Mesa de café

De la embajada yanqui a Ricardo Jaime

Erdosain

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José apoya su vaso de liso en la mesa, lo mira a Marcial y dice como si estuviera emitiendo un juicio: —La embajada norteamericana sigue conspirando contra los gobiernos populares.

Marcial sonríe y dice casi como si estuviera hablando consigo mismo: —Si así conspira el imperio, bienvenido el imperio.

—¿No les llama la atención que los gorilas que estuvieron con Braden en 1945, le sigan haciendo caso a la embajada norteamericana?

—No se hagan las víctimas -dice Abel- un gran porcentaje de la información de la embajada proviene de funcionarios peronistas que no tienen ningún problema en ser un felpudo de los yanquis mientras a la gilada le dicen que están luchado contra el imperialismo.

—Las denuncias más importantes -digo- provienen de infidencias del oficialismo.

—Las denuncias más importantes y las más verdaderas -sentencia Marcial- porque lo que hay que decir es que lo que ahora se revela no es un secreto para nadie. ¿O acaso lo de Antonini, lo de Skanska, la salud de Kirchner, los altibajos depresivos de Cristina no habían sido publicados por los diarios de acá?

—Lo que hay que reprocharle a la embajada -digo- es que no trabajan como antes. En sus buenos tiempos, cuando conspiraban contra Allende, o cualquier gobierno latinoamericano, se movían en serio; ahora se sientan a tomar un whisky en el living de la embajada, prenden el televisor y allí obtienen la mayoría de la información que le envían a sus patrones.

—Como chiste te lo acepto -consiente José- pero convengamos que no tienen derecho a meterse con nuestros problemas.

—Estados Unidos -explica Marcial- no se ha metido con nuestros problemas más de lo que nos metemos nosotros con los problemas de ellos. Todos los embajadores del mundo informan sobre lo que pasa en el país donde están. Esto lo hacen los yanquis y lo hace la embajada de Haití. Lo que se supone en todos los casos es que se trata de informes discretos o secretos que no van a toman estado público.

—Yo lo explico de una manera más sencilla -dice Abel-. Yo no tengo derecho a meterme en los problemas de mi vecino, pero nadie me puede impedir que con mi mujer y mis hijos comentemos sobre sus vidas, sobre todo si el dueño de casa es medio loco, la hija llega a las cinco de la mañana con unas copas o unos porros de más, al hijo lo han metido preso un par de veces y a la mujer la hemos oído llorar porque el marido de vez en cuando le da una buena paliza. Yo no me voy a meter en esa casa, pero nadie puede impedirme tener una opinión sobre ellos y, llegado el caso, hacer una denuncia ante quien corresponda .

—Yo creo -dice Marcial- que lo que dicen los cables que han tomado estado público es verdad, pero es una verdad que todos la conocíamos de antes. En ese sentido, los caballeros no aportan nada nuevo, no dicen nada que nosotros y el gobierno no hayamos sabido.

—Insisto -replica José- que no se les puede permitir andar fisgoneando en nuestros problemas internos.

—¿Y qué les vas a hacer? -pregunta Abel-. ¿Vas a pedirle a la embajada que se retire de la Argentina? ¿Vas a prohibirle que mande informes sobre lo que piensa de nuestro gobierno? ¿Le vas mandar a D’Elía y Pérsico para que los insulten? ¿Vamos a usar la cadena nacional y denunciar las conspiraciones del imperialismo yanqui? ¿O vamos a hacer un programa especial en “6,7 y 8”?

—Me comentaron que un funcionario argentino habló con un colega norteamericano y éste intentó brindar algunas disculpas. El argentino lo interrumpió en el acto y le dijo. “Lo que nosotros decimos de ustedes es mucho mas grave y más ofensivo, así que no te hagás problemas porque para mí no ha pasado nada”.

—Esto me confirma que todavía hay gente inteligente en gobierno -reflexiona Marcial.

—Esto confirma -digo- que todas las embajadas hablan y opinan sobre el gobierno del país donde están. Este es un secreto que se sabe desde siempre, lo que ocurre es que lo que no estaba previsto es que un genio loco se iba a meter en sus sistemas informáticos y los iba a revelar.

—Y lo hizo donde corresponde -agrega Marcial- es decir en Estados Unidos. Te imaginarás que a nadie le importa demasiado saber qué dice el embajador de Ruanda o el del Congo.

—El comentario despectivo a nuestros hermanos del tercer mundo no es necesario -observa José.

—Pido disculpas -dice Marcial con su sonrisa burlona y le hace señas a Quito para que le traiga otra taza de té. Después agrega:

—De todos modos hay algo que desafía la inteligencia de todos. Me explico. Lo que dicen los yanquis es indiscreto pero es verdadero. Todo sabemos que Berlusconi se acuesta con niñas jovencitas, que Putín es el poder real en Rusia, que Karzai es un paranoico, que el jefe de Sudán es un criminal, que Chávez es un aliado de Fidel, que los sauditas quieren liquidar al régimen de Irán y que Kirchner tenía serios problemas de salud...

Marcial hace silencio y entonces José pregunta: —¿A dónde querés llegar?

—Quiero llegar a que si todo eso es cierto, ¿por qué no es cierto que la señora Cristina es una desequilibrada? ¿Por qué justo en ese punto faltan a la verdad?

—No respondo a provocaciones gorilas -contesta José.

—¿Y qué me cuentan de los e-mails del socio de Ricardo Jaime? -digo.

—Eso me interesa más -dice Abel- que los cables de la embajada y los cables pelados de la presidente. Y me interesa porque pone en evidencia que la corrupción en la Argentina está en el riñón de este gobierno.

—Lo que pone en evidencia -digo- es la complicidad de Jaime con otros funcionarios, porque a nadie se le escapa que estos negociados sólo se pueden realizar si existe una red de corrupción y luz verde desde la más alta responsabilidad política de la Argentina.

—No tomen agua -interrumpe José, mientras se toma un trago de cerveza- si los están investigando es porque el gobierno lo ha consentido. Este es el único gobierno que investiga a su propios funcionarios si hacen una macana.

—Eso es algo que ni vos te lo creés -le digo- la investigación del caso Antonini, o lo de Skanska , o lo de Jaime salieron a pesar del gobierno que hizo todo lo que hay que hacer para frenarla.

—No comparto -concluye José.