Reconocimiento del Estado Palestino

La decisión del gobierno nacional de reconocer al Estado palestino tiene un valor simbólico que dudosamente pueda trasladarse al terreno de lo real. La voluntad argentina es contribuir a la paz a través del apoyo al principio de la existencia de dos Estados, una realidad que los principales protagonistas de Medio Oriente reconocen con los matices del caso.

Se supone que el voto argentino se produjo en sintonía con el de Brasil, que fue el país que encabezó la iniciativa. Se sabe que Brasil aspira a incidir en el concierto mundial y, en el caso de Medio Oriente y el golfo Pérsico, este objetivo de tomar distancia de la diplomacia norteamericana se manifiesta con más nitidez. Habría que preguntarse si lo más inteligente que puede hacer la Argentina es ser el furgón de cola de la diplomacia de Itamaraty, pero más allá de estos enredos habría que decir que muy difícilmente el reconocimiento del Estado palestino contribuya a afianzar la paz.

Si bien el reclamo palestino es justo, al punto de que el propio gobierno de Israel lo reconoce como aspiración, hay que preguntarse si este gesto simbólico no alienta a los sectores más radicalizados del islamismo a sostener posiciones irreductibles. Si bien Palestina reúne requisitos de estatidad porque dispone de una población y un territorio, carece de un gobierno unificado que ejerza la autoridad en todo el territorio donde reclama su jurisdicción.

Como es de público conocimiento, la élite palestina está dividida entre dos agrupamientos rivales. Uno controla Cisjordania y el otro la Franja de Gaza. Esta división es consecuencia de la propias rencillas internas de los palestinos y han llegado a ser tan intensas que en cierto momento rozaron la guerra civil.

La Autoridad Palestina controla el territorio más extenso y allí se ha logrado un cierto desarrollo económico, base material de una sociedad que empieza a vislumbrar que la paz es necesaria y deseable. No puede decirse lo mismo del territorio controlado por Hamas, donde la pobreza, además de ser escandalosa, resulta funcional a la estrategia terrorista de esta facción financiada por Irán y Hezbollah.

Por el lado de Israel, las tratativas de paz suelen ser saboteadas por grupos extremistas que en nombre de determinadas inspiraciones religiosas se sienten autorizados a seguir ocupando y construyendo viviendas en territorios en litigio. En ese contexto, la posibilidad de una solución pacífica parece ser cada más difícil, por lo que el reconocimiento diplomático de una de las facciones en pugna dudosamente contribuya a hacer realidad el objetivo pacifista proclamado.

En el caso concreto de Palestina, no se debe perder de vista que la organización terrorista Hamas insiste no tanto en la construcción de un Estado propio cuanto en el objetivo de expulsar a los judíos de Medio Oriente. De lo expuesto se deduce que la realidad de Medio Oriente es muy difícil y que las especulaciones diplomáticas poco contribuyen a desenredar una trama compleja y explosiva.