Gustavo Rossi llegó al sitial más alto que se puede aspirar en el referato...

Aquél pibe de Don Bosco, este árbitro internacional

Aquél pibe de Don Bosco, este árbitro internacional
Gustavo Rossi tendrá a partir de este año la posibilidad de dirigir partidos internacionales. Y es de Santa Fe, nacido en nuestra Liga. Foto: Pablo Aguirre

Pasaron poco más de 15 años de su debut en infantiles de la Liga. Esta es la historia de un muchacho de barrio que jugaba al fútbol en la canchita del colegio y era bueno en el ajedrez.

 

Enrique Cruz (h)

No es un ambiente fácil el del referato. Sometidos a constantes presiones, el recorrido para llegar a lo más alto suele estar plagado de obstáculos, máxime si se trata de un árbitro de fútbol del interior del país. Esta historia de Gustavo Rossi, flamante árbitro asistente internacional e integrante de una elite reservada sólo para los privilegiados, es la de tantos pibes de barrio que crecen con un sueño y nada ni nadie los detiene. Y eso que, para Rossi, la carrera arbitral tuvo un tropezón muy duro que pudo significarle una caída definitiva. Sin embargo, un cambio de rumbo inteligente, a tiempo, y la claridad de objetivos le permitió alcanzar este logro que es sólo para algunos pocos elegidos.

Cuenta Gustavo que el día que nació, vino con dos panes debajo del brazo. “Ese mismo día, mi papá Juan Carlos compró una casa y un auto. No sé qué habrá hecho con mi mamá Susana, si la dejó sola en el sanatorio o qué, lo cierto es que con mi nacimiento nos fuimos a vivir a la casa donde viví toda mi vida, hasta que me casé, que es en Estanislao Zeballos y Facundo Zuviría, en pleno barrio Don Bosco. Mi infancia transcurrió en el barrio y en el colegio. Soy ex alumno y ahora trabajo allí. En esa cancha de tierra del colegio, que tuvo algunos momentos con algo de césped, fue donde jugábamos al fútbol con mis amigos de la infancia”.

Se nota que pasó de un extremo al otro en su etapa de alumno en el Colegio Don Bosco. Fue abanderado en la primaria y se definió como “revoltoso y generador de ideas que otros ejecutaban” en la secundaria. “Había un cura paraguayo en la primaria que recuerdo con mucho cariño porque nos llevaba a jugar a distintos lugares del país y a Asunción en esas viejas combi que habían entrado al país allá por 1980. También tengo un especial recuerdo de las maestras, de Clide, de Raquel, de Beatriz y de Olga, con quienes comparto hoy las actividades laborales en el Colegio”.

Luego llegó la etapa del secundario y las salida. Escaparse en bicicleta de carrera por la playa hasta el Monte Zapatero a la siesta, los campamentos del colegio, haber viajado a participar de Feliz Domingo, los cumpleaños de 15 o ir a cenar pastas diente libre a Porky antes de entrar a bailar a Plástico o Island Vip y de allí, en continuado, ir a las 8 de la mañana de los sábados a participar del torneo intercolegial de ajedrez, otra de sus “debilidades”, “en el que por el hecho de ir sin dormir, tan mal no me fue: salí subcampeón, además de haber estudiado inglés en el Instituto San Roque, algo que me servirá mucho para esta parte de mi carrera”.

Gustavo tiene tres hermanos: Marcela, Julieta y Maximiliano. Hoy, casado con Vanina, disfruta de Mateo y la pequeña Ema, nacida el año pasado y que también llegó con una sorpresa: la de su designación como árbitro internacional.

Arbitro desde siempre

—¿Cómo y cuándo se dio la decisión de dirigir?

—Había empezado a estudiar abogacía, pero no lo sentía. Tenía 19 años y vi que el referato era una posibilidad de tener plata en el bolsillo para salir los fines de semana.

—¿En quién te respaldaste a la hora de buscar un consejo?

—La máxima en el arbitraje es escuchar mucho y hablar poco. Lo que siempre hice fue escuchar a mis mayores y sacar ejemplos de lo que se podía hacer y de lo que no se debía hacer.

—¿Y tu debut en la Liga?

—En 1995, en un clásico de infantiles entre Floresta y Loyola en Santo Tomé. Tenía que dirigir tres partidos y en el primero, iban 5 ó 6 minutos cuando el padre de uno de los chicos rompió el portón de una patada y entró a la cancha a pegarme. Me corrió y no pudo conseguir su objetivo, pero en ese momento quise irme a mi casa y no volver nunca más a dirigir. En ese momento, el presidente de Loyola era Rubén Ibarrola, que me tranquilizó y me hizo reflexionar. Ese fue mi debut, así que no me puedo olvidar de aquél día. Luego pasé por otras situaciones difíciles que me dieron experiencia y me fortalecieron.

—¿Te pusiste a pensar en lo que puede sufrir la familia cada vez que entrás a una cancha a dirigir?

—Sí, claro, por supuesto. Yo aprendí a clasificar las críticas, a tomar algunas y dejar otras. Pero la familia no, y recuerdo que en mis tiempos en la Liga escuchaban a las radios que transmitían los partidos y se ponían muy mal. Ahora, que tengo dos hijos, se suma el hecho de que se extraña mucho. Fijáte que Ema, mi hija, nació en septiembre y tuvimos que programar la cesárea para un martes, sabiendo que era un día que no iba a dirigir, pero a los dos días de nacida tuve que viajar. En esta actividad no hay cumpleaños ni día de la madre ni nada. Y con eso hay que convivir.

Una decisión inteligente

—¿Cómo se dio tu proceso como árbitro, Gustavo?

—Fui cumpliendo etapas como árbitro de la Liga y llegó el momento de hacer el curso como árbitro nacional. Empecé a dirigir Argentino B y Argentino A, luego firmé como árbitro asistente de Primera B Nacional y empecé el profesionalismo. Vuelvo a dirigir el Argentino como árbitro y en el partido que era el trampolín para dirigir en la B Nacional, las cosas me fueron mal. Ese día jugaron Ramón Santamarina de Tandil contra Guillermo Brown de Puerto Madryn. Y fue televisado. Así que tuve que redireccionar mi carrera, decidí continuarla como asistente y lo hice porque soy de los que cree que las cosas, cuando suceden, es por algo. Y bueno, “con el diario del lunes” está a la vista de que no me equivoqué, porque llegué a dirigir en Primera División y ahora, además, soy internacional.

—¿Cuándo te diste cuenta de que volvías a estar en el tapete?

—Cuando me convocaron en 2007 a hacer la pretemporada en el predio de la AFA en Ezeiza. Ahí dije: “acá está el resultado de tanto sacrificio”. Me fue bien en esa pretemporada y ahí empecé a salir con mayor continuidad en la B Nacional.

—¿Qué rol tiene el factor suerte en un árbitro?

—Fijáte que en la B Nacional se da, porque tuve la fortuna de andar muy bien en algunos partidos que fueron televisados. Y esos partidos fueron vistos por los profesores y me permitió ir ganando puntos.

—¿Y qué cambió entre aquél árbitro de la Liga o el que salía de vez en cuando como asistente en la B, a éste último que salió casi todo los fines de semana en Primera en el último torneo?

—La tranquilidad, la experiencia y la continuidad. Es fundamental estar tranquilo, porque es la única forma de achicar el margen de error. Y en este torneo me pasó lo que le pasa a un jugador de fútbol, al que la continuidad lo favorece.

—¿Y ahora?, ¿Copa Libertadores, Sudamericana, acaso un Mundial?

—Mirá, el Mundial es un sueño, no puede ser un objetivo. El Mundial se juega cada cuatro años y van un árbitro y dos asistentes. Eso no quiere decir que el resto no sirva o no tenga condiciones. Por eso, no pienso en dirigir un Mundial como objetivo sino que sueño como lo hacen todos los que llegan a internacional. Y sé que todo depende de mi esfuerzo y de mi trabajo. Yo soy un agradecido de lo que tengo y no ando protestando por lo que me falta, porque cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que esto es un embudo en el que cada vez son menos los que van quedando. Y yo estoy en el vértice de ese embudo. No me puedo quejar.

—¿Te ves como un espejo para los que vienen detrás?

— Trato de ser buena persona primero y buen profesional después. En Santa Fe hay un grupo importante que se está dando cuenta de que el arbitraje requiere de capacitación y sacrificio, que el sábado se tienen que ir a dormir a las 11 de la noche cuando sus amigos se preparan para salir. En el caso de Ariel Bustos y en el mío, estamos marcando un camino. Pero no por eso me olvido de quienes estuvieron a mi lado en todo este tiempo. Sé que la humildad es algo que nunca se debe abandonar.


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La foto grupal que se sacaron todos los árbitros de AFA en Mar del Plata, durante la pretemporada que hicieron en enero. Foto: Gentileza Gustavo Rossi