En Familia

Rescatemos la tolerancia

Rubén Panotto (*)

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“Tolerancia, respeto, discusión, diálogo, pluralidad, paz, sosiego y confianza. Estas son parte de las muchas palabras que han desaparecido, en medio de un clima de crispación general que estamos viviendo... Es momento de reflexión”. Este párrafo identifica nuestra realidad en la Argentina, aunque ¡oh! sorpresa fue publicado en el Noticiero Digital de Venezuela, el 29 de enero de 2010, a raíz de la situación reinante en aquel país hermano. Es momento de detenernos a reflexionar, no para descubrir culpables, sino para reconocer cuál es nuestra propia cuota de responsabilidad en este conflicto generalizado que se ha instalado en gran parte de la sociedad mundial civilizada.

Si bien la intolerancia ha sido históricamente un tema preponderante en las relaciones de países y etnias, hay historiadores que circunscriben al siglo XX como una centuria plagada de momentos y episodios de violencia extrema y de terror. Como hitos más contundentes se resaltan las dos guerras mundiales, que dejaron como secuelas el odio, el rechazo y la discriminación. La caída del Muro de Berlín en 1989 aparece como una incipiente voluntad de restauración de un pueblo que había sido partido al medio, dejando cercenadas no sólo las relaciones institucionales, comerciales y sociales, sino de modo mucho más profundo y perverso, la separación de vínculos parentales entre padres e hijos y hermanos de sangre, que en la mayoría de los casos no volvieron a verse jamás.

¿Qué relación tiene esta historia con nuestra falta de tolerancia? Tiene que ver y mucho. En las últimas décadas, la famosa globalización incluyó también a las relaciones personales y familiares, metiéndonos a todos dentro de un mismo corral, para ser despojados de nuestra individualidad e identidad personal, pasando a conformar masas humanas, sin respeto por el propio pensamiento que distingue a las personas como tales.

El estado de crispación e intolerancia del que tanto se habla no es otra cosa que la respuesta y reacción del ser despojado y saqueado, al que ninguna institución puede devolverle su dignidad, ya que se trata de principios, valores y derechos personales que se establecen en cada uno desde su misma gestación, que crecen y desarrollan en la familia que los contiene y educa.

Se empieza por uno mismo

La tolerancia se aprende. En la angustiada y agotada sociedad que conformamos, se ha establecido como axioma absoluto que las personas intolerantes y violentas ya nacen con esa debilidad, como una genética heredada, y que nada podemos hacer para cambiarla. Es el pensamiento basado en el menor esfuerzo, determinista y fatalista, que nos despoja de toda responsabilidad para producir el cambio que imperiosamente necesitamos.

Hoy más que nunca se promociona la importancia de los equipos de trabajo, donde todos aportan, todos son útiles, donde todos ganan cuando se unen bajo una misma visión. La gran dificultad estriba en que por una parte se propone el reconocer la capacidad del otro y así generar avances junto a los demás, y por otro lado, la nueva cultura que exalta la potencialidad individual, el “vos podés”, que exacerba el exitismo y la intolerante agresividad.

Creo que los adultos hemos abandonado nuestra función de ser referentes y modelos en las cosas simples y cotidianas, para transformarnos en críticos observadores de una realidad que se nos fue de las manos. ¿Cuánto hace que no cruza una reflexión con sus hijos? ¿Cuánto hace que los cónyuges no tienen una salida tan sólo para preguntarse cómo están, o en qué pueden mejorar su relación? ¿Cuántas veces miente delante de sus hijos, aunque se trate del “decile que no estoy” para zafar? ¿Se habla en su familia del respeto a los valores de la vida? ¿Se promueve la tolerancia que genera empatía, respeto e interés por el otro? ¿Se piden disculpas cuando se equivocan rescatando el aprendizaje desde el error? Nuestro aprendizaje social empieza en la familia, con los padres, con los adultos. De allí salimos al mundo para relacionarnos con otros diferentes, con otros para soportar y sobrellevar, en la escuela, en la universidad o en la oficina.

Hoy, por ejemplo, se habla del mobbing laboral, que no es otra cosa que poner trabas y dificultades en el desempeño entre jefes y empleados, empleados hacia los jefes, o compañeros entre sí, por un estado de reclamo permanente por el derecho propio, que deriva rápidamente en la intolerancia y la agresividad. En la actualidad, las consultoras de personal intentan aplicar técnicas y procedimientos para mejorar el clima entre los empleados, topándose con la realidad de que la mayoría concurre a su lugar de trabajo con situaciones personales y familiares que provocan estados de crispación y rechazo.

El apóstol Pedro, en su primera carta a los cristianos de Asia, les recomendaba que “como empleados se sujeten a sus superiores con respeto, no sólo a los buenos y comprensivos, sino también a los insoportables”, y en otra de las cartas Pablo exhorta a los dueños y superiores a hacer lo mismo con sus trabajadores, “dejando las amenazas, sabiendo que el Señor que está en los cielos no hace favoritismos”.

Todo ser humano de alguna manera ha pasado o está pasando por una situación familiar determinada. No obstante, sea cual fuere su estilo, los adultos debemos apresurarnos a enseñar y practicar la tolerancia, como única salida para tener una sociedad más tranquila y pacífica, en el rescate de una vida que tenga sentido.

(*) Orientador Familiar

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La tolerancia se aprende. En la angustiada y agotada sociedad que conformamos, se ha establecido como axioma absoluto que las personas intolerantes y violentas ya nacen con esa debilidad.

Foto: Archivo El Litoral