Crónica política

¿Scioli o Cristina?

Rogelio Alaniz

Mi hipótesis es que Scioli puede ser el candidato ganador para las próximas elecciones. Y ganador del sillón de Rivadavia, no del de Dardo Rocha. Es una hipótesis, no un pronóstico. De acá a nueve meses pueden pasar muchas cosas. En principio, quienes se opondrían a su candidatura constituyen la llamada izquierda kirchnerista, a los que habría que sumar algunos kirchneristas que no son de izquierda pero que están haciendo muy buenos negocios con el actual orden político.

Objetivamente hablando no creo que esa izquierda nacional y popular disponga de votos para hacerle sombra a Scioli; tampoco creo que disponga de poder. Es ruidosa, tiene una gran llegada al universo mediático -justamente ellos que se llenan la boca hablando en contra de los medios- pero no representan más del diez por ciento del electorado y en el peronismo, -les guste o no- siguen siendo una rara avis.

¿Son peronistas? Si lo son. A Perón se le atribuye haber dicho que la izquierda es como el vinagre, indispensable para preparar una buena ensalada pero con la condición de que sea poco, apenas unas gotitas. Con esos aderezos, con esos votos, Cristina no puede ganar las elecciones. Para ello necesita del operativo clamor protagonizado por quienes ejercen el poder real del peronismo: los caciques sindicales, los gobernadores peronistas y los intendentes del conurbano, además de las corporaciones económicas, entre las que merecen mencionarse cierta burguesía nacional y, muy en particular, esa burguesía lumpen concebida por el kirchnerismo en estos años.

Honestamente, tengo mis serias dudas de que la señora Cristina Fernández pueda convocar a esa conjunción de fuerzas. Insisto en mi apreciación: no digo que no lo pueda hacer, digo que tengo mis dudas y, a nueve meses de las elecciones, creo que esas dudas son razonables.

El principal obstáculo para la candidatura nacional de Scioli parece ser el propio Scioli. La política es una práctica social tan singular que estas cosas suelen pasar. El estilo de hacer política de Scioli recuerda mucho al de Reutemann, no en vano los dos provienen del deporte y han sido prohijados por la cultura menemista. Como Reutemann, Scioli no confronta, sus silencios son mas importantes que sus palabras, hace del apoliticismo su principal bandera política, concibe la actividad política como un acto estrictamente administrativo. Y es tan leal con sus jefes que incluso los acompaña hasta el cementerio, hasta la puerta del cementerio, para ser más preciso. Así lo hizo con Menem; algo parecido hizo con Kirchner y ahora habrá que ver si vuelve a reiterar su vocación de agencia fúnebre o, por el contrario, en lugar de acompañar al jefe o a la jefa al cementerio, toma en sus manos el bastón de mariscal que hace rato lleva en la mochila.

Nadie, ni siquiera Scioli, me parece que está en condiciones de adelantar cuáles serán los pasos que dará. Los rumores que circulan para un lado y para el otro son parejos. Desde el punto de vista lógico, es decir, desde el punto de vista de la tradicional lógica de Scioli, lo más probable es que decida ser el candidato del peronismo cuando Cristina anuncie que se va a su casa. Scioli nunca arriesga, nunca da saltos al vacío y, mucho menos, manotea el poder. Hasta ahora su estilo “prudente”, su culto al sentido común de doña Rosa, le ha dado muy buenos resultados como para cambiar sobre la marcha.

Lo que pasa -y en política siempre pasa algo que altera lo establecido- es que ahora las posibilidades de ganar la presidencia son muy grandes como para dejarla pasar por cuatro años a la espera de que la manzana caiga en sus manos. ¿Y si cae podrida? ¿y si no cae? ¿y si cae y la agarra otro? En política, y particularmente en la política argentina, cuatro años suelen ser una barbaridad de tiempo como para dejarlos pasar en nombre de la discreción y la prudencia.

No sabemos qué hará Scioli, pero si sabemos que es el candidato que mejores condiciones tiene para ganar. Scioli convoca a todo el peronismo, incluido el federal. También convoca a De Narváez e incluso al propio Macri. Los convoca o los deja sin espacio propio, lo cual, para el caso, viene a ser más o menos lo mismo. En ese contexto, Scioli puede llegar a seducir a esa franja de independientes que suele dejarse enredar por las brisas discretas de políticos que invocan como virtud decisiva no tener nada que ver con la política.

Si se acepta que Scioli es un candidato de centro derecha, está claro que el peronismo lograría con él cumplir con su tradicional pendularidad: a la derecha con Menem, a la izquierda con Kirchner, a la derecha otra vez con Scioli. Los nombres cambian pero el peronismo se queda. O, como dijera Jorge Yoma: “Yo he sido funcionario de Menem, de Duhalde y de Kirchner porque soy peronista y los tres han sido gobiernos peronistas”. Más claro, echarle agua.

Se sabe que el peronismo se define como movimiento. Pues bien, el instrumento de ese movimiento es el péndulo. Perón lo explica muy bien en “Conducción política”, pero además de explicarlo muy bien fue lo que siempre hizo. La pendularidad del peronismo permite ganar elecciones, renovar elencos políticos y continuar dándole empleo a toda la dirigencia peronista. Si el 85 por ciento de los funcionarios kirchneristas trabajó con Menem, no hay razones para suponer que no se mantendrá el mismo porcentaje de empleos y sueldos con una gestión liderada por Scioli.

Scioli es el candidato ganador, pero no es seguro que efectivamente vaya a ser el candidato. Por el contrario, todo parece indicar que Cristina insistirá en su reelección. Es una probabilidad, que como toda probabilidad puede venirse abajo en menos que canta un gallo. De todos modos, insisto en que la candidatura de Cristina es perdedora. Y es perdedora porque ella no está en condiciones de liderar una coalición de intereses y votos lo suficientemente amplia como para ganar. En otro momento, su marido lo pudo hacer porque llegó al poder en condiciones muy particulares y supo usar los instrumentos de ese poder con demoledora eficacia. Hoy las condiciones políticas objetivas y subjetivas no son las mismas que en 2003 y, mucho menos, que en 2007.

Es verdad que el oficialismo tiene a su favor el ejercicio efectivo del poder estatal, los residuos del efecto luto y una situación económica que dispone de buenas condiciones internacionales, aunque el kirchnerismo se las ha ingeniado para alojar en su interior una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento.

Pero ha perdido poder. Ha perdido poder real y simbólico. Cristina no es Kirchner, es Fernández, y a medida que transcurren las semanas, esa diferencia es cada vez más notable. Tan notable, que los rumores acerca de que a último momento va a desistir de su candidatura son cada vez más fuertes.

Supongamos que de todos modos decida presentarse. Es un escenario posible y un escenario que hasta ahora parecen desear más los kirchneristas que la propia Cristina. Una chance importante para ganar sería la ausencia de una propuesta opositora. ¿Es posible? Todo es posible. Las sociedades no pegan saltos al vacío, por lo menos no de manera conciente. En consecuencia, si la oposición no hace una oferta medianamente interesante, por acción o por abstención la sociedad terminará avalando lo que existe, es decir al oficialismo. Lo hará tapándose la nariz, pero lo hará.

Sin embargo, no creo que ese escenario, el escenario de una oposición ausente, sea el más probable. Por el contrario, me atrevo a decir que, a pesar de todo lo que se dice respecto de la debilidad de la oposición, en estas elecciones presidenciales habrá buenas ofertas electorales. Se dirá que los candidatos opositores no son conocidos. ¿Quién lo conocía a Kirchner en el 2003? O para plantearlo de otra manera: Menem y De la Rúa son muy conocidos pero no los vota nadie. Duhalde también es conocido, pero los que lo votan son muy pocos. Ser conocido es una condición favorable en política, pero debe estar apuntalada por otras virtudes. Los candidatos no son marcas de jabón que se venden con un oportuno jingle publicitario, por más que algunos se esmeren en creerlo. Muchas veces, un candidato desconocido es el preferido por la gente, sobre todo si sospecha que ese candidato expresa un conjunto de intereses e ideales considerados valiosos por la sociedad en ese momento.

Por otra parte, hoy el sesenta por ciento de la sociedad no quiere saber nada con el kirchnerismo. Puede que ese electorado asista con impotencia a su propia derrota, pero también es muy probable que decida apoyar a un candidato ganador, no tanto por las virtudes que posea como por ser la persona puesta en ese lugar por la historia para darle fin al ciclo kirchnerista en la Argentina y a la crónica estrategia pendular del peronismo.

¿Scioli o Cristina?

Cristina y Daniel. ¿Juntos hasta el fin? Foto: DyN