos de ellos empezaron a estudiar música, a tocar la guitarra. Alguno hasta se largó a componer.

“Ellos saben que la vida es como las canciones: algunas cuestan más; otras, menos. Pero llega un momento en que uno tiene que poder pararse con la frente en alto y decir: “Esto es lo que hice’”.

Las voces

Como en “Los coreutas”, la música viene a iluminar un lugar oscuro: la vida de muchos de ellos está atravesada por situaciones complicadas, y el coro se convierte entonces en un espacio de luz.

Jonhatan Ferreyra tiene 18 años y trabaja en la chatarrería familiar. Es uno de los que levanta la mano cuando se les pregunta si hay días en los que les cuesta ir al ensayo. “Me resulta difícil coordinar los horarios. Cuando tengo ensayo, le pido el día a mi viejo”, explica.

Leonardo Sánchez tiene 14, es uno de los fundadores. A pesar de que nunca había estado cerca de un coro, cuando llegó la nota de la escuela sintió curiosidad y se anotó. No sólo se enganchó con el grupo: también empezó a estudiar música.

Para Facundo Romero, de 20 años, lo que a veces se complica es la cuestión del idioma. “Cantamos canciones variadas, de distintos lugares del mundo”, explica.

Caren Kolman lo observa todo con sus ojos grandes. Empezó en el coro este año, invitada por una amiga y empujada por las ganas de “hacer algo artístico”.

“El coro para mí es como una familia”, asegura. Y cuenta que en su casa la felicitan. “A veces, tratan de ir a mis recitales. Me han ido a ver mis abuelos: mi mamá y mi papá nunca pudieron”, cuenta.

El ensayo está poco concurrido. Muchos coreutas son de quinto y están afuera, a puro carnaval en pleno noviembre. Adentro, en un clima de silencio y armonías que juegan a las escondidas, la ceremonia continúa.