Editorial

Doscientos años de avances y retrocesos

La historia deja sus propias enseñanzas. Para el presente y para el futuro. Un principio fundamental de nuestro desarrollo como Nación fue el de contar con dirigentes con capacidad de pensar en términos históricos, es decir, de proponerse mirar más lejos o, como se suele decir popularmente, pensar en grande. Sin esa condición no hubieran sido posible la Revolución de mayo ni la Declaración de la Independencia. Si una personalidad como Sarmiento descolló en la historia fue también por ese esfuerzo, por esa pasión de futuro que lo dominaba. Lo mismo puede decirse de San Martín y Belgrano. O de Moreno y Rivadavia.

Los jóvenes de la Asociación de Mayo constituyeron la generación más brillante del siglo XIX no sólo porque combatieron a Rosas sino también porque se esforzaron en pensar en un orden político posterior a la caída del dictador. También fue trascendente la labor de Urquiza y de los hombres que contra viento y marea se propusieron pacificar el país y dictar una Constitución nacional que definiese el programa de realizaciones de la Nación en ciernes. Las tres grandes presidencia de la organización nacional, Mitre, Sarmiento y Avellaneda son recordadas porque organizaron la Nación y crearon el Estado. Para ello hacía falta mirar más lejos que el inmediato paisaje del tiempo presente.

En 1880 el presidente Julio Argentino Roca sintetiza la estrategia nacional en tres palabras: Paz y administración. Para 1910 la Argentina era el país con el PBI más alto de América latina, por encima de México y veinte veces superior al de Brasil. La población que en 1869 no llegaba al millón de habitantes en 1914 superaba los siete millones. Las exportaciones se multiplicaron por quince y las importaciones por once. La red ferroviaria creció de 3000 kilómetros a 34.000, la superficie sembrada aumentó cuarenta veces y el analfabetismo se redujo al mínimo.

Para 1910, es decir, para el centenario, existía en la clase dirigente y en la sociedad en general, la certeza de que se habían cumplido las grandes metas nacionales. El éxito económico se extendía a la educación, la cultura y al propio sistema político, ya que se estaba en los umbrales de la gran reforma electoral propiciada por el gobierno de Roque Sáenz Peña.

Cien años después el retroceso es más que evidente. Esta responsabilidad trasciende a un gobierno, pero no por ello deja de incluirlo. Las causas de este retrocesos son múltiples, pero una de ellas tal vez la principal- es la decadencia de una clase dirigente que ha dejado de pensar en grande y no ve más allá de su propia sombra.

El balance en ese sentido es ruinoso. La Argentina perdió gravitación en el mundo y en América latina. Lo hizo en el orden económico y lo está haciendo en el orden cultural y social. El populismo y el neoliberalismo han sido los grandes responsables en las últimas décadas de este fracaso nacional. No sólo han sido responsables sino que en más de un caso se han dado la mano y, de alguna manera, siguen representando la cara y ceca de una misma moneda.