A la pileta

A la pileta

Casi todo el mundo tiene unos días de descanso pero francamente no son tantos los que se van: porque uno cambió el auto, refaccionó la casa, no quiere dejar las plantas o los animales, o por lo que sea, hay varias familias santafesinas que, buahhh, no se van nada.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

¿Y qué cosas se pueden hacer para pasarla bien, también de vacaciones, acá nomás, donde Garay quiso? Favor de probarse la malla del año pasado, optar finalmente por comprar una nueva (uno ya no entra allí) y dirigirse sin pérdida de tiempo hacia alguna pileta. Y a tirarse de cabeza.

Hay dos cosas que me conmueven. Una es la carrera de las pequeñas tortugas recién nacidas hacia el mar y la otra es la búsqueda de una pileta en Santa Fe en la que tomar sol y refrescarse. Ambas situaciones son dramáticas y se nos va la vida en el intento. Dejemos el caso de las tortugas (en las largas tandas de zapping hacia arriba o hacia abajo usted se topará con ellas y con su desesperada carrera hacia el mar) pero, si no tiene pileta en su casa, más vale que consiga una. Y rápido.

Hoy existen unas cuantas opciones. Puede ser amigo de alguien con pileta, puede ser socio de algún club que la tenga, puede estar afiliado a un gremio que posea un complejo (van a estar todos los compañeros de trabajo, pero no estamos para exigencias preciosistas), puede tener un amigo con quinta en Rincón o en Sauce dispuesto a albergarlo. Y también están las opciones, relativamente nuevas, de pagar por un día o por horas en clubes privados.

La temporada de pileta reactualiza interesada y aviesamente nuestra amistad con el doctor menganito, que nos va a extender un certificado para toda la familia, porque en muchas piletas te exigen, por una cuestión de conciencia supongo, que alguien diga en diciembre que uno no va a tener hongos hasta marzo.

Hay piletas públicas que, no obstante, no exigen nada y uno paga unos pesitos y ya está adentro. Como ahora nadie ofrece algo pelado así nomás (una pileta sola, un yogur solo, una gaseosa sola: no va más, ya fue desterrado por las nuevas técnicas de comercialización que insisten en darles cosas a los usuarios, aunque estén alejadas del producto original que uno fue a buscar), incluso por dos o tres pesos a uno le dan a elegir un menú que incluye pediculosis, conjuntivitis, etc..

Pero ya estamos en la pileta. Mientras se hacen los tiros al dueño para venir todos los días, uno estudia el ambiente y disfruta de los distintos tipos de usuarios. Desde el fachero que saca indecentemente pecho y traba los músculos en lugares en donde debieran estar también los nuestros (situados más cancheramente abajo), hasta el que explota a la perfección la técnica del panzazo (y desparrama risas y agua para todos lados), desde la chica que toma sol con indolente coquetería (con cuarenta ojos quemándola cualquiera se broncea) hasta el grupo de chicos que justo eligió esa pileta y ese sector para venir a romper (la tranquila monotonía del lugar).

Es hora de hablar de uno de los viejos mitos de las piletas. ¿Se puede o no se puede? Cuando éramos chicos nos amenazaban con severidad que la pileta en cuestión tenía incorporado un líquido rojo que delataba al instante e inapelablemente al que hacía pis adentro. Sí, es una cuestión de higiene básica, pero uno está bárbaro ahí adentro y eso de salir, encarar para el baño, volver... Mah sí, yo le doy igual.

Y por las dudas salgo nadando raudamente hacia otro lado, no vaya a ser que lo del líquido delator sea cierto. Lo mismo con las burbujas. ¡Tanto lío porque sorpresivamente y sin que nadie cerca esté zambullido, aparecen unas simpáticas burbujitas que vienen desde el fondo, o casi desde el fondo y se deshacen en la superficie! No se aguantan una joda.

Lo cierto es que en tierras calurosas como la nuestra es indispensable pasar el verano aunque sea remojándose en un piletín, en la bañera o siquiera en una buena palangana. Así es que si todavía -¡despertate, viejo: estamos a mitad de enero!- no conseguiste una pileta, estás a tiempo: hacé como las tortugas y salí rajando para el mar. Que se las arreglen acá los que se quedan. ¡Giles!