Editorial

Haití y la sombra de los Duvalier

La llegada de Baby Doc -el hijo de Duvalier- a Haití fue la gran noticia de la semana anterior. Se suponía que los Duvalier no eran más que una deplorable leyenda en este atormentado país, pero el regreso del hijo de “Papa Doc” reinstala las pesadillas del régimen que ellos encarnaron durante tres décadas.

Los Duvalier gobernaron Haití desde 1957 hasta 1981. Cuando Francois Duvalier llegó al poder, ese país ya era uno de los más pobres de América. Cuando su hijo, el ridículo Baby Doc, huyó en 1986, el país era mucho más pobre e injusto. El número de muertos por la represión de esa familia superó los 30.000. También en miles se cuenta el número de exiliados y perseguidos políticos.

La dinastía de los Duvalier fue una de las más siniestras en un continente que se distinguió por sus dictaduras bananeras. Al despotismo grotesco, la corrupción, el asesinato sistemático de los opositores, le añadió la manipulación religiosa. Duvalier se presentó ante la sociedad no sólo como “Papa Doc”, sino también como un brujo capaz de revelar los inescrutables secretos del vudú, la “religión” sincrética de los haitianos.

Aliado político de Trujillo y enemigo jurado de los Kennedy, de quienes se atribuyó su muerte, fundó una monarquía de hecho y, a su muerte, lo sucedió su hijo de 19 años, quien mantuvo intactas las estructuras represivas del régimen y muy en particular a los famosos ton ton macoutes, una suerte de “camisas negras” caribeños de esta dinastía que confesaba admirar a Benito Mussolini.

Durante veinticinco años, Baby Doc vivió un dorado exilio francés. Se fugó de la nación con una fortuna que derrochó durante largos años. Ahora, su retorno confunde a los observadores, pero da la impresión que conserva algunas aspiraciones políticas.

Entre tanto, el país atraviesa por una de sus habituales crisis, ya que al terremoto de hace un año se le sumaron la peste de tifus y, recientemente, un proceso electoral impugnado por fraude. Haití es, de hecho, un país ocupado por la OEA desde hace casi un año y, para más de un analista, encarna el paradigma de lo que se considera una nación inviable.

Está claro que la llegada de Duvalier a Puerto Príncipe no resuelve los problemas; por el contrario, puede agravarlos. Hasta hoy, las imputaciones que se le han hecho por los robos y crímenes perpetrados en su momento no han prosperado. Se supone que si decidió regresar es porque sabía que gozaría de impunidad jurídica.

Ahora goza de libertad bajo fianza, pero sería deseable que respondiera por los delitos -algunos de lesa humanidad- cometidos mientras ejerció el poder. En Haití, todas las irregularidades son posibles, y la llegada de Duvalier no hace más que sumar incertidumbre y congoja a una nación postrada por las desgracias causadas por la naturaleza y sus incompetentes clases dirigentes. Los Duvalier encarnan pero no agotan el perfil dirigencial que hundió al país. Mientras tanto, su presencia en la isla empeora el pronóstico.