Ocurrió en diciembre de 1955
El remate de Eulalio Gómez metió a Guastella con pelota y todo
Una de las formaciones de Colón del primer lustro de la década del ‘50. Aparecen Pardini, Chividini, Eulalio Gómez, Tenutta, Román Quevedo, Gaetán, Ferreyra, Martorelli, Mela, Leanza y Marángelo. Foto: Archivo El Litoral
En su estadio, Colón batió a Banfield 4 a 3, pero el partido es recordado por el insólito tanto del defensor rojinegro.
Tomás Rodríguez
Especial para El Litoral
En uno de los partidos más recordados de la década del ‘50 del siglo pasado y que entró en la historia del fútbol argentino, por la penúltima fecha del torneo de primera B, hace más de 55 años, en un vibrante y emotivo juego, Colón derrotó, en su estadio del barrio Centenario, a Banfield 4 a 3.
El acontecimiento ocurrió el 27 de diciembre de 1955 y tomó enorme magnitud por el suceso insólito, dejando atónitos a los aficionados presentes y alcanzando repercusión nacional. Fue comentado en casi todos los medios escritos, radiales y televisivos.
Juan José Guastella, de 16 años, arquero del Taladro, quiso contener un tiro libre embolsando la pelota contra su cuerpo, al estilo de su ídolo, Manuel Graneros, pero el disparo del fornido Eulalio Gómez, defensor de Colón, resultó tan violento que lanzó al arquero hasta el fondo del arco, convirtiendo el tanto del segundo empate y desvaneciendo al portero visitante.
Guastella era el arquero de quinta división, tenía siete guardianes delante de él, pero, debido a sus promisorias actuaciones, se había ganado la confianza del técnico Luis Ravaschino, quien le dio la titularidad, reemplazando a su admirado golero, el tucumano Manuel Graneros (detenía el balón con ambas manos y la aprisionaba contra su pecho, sin dar rebote), que no pudo actuar frente a los sabaleros por una lesión.
Madrugó Banfield (resultó la delantera más positiva con 84 anotaciones), con un tanto de Montes de Oca apenas iniciado el juego; Mercado igualó para el local. A los 29 minutos, Manuel “Manco” Rodríguez intentó rechazar el esférico batiendo a su propia valla y, al caer al piso, sufrió la fractura de la clavícula izquierda. Colón, tocado en su sentimiento, buscaba empatar. El partido estaba muy equilibrado y duro en la primera etapa, con acciones recias; ganaba el Taladro dos a uno cuando, a los 35 minutos, hubo una falta de Sklater sobre Olivera a escasos centímetros del área grande.
El elenco rojinegro tenía en sus filas a Eulalio Gómez, un rubio zaguero central del barrio de Sunchales, con típicas características del principal torneo de ascenso de la época: alto, fornido, expeditivo, muy respetado por su gran físico y pura potencia.
Su envío cruzó la barrera de cuatro defensores y fue “embolsado” por el pibito Guastella, emulando a su máximo ídolo: el “Negro” Graneros. Pero la potencia del disparo fue tal que hizo que el juvenil portero fuera introducido dentro del arco con pelota y todo, y cayera desvanecido sobre la red, por lo que debió ser atendido por los auxiliares de ambos equipos, hasta que pudo recuperarse.
Eulalio y el “Loco”
El cotejo mencionado también se caracterizó por una frontal lucha entre Eulalio Gómez y el “Loco” Marángelo, debido a que el hijo del otrora excelente defensor de Colón y Gimnasia y Esgrima, un sabalero de corazón, quien nació a media cuadra de la recordada cancha de bulevar Zavalla, San Juan, Moreno y Corrientes, le reprobaba la conducta, falta de aptitud y de espíritu deportivo al ex delantero de Lanús, muy cuestionado por los hinchas de Colón, la prensa especializada y algunos dirigentes afistas.
Se decía entonces que el arquero Jacinto Gabriel Díaz, Orlando Robustelli, Román Quevedo, Hipólito Cardozo, Oscar Riccardi, José Bozalla y Marángelo, dejados en libertad de acción, no habrían puesto toda su voluntad en los últimos partidos del año anterior, cuando Colón, cómodo puntero, y Atlanta, su inmediato escolta, perdieron insólitamente cinco de los siete encuentros finales, posibilitando que el quinto, Estudiantes de Eva Perón (La Plata) fuese el cuestionado campeón.
Al cotejo lo ganó Colón, pero los desencuentros entre Gómez y Marángelo se repitieron hasta el final del partido, interviniendo colaboradores, dirigentes y la policía para evitar otros inconvenientes. Así era el fútbol de antes, se jugaba con el corazón, con la nobleza del alma y defendiendo los principios básicos de este juego.