Desde el siglo XVIII

Santa Fe, Rosario y Paraná unidas por una Virgen

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Imagen de vestir de Nuestra Señora del Rosario que perteneciera a la capilla de San José del Rincón y se conserva en la catedral de Paraná.

Foto:: Archivo El Litoral

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Con otros ropajes, pero la misma Virgen. Talla que fue enviada desde la iglesia Matriz de Santa Fe y le dio nombre a Rosario, en cuya Catedral se atesora.

Foto: Archivo El Litoral

Ana María Cecchini de Dallo (*)

Las ciudades de tradición católica tienen siempre una advocación mariana asociada con su historia. Si, además, son medievales, cuentan con su propio santo o milagro ocurrido en ellas.

Estas manifestaciones, expresadas mediante imágenes y templos destinados a la oración -presentes también en Oriente como mezquitas o lugares dedicados a Buda-, constituyen elementos fundamentales de toda cultura humana, ya que se asocian con la necesidad que tienen las personas de saberse protegidas por un poder superior.

En la jurisdicción colonial de la ciudad de Santa Fe, como consecuencia del proyecto de poblamiento se generó un conjunto de caseríos y villas a partir de los desplazamientos de individuos o familias que atendían estancias o ejercían tareas artesanales o comerciales. Tales movimientos eran a veces espontáneos, pero luego el Cabildo santafesino los consolidaba al procurarles una imagen para el oratorio o la capilla que habían instalado.

Dos ciudades estrechamente asociadas con Santa Fe responden a esta modalidad de origen: Rosario y Paraná. En ambos casos, los vecinos de esta ciudad, reunidos en sesión capitular, tomaron la decisión de asignarles sendas imágenes de la Virgen del Rosario, configurándola así como su patrona; y, en el primer caso, originando incluso el nombre que con los años la identificaría.

El otro elemento común fue el temporal, ya que los hechos ocurrieron en pleno siglo XVIII, aquel que presentó las mayores dificultades para la fronteriza Santa Fe de la Vera Cruz y sus poblados del norte y el oeste, como los de San José del Rincón y las estancias del Salado, puesto que el avance de los abipones obligó a los habitantes a abandonar sus viviendas en busca de sitios más seguros.

Una de las imágenes de la Virgen del Rosario a que refiere esta nota estaba entronizada en la pequeña Capilla del Salado Grande, fundada en 1695 por el franciscano Juan de Anguita. La austera edificación religiosa se erigía en la proximidad de la reducción de vilos y tocagües -del grupo calchaquí-, que el fraile había establecido en 1692 con indios que habían aceptado vivir en esa condición.

La capilla atendía espiritualmente a los aborígenes reducidos y a los vecinos asentados en las estancias del Pago del Salado Grande, uno de los cuatro que formaban parte de la jurisdicción de Santa Fe. Y que probablemente fuera el más importante en el siglo XVII, ya que se estimaba que en esa zona existían pobladas “más de ciento cincuenta estancias”, según surge de una nota del Cabildo a Bruno Mauricio de Zavala, gobernador del Río de la Plata, enviada en 1718.

Sin embargo, esa zona, muy expuesta a la beligerancia aborigen, sufriría un progresivo despoblamiento. Las gentes que las habitaban migrarían hacia el sur, al Pago de los Arroyos, lo que daría lugar a un grave retroceso en el proceso de ocupación productiva de la tierra.

Al comenzar el siglo XVIII, ante las sucesivas invasiones indígenas, la imagen de la Virgen fue mudada primero a algunos oratorios de estancias mejor resguardadas. Y finalmente fue llevada, con sus ornamentos, a la Iglesia Matriz de Santa Fe.

De allí salió más tarde, con el acuerdo del Cabildo, rumbo a la capilla instalada en el Pago de los Arroyos, donde se habían refugiado los vecinos que huían de los peligros del Pago del Salado Grande. Esta nueva Capilla de la Virgen del Rosario se constituirá en germen de la población y el origen del nombre de la actual ciudad del sur provincial.

Por su parte, en la Bajada, embrión de la ciudad de Paraná, se instalaban vecinos de San José del Rincón, atemorizados por la agresividad de los aborígenes. Por ese motivo, el 23 de octubre de 1730 el Cabildo Eclesiástico con sede en Buenos Aires, tomó la decisión de erigir la Parroquia del Pago de la otra Banda del Paraná, y ordenó que se trasladaran a ella los “ornamentos y alhajas de la capilla que se desalojó del Rincón”, bajo compromiso de que serían devueltos, lo que nunca ocurrió. Así partió la imagen de la Virgen del Rosario a la ciudad de Paraná y se convirtió en su patrona, protegiéndola desde la Catedral. Es, entonces, a partir de estas dos imágenes de la virgen del Rosario, alojadas en sendas capillas, que se desarrollaron las respectivas devociones y comenzaron a consolidarse los caseríos alzados en torno de ellas. Una tercera imagen, que atesoraba la iglesia de Santo Domingo, permanecerá en Santa Fe, y según un escrito de Ramón Lassaga -que cita al cronista Urbano de Iriondo- fue sacada en procesión en 1825 con la esperanza de que su intercesión pudiera detener la crecida extraordinaria que amenazaba a la ciudad, intento que, al cabo, no tuvo éxito.

Pero más allá de estos registros, lo cierto es que Santa Fe de la Vera Cruz quedaba plantada como último bastión urbano en la frontera norte, protegida sólo por algunos fuertes de corta vida y la escasa tropa disponible. En esa posición, a veces vulnerada por ataques indígenas, ejercería su acción de contención sobre tierras y hombres dentro de la vasta jurisdicción que le asignara Juan de Garay al momento de su fundación. Fue en cumplimiento de esa función donde adquirió una visión comprensiva y atenta de todo el espacio que estaba bajo su responsabilidad. Y, de paso, pudo escapar a la tentación narciscista de centrarse en sí misma y en sus excluyentes necesidades.

(*) Presidenta de la Junta Provincial de Estudios Históricos.