La vaca no es objeto de propaganda

Financió caudillos en la organización nacional, sustentó lujos oligárquicos que pasaron a la historia, alimentó chacareros, generó industrias y empleos. No en vano la vaca se ha ganado su lugar en las más diversas composiciones, desde la simbólica infancia escolar, pasando por la literatura borgeana hasta llegar a las elucubraciones del más alto poder.

Pero nunca el relato ha sido tan desafortunado como el que, atravesado por prejuicios ideológicos y cegueras administrativas, terminó por debilitar -a nombre de la ficción- este pilar de la economía nacional, en especial durante los dos últimos años.

La Cámara de Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina informó que la producción de carne vacuna cayó a 760 mil toneladas en 2010, con un retroceso de 52,7 % en las exportaciones y del 13,2 % en el consumo local. No hacen falta datos del Indec ni de consultoras privadas para explicar que el aumento de precio al mercado interno precipitó el consumo per cápita de 68,4 a 58,8 kilos por año.

Incluso las estadísticas oficiales del Oncca revelan 4,25 millones de cabezas menos en 2010 respecto del año anterior. Es cierto que la sequía alentó a muchos productores a remitir sus animales a faena; no menos evidente es que la descapitalización, por falta de rentabilidad productiva, financió la promovida mesa de los argentinos.

Así como el cerdo carece de propiedades afrodisíacas ni el pollo procura dietas para adelgazar por su mero consumo, tampoco la carne de vaca puede ser objeto de propaganda partidaria. Es, en cambio, un capital económico, un alimento sustancioso y hasta un bien cultural en el caso de los argentinos, y así debe ser tratado.

La renovación de las pretensiones publicitarias, en el año electoral, pueden tal vez realimentar la ficción, pero agravarían el problema económico. Las exigencias de la secretaría de Comercio a la industria frigorífica, para abastecer el mercado interno a precio controlado -como condición para autorizar exportaciones- no son razonables para la sustentablidad de la cadena de valor.

El gobierno nacional gastó millones en subsidios a productores de feed-lots bajo el pretexto de promover el consumo interno y la calidad de vida de los argentinos. En los hechos, la administración central no ha rendido cuentas y la justicia aún debe dilucidar si el manejo de ese dinero fue legal; mientras tanto, hay menos animales en pie, se redujo la faena, los trabajadores de frigoríficos viven de “garantías” que también paga el erario, al país ingresan menos divisas por exportación y los argentinos comemos menos carne.

La propaganda tiene un lugar legítimo en la política si la causa es noble y los medios honestos. Pero no parece buen negocio, incluso político, prometer mejores horizontes matando la vaca de los lomos de oro.

El ministro de Economía acaba de reconocer que producir más es mejor que controlar. Puesto en funciones, Amado Boudou puede hacer de su premisa la base angular de una política productiva; seguramente con más carne se recuperará producción, trabajo, divisas y asados, que de eso se trata.