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Aquella chica descarada

Ignacio Andrés Amarillo

Cuando Avril Ramona Lavigne apareció en el panorama musical, muchos se preguntaron quién era esa chica con corbata y musculosa, pantalones cargo con tiradores caídos y la boca fruncida en forma de W invertida.

A los punks recalcitrantes les molestó sobremanera el apodo de “princesita del punk”, pero a ella nunca le importó: siempre gustó de generar explosivas canciones con el sonido del punk californiano, combinadas con baladas con alguna impronta folk. Con estos condimentos, y una sana desfachatez, la muchacha se abrió camino a partir de la salida de “Let Go”, convertida en una de las sorpresas del comienzo de la década.

Con “Under My Skin”, el “tifón de Napanee” (ese pueblito de 5.000 habitantes en Ontario: como diría alguno, “una especie de Arequito de Canadá”) dio un giro hacia una madurez creativa y una mayor oscuridad, al asociarse a la compositora canadiense Chantal Kreviazuk y al ex Evanescence Ben Moody (actual líder de We Are the Fallen).

Muchos se sorprendieron cuando con “The Best Damn Thing” pegó otro volantazo, esta vez hacia el pop: antes del boom neopop de Lady Gaga, Avril se animó a temas como “Girlfriend”, a meter bailarines en sus conciertos y a una estética llena de rosa chicle (inolvidable el piano de cola todo rosado).

Entremedio se casó y se separó, descubrió el interés por la moda y se convirtió en empresaria del ramo. También se dio el gusto de hacer covers inesperados como “Knockin’ on Heaven’s Door” de Bob Dylan y “Chop Suey” de System of a Dawn, y de dejar petrificados a unos trajeados Metallica con su versión de su tema “Fuel”, durante el concierto MTV Icon.

Ahora, con casi una década de experiencia en el primer nivel de la música internacional, pero con el mismo rostro aniñado de siempre, Avril regresa para mostrar nuevas facetas: “Goodbye Lullaby” (algo así como “la nana del adiós”) promete hablar sobre su ruptura con Deryck Whibley, y de cómo aquella chica descarada fue convirtiéndose en mujer.