Cuba y el cambio

Las declaraciones del dictador cubano Raúl Castro muy bien podrían haberlas aprobado los disidentes de Miami: “o cambiamos el sistema o la economía colapsa”. En realidad, Castro no ha dicho nada que no sea evidente, en todo caso lo que resulta interesante es que esa evidencia ahora es reconocida por los dirigentes -al menos por algunos- de la revolución.

En Cuba nadie sabe con precisión las modalidades que adquirirá el cambio, pero lo que se sabe con certeza es que el cambio será irreversible. Las recientes medidas económicas han dejado prácticamente en la calle a medio millón de personas.El ajuste salvaje intentará ser atenuado con algunas políticas asistenciales, pero está claro que la población lo habrá de padecer.

El problema de estos regímenes tan rígidos es que son resistentes a las reformas, incluso a las promovidas “desde arriba”. Como lo demostró en su momento la URSS -el modelo de dominación aplicado en Cuba-, el más leve y tímido intento de transformación provocó el derrumbe del sistema. En aquel caso, los beneficiarios de esa caída estrepitosa fueron los mismos jerarcas del comunismo soviético que se dedicaron a rapiñar empresas públicas. De allí surgió la poderosa oligarquía mafiosa que hoy gobierna con métodos políticos que abrevan en el comunismo histórico.

Es probable que Cuba experimente ese tipo de salida. Conociendo la prepotencia y la voracidad por las ganancias de los burócratas militares y civiles del comunismo cubano, no llamaría la atención que optaran por el camino de sus antiguos maestros. La otra posibilidad es una salida más ordenada, parecida a la de Vietnam, donde la burocracia se mantiene unida y la economía se liberaliza progresivamente bajo el férreo control del Estado, que es decir el control de la antigua “nomenclatura” roja. En cualquier caso, el régimen tiene sus horas contadas y su destino no será diferente al de todas las “democracias populares” del Este que se derrumbaron con más pena que gloria.

Por lo pronto, el dominio de los comunistas en la Isla sigue siendo estricto. Con más de dos millones de exiliados, el sistema se siente fuerte, sobre todo porque gobierna a un población derrotada, agobiada por las necesidades, despolitizada y cuya meta deseable es vivir modestamente de los beneficios del contrabando, el turismo, la prostitución y las remesas de dólares enviados por el comandante Chávez y, también, los detestables exiliados.

Quienes conocen los entremeses del régimen vigente, aseguran que mientras vivan los Castro, por inercia, el régimen podrá sostenerse. Su deceso provocaría el estallido que en este caso difícilmente provendría de la sociedad, sino de la propia burocracia política y militar. En Cuba el poder real cada vez más está en manos de los militares en alianza con una suerte de gerontocracia. Los conflictos del futuro se plantearán entre estos sectores que desde hace tiempo han dejado de creer en la revolución y el supuesto hombre nuevo, y cuya única preocupación es aumentar sus cuotas de poder y lucro.