Egipto, el petróleo y el trigo

Sergio Serrichio

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Los acontecimientos en el Norte de Africa, donde tras más de un cuarto de siglo en el poder cayó en Túnez el gobierno de Zine el Abidine Ben Alí y donde tras tres décadas se tambalea en Egipto el del todavía presidente Hosni Mubarak, recuerdan la esencial imprevisibilidad de los puntos de quiebre de la dinámica política y económica internacional.

La principal inquietud de Estados Unidos y de los analistas geopolíticos occidentales es qué curso adoptará el cambio en Egipto, que fue hasta ahora, superado sólo por Arabia Saudita, un aliado clave de Washington en el mundo árabe para mantener el actual esquema de seguridad de Israel y un fluido abastecimiento energético desde el Golfo Pérsico, sede de dos tercios de las reservas mundiales de petróleo.

Por de pronto, esa incertidumbre generó movidas especulativas que llevaron el precio mundial del crudo a cerca de cien dólares el barril, cota que de superarse podría hacer descarrillar el frágil crecimiento de una economía mundial todavía en trance de recuperación de la crisis de 2008/2009.

Pero más allá de las particularidades regionales y geopolíticas, es indudable que el alza mundial de los precios de los alimentos fue uno de los impulsores de lo que algunos se apresuraron a llamar “la revolución árabe”.

La carrera alcista de las materias primas alimenticias, que a principios de este año superaron los picos que habían alcanzado en 2008, puede generar trastornos en varias regiones. De hecho, hace poco más de dos años generó protestas en varias naciones africanas, asiáticas e incluso latinoamericanas, como el caso de Haití, y un respingo inflacionario en China, que amenaza repetirse en 2011.

En el último año los precios en el mercado mundial de aceites y grasas subieron 55 por ciento, los de los cereales 39 por ciento, los del maíz 30 por ciento y los del trigo y el azúcar más del 20 por ciento.

Particularmente sensible es el caso del trigo (Egipto, valga recordarlo, es uno de los principales compradores mundiales del cereal y el precio del pan causó revueltas en los gobiernos de Nasser, Sadat y el propio Mubarak). El clima, en particular una oleada de calor que castigó Rusia, Ucrania y Kazakstán, está detrás de la cortedad de abastecimiento triguero. Además, un informe del departamento de Agricultura de Estados Unidos recuerda la alta inelasticidad de la demanda mundial a las variaciones del precio. “Se requiere un aumento del 25 % para que la demanda baje 1 %”, traduce Paul Krugman, premio Nobel de Economía. Ergo, los stocks mundiales de trigo seguirán bajando. Según un análisis del banco Societé Generale, la estrechez del mercado se prolongará, por lo menos, hasta el ciclo 2012/2013. En un mundo que hacia fines de este año podría llegar a los 7.000 millones de habitantes (cota superior de algunas proyecciones de Naciones Unidas, aunque lo más probable es que ese nivel se alcance entre 2012 y 2013), todo sugiere que la producción y el precio de los alimentos seguirán siendo un termómetro global. Lo que nos trae a la política local y sus resultados.

Piden pan y no les dan

En marzo de 2008, cuando la resolución 125 de “retenciones móviles” a los principales cultivos gatilló el fatídico “conflicto del campo”, el gobierno argumentó que se trataba de una medida “redistributiva” y de defensa de “la mesa de los argentinos”.

La 125 fue derrumbada en el Congreso, pero el gobierno mantuvo el núcleo de su política hacia el agro, en el que las retenciones son una herramienta recaudatoria y las intervenciones y regulaciones de los mercados (en especial, en carne y trigo) un mecanismo más revelador de la arbitrariedad e ineficacia oficial.

Los constantes cierres oficiales de exportación y el desaliento a la ganadería llevaron a una liquidación de vientres que redujo el stock vacuno en cerca de diez millones de cabezas y llevó, el año pasado, a un alza abrupta del precio de la carne que, a su vez, empujó la inflación anual por sobre el 25 por ciento y la de alimentos a cerca del 40 por ciento. Llevará años recuperar el rodeo. Mientras, los frigoríficos todavía el renglón “manufacturero” que emplea más gente, según las cifras del Indec- trabajan a una fracción de su capacidad, en una de las mayores crisis de las últimas décadas.

El caso del trigo, epicentro del más reciente lockout agrario, es peor aún. Pese a una tardía y homeopática rebaja del nivel de retenciones, la retahíla de intervenciones iniciada a fin de 2006 (cierres intermitentes a la exportación, encajes, acortamiento de plazos de operación, pedidos insólitos de información y aparente connivencia oficial con molinos y exportadores para deprimir el precio pagado a los productores) llevó a las dos campañas trigueras (2008/09 y 2009/10) de menor producción en un siglo. La cosecha de trigo repuntará en 2010/11, pero estará bien por debajo del récord de 2004/2005, antes de que el gobierno se ocupara de “la mesa de los argentinos”.

Esa política llevó a que en las dos últimos campañas la soja explique el 60 por ciento de la cosecha agrícola, porque si bien paga más retenciones, está menos expuesta a la arbitrariedad oficial. En 1982/83, antesala del retorno de la democracia, la soja explicaba un décimo de la cosecha total, menos de la mitad de la de trigo y menos de un quinto de la de los cereales (trigo y maíz). En la campaña 1999/2000, el “yuyo” representaba aún menos de un tercio de la cosecha total y menos de dos tercios de la de cereales. Recién en 2001/02 alcanzó el volumen sojero al del trigo y maíz sumados.

La tendencia hacia la sojización venía de antes, pero se aceleró en los últimos años. En la campaña 2009/10, última para la que existen datos oficiales, el volumen de la cosecha de soja fue siete veces superior a la del trigo y casi el doble de la de los cereales. Así “desojizó” el kirchnerismo. Así está de balanceada la producción agraria argentina frente a un mundo que reclama alimentos.

Más allá de las particularidades regionales y geopolíticas, el alza mundial de los precios de los alimentos fue uno de los impulsores de lo que algunos se apresuraron a llamar “la revolución árabe”.

Los constantes cierres oficiales de exportación y el desaliento a la ganadería llevaron a una liquidación de vientres que redujo el stock vacuno en cerca de diez millones de cabezas.