Recuerdos de un lector de la historia argentina La familia materna

Graciela Puntillo, su hermano y padres, en las últimas vacaciones con su papá.

Recuerdos de un lector de la historia argentina

Una nueva historia familiar nos acercó Graciela Puntillo. En esta oportunidad se trata de la vida de su padre Eugenio, inmigrante italiano al igual que su madre, quien le dejó muchas enseñanzas para la vida.

TEXTO. MARIANA RIVERA.

Pasó algún tiempo desde que Graciela Puntillo nos hizo una promesa: volver a ponerse en contacto con De Raíces y Abuelos para contar -en esta oportunidad- la historia de su padre, Eugenio, inmigrante italiano. Y finalmente el día llegó y cumplió con la palabra empeñada.

Con satisfacción y orgullo, vio publicada en estas páginas una reseña que refería a hechos y personajes que sobresalieron en su familia materna, oriunda de la región del Piemonte, Italia, en octubre de 2010.

Ella la había redactado prolijamente porque se había jubilado y comenzaba a “disfrutar de un tiempo extra para hacer cosas pendientes para mí y mi familia”, como reconoció. Entre ellas figuraba el armado del árbol genealógico que había prometido a sus cuatro nietos, con la ayuda de gran cantidad de fotografías y documentos que atesora y que había guardado con cariño su mamá.

La promesa fue cumplida. Graciela llamó para contarnos que ya tenía lista la otra parte de su historia familiar, ahora referida a su padre, Eugenio Puntillo, quien había nacido en un pueblo muy pintoresco, a orillas del Mar Tirreno, llamado Rende, en la provincia de Cosenza, en el sur de Italia, el 9 de septiembre de 1911.

Y así comenzó su relato: “Era hijo de Pascual Puntillo y de Costantina Urso. De sus primeros años hablaba muy poquito, pienso que fue porque sufrieron mucho durante la Primera Guerra Mundial y sólo se refería a esos tiempos cuando yo desechaba alguna comida o decía que no me gustaba tal o cual cosa. Él me enseñaba: ‘Usted princesa no sabe lo que es comer polenta dura y pan negro’. Entonces, sin decir palabra, trataba de dar buena cuenta de lo que había en el plato”.

DESDE NÁPOLES

En julio de 1927, junto a su hermano Antonio (mayor que él y que hizo las veces de tutor) se embarcó en el Piroscafo Sofía, desde el puerto de Nápoles rumbo a la Argentina. Tenía tan sólo 16 años. Gracias a familiares que ya vivían en Santa Fe comenzó a trabajar en el ferrocarril, pasando después a la usina eléctrica del puerto.

Aprendió rápidamente nuestro idioma y comenzó a cultivarse mediante la lectura y la escritura. Con sus hermanos hablaba en italiano y cuando se reunían tocaba un acordeón, que lo había acompañado en su travesía, y bailaban tarantelas.

A los 25 años ya pudo acceder a su casa propia, gracias a su trabajo, y colaboró con sus hermanos para traer de Italia a su mamá y tres hermanas que habían quedado en Rende, tras la muerte del abuelo.

según contaba una de mis tías, ellas ahorraban lo que podían allá y los hermanos hacían lo mismo acá, de modo que en abril de 1932 iniciaron el viaje que los reuniría, también desde el puerto de Nápoles. En Italia quedaron los hermanos mayores que ya tenían sus familias formadas y con los cuales tenían una relación epistolar, único medio de comunicación en esos tiempos.

LA FAMILIA

Eugenio Puntillo se casó con Nélida A. Vanetti, nacida en San Carlos Sud, provincia de Santa Fe, el 14 de marzo de 1912, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Salette, el 19 de diciembre de 1942.

“Mamá era una mujer sencilla, muy unida a sus padres y a sus hermanos. Papá completó esa familia e hizo un lazo fraterno con todos ellos”, admitió con orgullo Graciela Puntillo, su hija mayor, al tiempo que destacó de su padre “que era un lector ávido de Historia Argentina y nos inculcó ese hábito, regalándonos libros e incentivándonos a leerlos y luego comentarlos”.

Y continuó: “Recuerdo las tardes de los domingos cuando nos reuníamos con mis tíos y primos en el Palomar, luego recorríamos el centro y rematábamos en el bar El Cabildo, de Salta y la cortada Bustamante. Por la noche, parábamos en el bar El Molino, ubicado en bulevar Gálvez y San Luis. Papá iba a buscar a los nonos, Herminia y Juan Bautista, que vivían en Castellanos al 2200, y juntos compartíamos las horas finales del domingo”.

Asimismo, contó que su padre gustaba del tango y del folclore, de la radio y del teatro. “Por su trabajo, llegó a ser secretario general de la Sección Puerto Santa Fe de la Unión Ferroviaria, motivo por el cual viajaba frecuentemente a Buenos Aires, y le gustaba que lo acompañáramos. Finalizadas sus tareas del día, por las noches íbamos a las radios (como El Mundo y Belgrano, entre otras) donde las orquestas actuaban en vivo y con público”, recordó.

También mencionó que “para ver folclore visitábamos “La Querencia’ y en “El Tronío’ escuchábamos música y bailes españoles. Allí vi por primera vez a Lolita Torres, quien comenzaba su carrera como cantante. Para ir al teatro elegía las obras que podíamos disfrutar en familia. Gustaba del mar y de las montañas, motivo por el cual durante los veranos, las vacaciones eran obligatorias”.

SALIR ADELANTE

Pero un trágico incidente cambió la vida de esta familia. “Cuando mi hermano Eugenio tenía 7 años y yo 13, inesperadamente nuestras vidas cambiaron en un segundo. Papá falleció de un ataque cardíaco, a los 46 años, el 22 de noviembre de 1957. Mamá, que vivía para él, sintió que -aunque le costara mucho dolor y esfuerzo- debía seguir firme para dar continuidad a los sueños de mi padre y sacar adelante a la familia. Para ello, contó con el cariño y apoyo de sus padres y hermanos. Gracias a Dios salimos adelante”.

Graciela agregó que “mamá lo sobrevivió muchos años a mi papá y nunca dejó de añorarlo. Durante su enfermedad, recordando tiempos pasados, me dijo que no tenía miedo a partir porque lo había extrañado mucho y tenía ganas de estar con él. Falleció el 23 de mayo de 1995 a los 83 años. Desde ese momento descansan juntos, como siempre lo desearon”.

Por otra parte, contó que “mi hermano -Eugenio Oscar- nació el 20 de octubre de 1950. Formó hace 35 años una hermosa familia con María Cristina Muesati. Tuvieron dos hijos: Natalia (casada con Nicolás Balma) y Analía (quien heredó la veta sindical del abuelo). Yo, Graciela Guadalupe, nací el 2 de enero de 1944. Me casé hace 46 años con José Alberto Gutiérrez y tuvimos tres hijas: Marcela Andrea (quien falleció días antes de cumplir un año), Silvina Andrea (casada con Gustavo Gallina, quienes nos dieron dos nietos increíbles: Nicolás Ignacio, de 18 años, y Giuliana Andrea, de 14) y Marcela Verónica (casada con Federico Klipka, quienes nos dieron dos nietos maravillosos: Eugenio de 7 años y Octavio, de 4)”.

MÁXIMAS DE ORO

Para finalizar, Graciela Puntillo concluyó su historia con la siguiente reflexión: “Dios, en su infinita misericordia, nos premió a mi hermano y a mí con unas hijas cariñosas que son -sobre todo- buena gente. Además, mi papá Eugenio nos dejó dos máximas de oro: “A los hijos siempre hay que darles la bienvenida y hacerlos felices porque un niño feliz es siempre un hombre feliz y agradecido’, y “Cuando algo va a ser para vos, aunque tenga que dar la vuelta al mundo, volverá a vos. Si no es para vos dejalo pasar, Princesa, porque no te conviene’. Y como hombre de palabra, él cumplió con sus premisas: nos hizo muy felices durante el tiempo que lo tuvimos. Salió de un pueblito muy pequeño, cruzó el Océano Atlántico hasta llegar a estas tierras para ser nuestro papá”.

Y agregó: “No quiero cerrar esta historia sin recordar y agradecer a dos personas muy importantes en nuestras vidas: don Juan Puntillo, primo de papá, quien se hizo cargo de mis estudios cuando él falleció y me permitió finalizar mi carrera como Maestra en el Colegio San José de las Hermanas Adoratrices, en 1961; y a don Benito Villarreal, esposo de la hermana de mamá, el querido tío Nené, amigo y hermano de la vida de papá, quien hasta el último día de su vida lo reemplazó, sin esperar nada a cambio y con el mismo amor que le dio a sus hijos”.

“De sus primeros años, mi padre hablaba muy poquito, pienso que fue porque sufrieron mucho durante la Primera Guerra Mundial y sólo se refería a esos tiempos cuando yo desechaba alguna comida o decía que no me gustaba tal o cual cosa. Él me enseñaba: ‘Usted princesa no sabe lo que es comer polenta dura y pan negro”.

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Compañeros de trabajo de Eugenio Puntillo, en la Unión Ferroviaria.

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Silvina Gutiérrez Puntillo -hija de Graciela- con sus hijos, Nicolás y Giuliana.

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Marcela Gutiérrez Puntillo -hija de Graciela- junto a sus hijos, Eugenio y Octavio.

La familia materna

“Mi abuelo materno, el nono Juan Bautista Vanetti, nació en Cirié, provincia de Torino, región del Piemonte (Italia) el 1º de mayo de 1883”, contó Graciela Puntillo en su anterior nota publicada en De Raíces y Abuelos.

Era hijo de Pietro Vanetti y de Rosa Tempo. Tuvo cinco hijos, tres de los cuales se quedaron en Italia y tres vinieron a Argentina: Domingo, Antonio y Juan Bautista”.

Mi nona -continuaba-, Herminia Rosa Passerini, nació en San Carlos, provincia de Santa Fe, el 18 de noviembre de 1890. Sus padres fueron Francisco Passerini y Úrsula Passerini. Fue bautizada en la Iglesia de San Carlos Norte.

Se conocieron -agregó- cuando Juan Bautista llegó a San Carlos Sud para trabajar en una empresa cervecera que funciona hasta nuestros días y -según nos contaba- su intención era regresar a Europa una vez finalizada la tarea para la cual había venido. Pero conoció a Herminia y sus planes cambiaron.

En este sentido, Graciela contaba que “recordaba la nona que se enamoró de ella y se quedó para siempre en la Argentina. Se casaron en San Carlos Sud, el 27 de abril de 1911. En 1912 nació su primera hija, Nélida, después Francisco y por último Idelma. Tuve mucha relación con mis abuelos porque siempre viví con ellos. Cuando ella murió yo ya estaba casada y tenía a mis dos hijas, y cuando falleció mi abuelo me estaba por casar. Tuvimos una relación, sobre todo con mi abuelo, muy buena: salíamos a caminar y a pasear juntos, y por eso tenía muchas cosas para contar. También me acuerdo de lo que me contaba la abuela cuando quedó viuda”.