Cuando la vocación y el deseo de superarse traspasan todos los límites

Juan José Della Barca es Licenciado en Matemática y además es ciego. En una extensa charla con Nosotros habló de dos de las condiciones que lo definen, pero también de su experiencia personal, de la enseñanza y la inclusión.

TEXTOS. GRACIELA DANERI. FOTO. MAURICIO GARÍN

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En docente de la UBA en diálogo con Nosotros.

 

Tal vez para definir en parte la personalidad del Lic. en Matemática Juan José Della Barca sea significativo comentar algunas de las definiciones que deslizó durante la entrevista realizada cuando estuvo dictando una conferencia en la UNL, convocado por la Facultad de Humanidades y Ciencias.

Su presencia superó todas las expectativas (más de 300 docentes asistieron) “y las mías también, porque a veces uno no se da cuenta cuán importante puede ser para la gente lo que uno hace porque, como es cotidiano, le parece que no es relevante”; o bien “me parece abominable el uso de un eufemismo ridículo como capacidades diferentes. Yo no tengo capacidades diferentes, soy discapacitado. En la medida en que los discapacitados asumamos la limitación sabremos desde dónde tendremos capacidades para desarrollarlas. Me pregunto por qué a los ciegos se les dice no videntes y a los sordos no se les dice no oyentes. Es así, son todos eufemismos”.

- ¿Le parece tan cotidiano? ¿Cuántas dificultades tuvo que salvar para licenciarse ante los obstáculos que había antes, aunque hoy se vayan superando?

- Cuando ingresé en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA hacía muy poco tiempo que había dejado de trabajar en ella un Lic. en Matemática y Física también ciego como yo. Hice el curso de ingreso en 1966 en la facultad, en ese año se produjo la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos, y los hechos fundamentales de esas bochornosas circunstancias políticas ocurrieron allí, en el aula magna de la facultad, donde yo había estado horas antes. Uno de los profesores de aquel momento era justamente el Lic. Salinas, que renunció y se fue al exterior. Creo que esto fue un factor importante para allanar el camino, pero sería un necio si no reconociera que algo de mí debe haber también. La realidad es que la gente creyó en las posibilidades de las personas ciegas al ver cómo él se desenvolvía y a partir de eso, del esfuerzo personal y de la ayuda que necesité, aquí estoy.

- ¿Salinas enseñaba exclusivamente a ciegos?

- No, como yo tampoco. En mis clases raramente hay algún ciego que no sea yo mismo. He tenido un solo alumno con esta característica en mis 40 años de trayectoria en la facultad. Nunca me preocupó conseguir ni adeptos ni discípulos a la causa de la Matemática, porque pienso que si hay pocos no es sólo por la dificultad que puedan tener para estudiar: hay pocos porque tampoco somos muchos los que estudiamos esta disciplina. Pero debo aclarar que mi trabajo en la docencia con personas ciegas fue siempre fuera de la facultad, aunque mi trabajo en ella, en gran medida, sirvió como fuente de inspiración, de capacitación, de muchas cosas que necesitaba de la vida.

Siempre me interesó la docencia. Pero también hubo otro factor; en una clase práctica vino un profesor de la materia y me dijo: “Usted tendría que enseñar a las personas ciegas”. Acto seguido le respondí que no sabía si era eso posible, porque en aquella época en la Argentina había una disposición que eximía a las personas ciegas del estudio de Matemática, Física y Química en la escuela secundaria. Era un decreto del presidente Marcelo T. de Alvear, de 1927, que rigió durante casi 60 años, y que fue derogado por el presidente Raúl Alfonsín en 1985.

UNA CUESTIÓN DE INTEGRACIÓN

- ¿Cómo hicieron todas las personas como Ud. para estudiar Matemática si no se podía?

- No era obligatorio, porque los profesores encontraban en eso la posibilidad de tener un problema menos y los estudiantes también, ya que pensaban “¡qué lindo, no tengo que estudiar Matemática!”. No se dan cuenta de que estudiar no es sólo aprobar exámenes, sino formarse para la vida, capacitarse para tener una profesión, por lo que se debe tener el campo abierto en todas las disciplinas de la actividad humana, por lo menos en la mayor cantidad posible.

Digamos que yo pude estudiar no sólo por voluntad propia sino porque cuando comencé la secundaria no sabía de esa posibilidad y las autoridades del colegio tampoco; ellos nunca se lo habían planteado, nadie les había dicho nada. Pero llegado el 3er. año se dio la casualidad de que había varias personas ciegas que en ese momento ingresaban a la escuela secundaria. Les habían sugerido ir a un colegio determinado, muy importante de Buenos Aires, que es el Nacional Sarmiento, pues algunos ciegos habían estudiado allí.

Había tres personas que terminaron sus estudios en una escuela especial. A mí, que no venía de escuela de ciegos, alguien me sugirió y fui a encontrarme con ellos. Hicieron lo que hoy sería una cosa fuera de toda lógica: ponernos a los 4 juntos en la misma división. Eso que hoy ya se trata de evitar: se pueden poner dos como máximo; pero no 4, porque se multiplican los problemas y no es bueno para la integración. Recuerdo que nos sentaron todos juntos, luego nos cambiaron de lugar, pero uno de ellos, llegado al 3er. año, tenía muchas dificultades con el estudio de la Matemática. Éste supo de la posibilidad de eximirse y el colegio nos ofreció a todos la misma oportunidad. El único que aceptó fue el que lo había sugerido, los otros tres decidimos seguir y, si no hubiese sido así, yo no estaría acá seguramente.

- ¿En la secundaria, le resultó gravoso, intelectual y psíquicamente, llevar adelante sus estudios?

- Eran otras épocas, en cierto modo había cosas que eran más fáciles.

- ¿Cómo puede ser que hoy hablemos de 50 años atrás y digamos que eran más fáciles?

- Creo que a veces esas presuntas carencias que para la época no eran tales -pues me refiero a las de tipo tecnológico- motivaban que uno tuviera libros. Por ejemplo, había un lugar privado que se llama Primer Centro de Copistas para Ciegos Santa Rosa de Lima (existe todavía), donde trabajan solamente personas voluntarias que copian libros en Braille. Uno iba en setiembre y llevaba una lista de libros que comprábamos y ellos los transcribían.

- ¿Cómo hacían?

- Si uno piensa en los códigos de transcripciones, éstos tenían fallas terribles, pero servían. Uno leía y luego podía preguntar. Antes teníamos los libros y hoy en día uno piensa por qué antes sí y ahora no.

- ¡Qué gran pregunta!

- Hay muchos factores que inciden en eso. En la economía hay una ley que dice que cuando aumenta la oferta, disminuye la demanda y recíprocamente, pero en este aspecto la ley ésa no se cumple. Creo que uno de los factores es que cuando aumenta la demanda aumenta la oferta, ya que cuando todo el mundo pide libros, hay que hacer libros.

Después hay otros factores: antes todo el mundo estudiaba con libros, ahora las cosas cambiaron, además, en aquel entonces se tomaba un libro de Matemática y éste decía: “Definición en símbolos, ejemplos’; uno tomaba un libro de Geometría y decía “teoría, hipótesis, tesis, demostración’. A partir de allí se tomaba el libro, copiaba, escribía.

Hoy se toma un libro de Matemática (una parte del trabajo que hago es transcribir libros en una editorial y no se imaginan el trabajo que es hacerlo hoy) y la labor no es copiar y nada más. Tiene el cuadro sinóptico, la flechita que va y que viene, y tiene que interpretar qué quiso proponerle el autor al lector. Cuando se intenta hacer eso uno dice: “¡Ay no!, yo pondría otra cosa”. Pero no tengo que interpretar lo que el autor quiso hacer; debo tratar de ver cómo lo transcribe, ya que no se puede transcribir de la misma manera usando recursos meramente visuales, y eso lleva muchas horas de trabajo. Atención, que hoy en día no sólo pasa eso en los libros de Matemática.

- ¿Y qué hacía entonces la gente de Santa Rosa de Lima?

- Allí trabajaban señoras que estaban en sus casas, que por la tarde iban a la institución o se llevaban una pizarrita y un punzón a su casa, y allí estaban todo el tiempo escribiendo. Había libros que fueron transcriptos por reclusos en las cárceles: se les daba el material y hacían esa labor. He leído libros transcriptos por reclusos, lo cual me parece una tarea de reinserción social muy buena.

- ¿Hoy se hace?

- Creo que han cambiado los medios. Traje elementos para mostrar cómo escribía Braille en la época en que estudiaba, tanto en la secundaria como en la universidad. Y eso que hoy día no tengo una impresora en mi casa porque son muy costosas, pero trabajo en un lugar donde las hay y por lo general las tipeo en la computadora y las imprimo en Braille.

Es cierto, no todo el mundo tiene eso y también yo escribo de otra manera, no sólo de ésa. A nadie se le ocurriría tirar a la basura el lápiz por más computadora que tenga y, sin embargo, aunque no lo crean, hay personas que le dicen a sus estudiantes que para qué van a escribir con la pizarrita, el punzón o la máquina de escribir, teniendo la computadora... Eso es una aberración total, yo no puedo de ninguna manera estar de acuerdo con algo como eso. Sin embargo, son cosas que lamentablemente ocurren.

LA REALIDAD DEL TRABAJO HOY

- ¿Ocurre en otras disciplinas también? Porque sería algo muy limitante para la reflexión, la creación...

- Tuve en la secundaria una profesora que era correctora de “La Nación”, ¡y qué bien aprendimos con ella, cuán importante era el trabajo que ella hacía, y con qué cuidado se hacía el trabajo de corrección en los diarios! Hoy, de pronto se lee y uno puede llegar a encontrar hasta faltas de ortografía, y no hablemos de la sintaxis...

- ¿Cuando hacen las transcripciones de los libros usan el código estenográfico? Porque la transcripción letra por letra ocupa más cantidad de hojas.

- Esa es otra cosa que ha cambiado: la estenografía dejó de usarse durante bastante tiempo. Ahora está volviendo a surgir, pero no se transcriben libros usando el método estenográfico aunque existe la idea de reflotarla, más que para la transcripción de textos editorialmente, para el uso personal de un estudiante o de alguien que tiene que tomar notas más rápidamente.

La realidad es que no toda la gente maneja este método. En este momento estoy en dos de las comisiones técnicas del Consejo Iberoamericano de Braille y hay una parte técnica que se dedica exclusivamente a la estenografía (con la intención de revisar el código estenográfico que existe desde 1964, pulirlo un poco y crear eventualmente otro que sea más severo en la abreviación). Pero la idea es que hay palabras abreviadas, además de las contracciones, etc., con una sucesión determinada de letras o con algún tipo de símbolo, y uno mira el diccionario de palabras abreviadas y hay algunas que se usan mucho menos que otras. Por ejemplo, en España, se está haciendo un estudio usando, inclusive, medios informáticos, para ver cuáles son las palabras más usadas en textos más o menos largos, y de esa manera encontrar una lista actualizada de palabras abreviadas.

EXPERIENCIA PERSONAL

- Siguiendo su propia experiencia, ¿cómo una persona ciega enseña Matemática a una persona que ve?

- Hay cosas que uno, en principio, no sabe cómo empezó a hacerlas. A mí me sucedió algo muy particular: cuando empecé la facultad sabía que mi ambición era ser docente, observaba cómo trabajaban los otros profesores y pensaba: “Yo puedo hacer eso que ellos hacen”. El desafío es buscar la manera adecuada, y la búsqueda pasó por varias etapas.

Cuando estaba a punto de empezar mi trabajo docente varias veces me encerré en un aula con un compañero; él se sentaba solo como si fuera un alumno (no ciego, por supuesto) y yo en el pizarrón trataba de escribir cosas y él me corregía. Lo que sucede es que yo en algún momento de mi vida había visto, no era ciego, lo soy desde los 14 años y eso me ayudaba un poco.

Pero la secundaria y la universidad las hice siendo ciego. No es que adapté las cosas que aprendí cuando veía. Ésto lo practiqué en un tiempo con mi compañero y me fue más o menos útil, pero cuando llegaba el momento de pararme delante de los alumnos y dar una clase me interrogaba: ¿qué era lo central?; si yo me paraba y escribía en el pizarrón, lo más probable era que los alumnos estuviesen pendientes de si volvía al mismo lugar, si estaba escribiendo bien, o sea, lo central de la clase, el tema específico que exponía, dejaba de ser el motivo de atención.

Me di cuenta de que eso no era conveniente, lo cual no quiere decir que yo nunca escriba en el pizarrón, pero entonces tenía necesidad de hacerlo con alguien que me ayudara y lo notable del caso es que nunca tuve ayudante. Al Lic. Salinas, que mencioné antes, cuando se radicó en Kansas (Estados Unidos) donde alcanzó el cargo de profesor plenario, la universidad le destinó una persona para que trabajara con él porque lo consideró valioso. Esto pareciera ser caro (se le paga a dos personas por la labor de una). No quiero decir que me haya pasado a mí, pero uno puede encontrarse con ese tipo de argumentación.

Hoy en día estas cosas se ven de otra manera, se trata de sacar el mejor valor a los recursos que se tienen. En Argentina, por ejemplo, construimos edificios y después vemos cómo se pueden adaptar a los discapacitados. En el mundo no se hace más eso. Por ejemplo, se piensa que las rampas son para sillas de ruedas y no es sólo para tal función, sino que puede ser para una mujer con un cochecito o alguien al que algún día le duele un pie o no puede flexionar la rodilla, etc.

En la facultad no he tenido ayudantes especiales, sino los profesores ayudantes que tienen todos los cargos. Y siempre he encontrado mucha disposición para colaborar. Tengo 66 años y me animo a decir: creo que también debe haber algo de mí en eso, porque cuando uno busca el equilibrio lógico, o sea el ser consciente de que a uno tienen que ayudarlo, pero cuando a uno lo necesitan también debe estar allí y dar lo que puede. Es distinto de aquel que dice “Ayúdenme porque no puedo y se sienta a esperar”. No me jacto de que soy maravilloso, no, pero en eso siempre he tenido buena relación con la gente. Y algún mérito me tengo que reconocer en la vida.

LA ENSEÑANZA DE LA MATEMÁTICA

- ¿Cómo ve hoy la enseñanza de la Matemática, en relación con una aseveración que hizo al comienzo de esta entrevista, respecto a que no le gusta a la mayoría?

- Es cierto, y podría decir algo que suena a demagógico. Pero en estos días hay una persona a la que conozco desde hace unos 40 años, que es Adrián Paenza. Él ha tenido un mérito muy grande con la difusión de la disciplina, porque la ha presentado como una cosa de la cual no hay que asustarse y eso es bueno, en contraposición con aquella actitud de otros profesores que la presentaban como algo aburrido y difícil. Y no es así, son ellos los que la hacen difícil y aburrida.

Pero hay que tener en cuenta que la Matemática no es un juego, es difícil. Que uno pueda presentar, a cierto nivel de la materia, como una cosa entretenida como hace Paenza, es cierto. Mas no caigamos en el juego de que la Matemática es difícil porque la hacen difícil. Hay gente que la ha presentado como más difícil de lo que es; eso es cierto. Uno puede hacerla más divertida, que resulte agradable, pero cuando se profundiza, cuando se avanza un poco en su estudio, ya no podemos pensar que todo es fácil.

Más aún, creo que pensar así es un error gravísimo, ya que en definitiva le estamos restando el verdadero valor que tiene. Tampoco hay que ponerla en un pedestal y verla allá arriba, pero sí tener en cuenta que tiene su dificultad. Así como la Matemática puede ser difícil, también lo es cualquier otra disciplina si uno la hace a conciencia.

Seamos sinceros, hay mucho que modificar y pienso que los institutos de formación docente también tienen que hacerlo. La educación se comenzó a destruir en la segunda mitad de la década del “60 y luego lo que se hizo se destruyó en varias décadas posteriores. Uno toma una maza y puede destruir un edificio en un rato, pero construirlo cuesta mucho tiempo, porque además hay que cambiar las cabezas y los recursos. Yo hice la secundaria antes de esa época y reconozco que aprendí mucho allí que aún hoy me es útil. Es cierto, las habré cultivado y madurado después, pero las aprendí allí. Y hoy en día no sé si un chico puede decir: “Recuerdo que en la secundaria aprendí esto”.

La integración bien hecha se logra a través de una escuela especial porque ésta le da los medios necesarios para interactuar con otros que tienen la misma discapacidad.

Adrián Paenza ha tenido un mérito muy grande con la difusión de la disciplina, porque la ha presentado como una cosa de la cual no hay que asustarse y eso es bueno, en contraposición con aquella actitud de otros profesores que la presentaban como algo aburrido y difícil.

¿ESCUELA ESPECIAL O COMÚN?

-¿Cómo le resulta, con su experiencia de 35 años, la integración a la escuela común de los chicos ciegos?

- Desde que tengo conocimiento, desde que empecé a estudiar en la secundaria, mi pensamiento siempre fue de inclusión en la escuela común. En realidad aquel decreto de Alvear estaba referido a los estudiantes secundarios, pero en aquella época estudiaban en el Instituto Nacional de Ciegos, que era el único en el cual se podía hacer la escuela secundaria.

Por eso, mucha gente que decía que el decreto no tenía vigencia era porque ese instituto no existía más. Lo que pasa es que el decreto no hablaba de éste sino de los estudiantes secundarios. Sin embargo, es discutible. De hecho, estudiantes secundarios en general y aquellos del Instituto Nacional de Ciegos eran sinónimos en aquella época. Cuando dejó de existir ese instituto, algunas personas que querían que se derogara el decreto de Alvear sostenían que éste estaba referido exclusivamente al instituto, y como éste ya no existía, el decreto no tenía vigencia. Era toda una discusión. Dicha norma decía, además, “hasta tanto se implementen cursos para los ciegos”.

- ¿Y cómo empezó la inclusión?

- En la escuela primaria común. Esto actualmente es así en casi todo el mundo -aunque hay países desarrollados en donde no existe o lo es de manera más restringida-, y es beneficioso, siempre que el chico tenga los medios necesarios para poder integrarse cabalmente. Cuando hablo de medios no me refiero a recursos económicos, sino al apoyo que necesita de una maestra integradora, que en general proviene de una escuela especial.

La integración bien hecha se logra a través de una escuela especial porque ésta le da los medios necesarios para interactuar con otros que tienen la misma discapacidad. Por ejemplo, el niño va a la escuela común, y dos veces por semana, en turno contrario, a la escuela especial. Allí le enseñan bien el uso del Braille, orientación y movilidad, la vida diaria, cosas específicas para un chico ciego. No obstante, debo reconocer que no todo chico es integrable.

Muchas escuelas especiales tienen alumnos que cursan sus estudios primarios en ellas, porque tienen otro tipo de déficit en lugar de la ceguera. Aquí hay que discernir cuál es la principal discapacidad: si además de su ceguera tiene un déficit mental o es fronterizo, hay que ver cuál es su discapacidad principal y allí se debe determinar a qué establecimiento especial tiene que concurrir. Hay maestros que trabajan con multidiscapacitados; depende de la escuela y de cada caso en particular.