Una explosión de júbilo

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Grandes sonrisas y palomas al aire en El Cairo Foto: Agencia EFE

Enrique Rubio

Egipto vivió su noche más jubilosa consciente de que el pueblo ha dado un vuelco a la Historia con sus manos.

En la plaza Tahrir, corazón de la revuelta que ha acabado con 30 años de presidencia de Hosni Mubarak, los muy elocuentes egipcios sufrían para encontrar las palabras.

Poco importaba. Lo importante para todos era vivir el momento, paladear la victoria, llorar, cantar, reír. Y en muchas ocasiones, todo a la vez.

Como Roqayah Tbeileh, la farmacéutica apoyada en una muleta por la herida que le causó en una pierna un disparo de la policía el 28 de enero. Como Sameh el Ansari, el profesor universitario que, harto, decidió acampar en la plaza con su hermano pequeño. Como Heba Sefry. Como Hakim el Tani. Como Mustafa Regui.

“¡Somos, somos, somos el pueblo! ¡Somos, somos, somos Egipto!”, cantaba un corro, mientras unos metros más allá la multitud entonaba el himno nacional.

Cantaba el pueblo y cantaba Egipto, en todas las ciudades del país, siempre con una bandera en la mano (los vendedores ambulantes agotaron existencias a la entrada de Tahrir) y con una sonrisa en la cara.

De vez en cuando explotaba en el cielo algún precario fuego artificial, que era celebrado por los presentes entre invectivas contra Mubarak.

Sin embargo, el defenestrado presidente “no es más que un símbolo”, como decía a EFE el profesor El Ansari: “El objetivo no era Mubarak, el objetivo es la democracia”.

Para un pueblo tan habituado a las decepciones y las derrotas, pero al mismo tiempo tan consciente de su milenaria historia, la noticia de la caída de Mubarak devolvió el orgullo a sus ciudadanos y llenó los espíritus de patriotismo.