Editorial

Acoso en las esquinas

Son cada vez más insistentes las quejas de los vecinos -y de los automovilistas, para ser más precisos- contra la presión cotidiana ejercida en los semáforos por parte de quienes se ofrecen a limpiar los parabrisas de los vehículos. Como esta actividad en lugar de reducirse parece que se ha ampliado, las protestas crecen y en la mayoría de los casos están dirigidas contra las autoridades municipales que, hasta el momento, no han tomado ninguna decisión que resguarde a los ciudadanos.

Una esquina emblemática de esta actividad es la de Leandro Alem y Belgrano. Allí nunca son menos de seis o siete personas las que se abalanzan sobre los vehículos con el supuesto afán de prestar un servicio que la mayoría no solicita. Muchos vecinos han manifestado que resolvieron no hacer más ese recorrido para no sufrir este atropello, que en algunos casos se desboca en verdaderas extorsiones. A las quejas locales se suman las de camioneros y viajeros en general que necesariamente deben pasar por ese lugar.

De todos modos, quienes más se quejan son las mujeres, muchas de ellas insultadas y amenazadas por negarse a dar una propina o simplemente oponerse a que le limpien el parabrisas. Así las cosas, la presencia de estas personas en esa esquina -que por cierto no es la única- se vuelve intimidante, y no es justo que los automovilistas se vean obligados a someterse a diario a situaciones de violencia.

Las actividades en cuestión se suelen defender en nombre de la caridad o la solidaridad con los más pobres. La mendicidad pone a prueba -se dice- el amor al prójimo, un tema que merece un debate especial porque no es con propinas o mendrugos que se resuelve el compromiso humanitario en las sociedades modernas. Conviene recordar al respecto que lo que promociona e integra a las personas es la educación y el trabajo, responsabilidades básicas del Estado. Lo demás son sustitutos frágiles de lo que debe ser un verdadero humanismo.

Pero, aun aceptando la inevitabilidad de la mendicidad en las sociedades contemporáneas, no se debe perder de vista que la respuesta frente a la demanda es voluntaria. En rigor, quienes cumplen con el pago de los impuestos expresan con ese acto la más efectiva forma de solidaridad. Y la más onerosa, ya que esos montos superan con creces la limosna de los creyentes y las propinas al paso.

Como este tema no tiene una solución sencilla, máxime cuando se la ha dejado crecer sin freno, es importante que las autoridades municipales y provinciales analicen el problema en profundidad y busquen caminos de solución. La capacitación en oficios, previo censo de los limpiavidrios, podría ser una salida. La información, al transparentar situaciones, elimina la impunidad que concede el anonimato y permite diseñar programas de integración.

El peor camino es no hacer nada, arrojarles el problema a los automovilistas y sentarse a contemplar el tóxico resultado que produce, sobre unos, el acoso permanente y, sobre otros, el rechazo malhumorado.