al margen de la crónica

Qué va a ser de ti lejos de casa...

Silvana Lucca

Si usted aloja en su casa a un hijo de más de treinta años, no se preocupe; no es una rareza, pertenece al universo de padres de adolescentes demorados. Y es que lo de “los chicos crecen” se ha vuelto una frase relativa que hoy hace referencia más a la estatura que alcanzan los ex niños, que al paso a una etapa más madura de la vida. Por un fenómeno que no respeta fronteras en América y que crece en Europa, los jóvenes ya no se van de la casa paterna alrededor de los veinte; lo hacen al borde de los cuarenta. Antes, independizarse de los padres, olvidarse de dar largas explicaciones, manejar horarios, vivir con libertad su sexualidad eran pequeños trofeos que los adolescentes peleaban para alcanzar.

El hecho de demostrar que se había dejado la niñez era una meta que justificaba cualquier sacrificio, incluso el de trabajar y estudiar al mismo tiempo con tal de irse de la casa. Eso no es ya un hecho frecuente y muchos factores convergen para crear la nueva realidad.

Algunos no pueden, aunque quieran independizarse, porque la falta de oportunidades les hace difícil la inserción en el mercado laboral, aun cuando estén capacitados o sean profesionales. Pero otra buena mayoría permanece en el seno familiar por elección.

Los italianos llaman mammoni o mamieri a estos adolescentes prolongados y además de haberlos identificado cuantificaron que, alrededor del 70% de personas de entre 30 y 40 años, sigue viviendo con sus padres. En Argentina todavía no hay registros pero la tendencia existe. Con naturalidad y mansedumbre los padres avalan que el hogar siga conteniendo sin apuros a sus hijos que tienen la edad suficiente para empezar a escribir sus propias historias.

A estos jóvenes los seduce la comodidad de vivir en un “hotel cinco estrellas”, con servicio “all inclusive”; les cuesta prescindir de Internet, TV por cable, aire acondicionado, un auto siempre disponible -y con el tanque lleno- y de la comida caliente procurada por la mamá.

Al mismo tiempo, los hogares resignaron sus reglas estrictas y hoy es común, por ejemplo, que los hijos duerman con sus parejas en el cuarto contiguo al de sus padres. Aunque a veces los padres no son víctimas inocentes y encuentran múltiples justificativos para estos nuevos hábitos, cuando en realidad temen enfrentar el síndrome del “nido vacío”.

Con una expectativa de vida mayor, los padres ya no son los “viejitos” de otra época, ahora no resignan la oportunidad de retomar o inventar proyectos propios cuando los hijos los eximen de las obligaciones paternas.

Pero así dadas las cosas, los padres prolongan sus rutinas de juventud y los hijos aletargan su madurez. Según los sicoanalistas, lo lamentable es que si ambos procesos se interrumpen o se detienen, padres e hijos pierden la oportunidad de abordar experiencias nuevas, con sus placeres y disgustos cosa que, después de todo, es ni más ni menos que vivir.