Editorial

La violencia, en la agenda del Día de la Mujer

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer, una fecha que cada año habilita todo tipo de homenajes y reflexiones, balances y debates sobre la situación social, económica, educativa y laboral -sólo por mencionar algunos tópicos- de las destinatarias de esta conmemoración. Sin embargo, en esta ocasión y al menos en nuestro país, el centro de atención está puesto en la violencia en todas sus variantes, pero más precisamente en aquella que se ejerce puertas adentro del hogar.

En los últimos meses, una seguidilla de mujeres que murieron luego de ser quemadas por sus parejas puso el eje sobre una problemática que encuentra en esta práctica aberrante -que tuvo a una localidad santafesina como escenario en los últimos días- una horrorosa expresión de la violencia de género. Violencia que se materializa en el maltrato físico y verbal, en el acoso y en abusos de toda índole, pero que se expresa en un campo mucho más amplio: en el espacio que se le otorga a la mujer dentro de la familia, en la desigualdad salarial, en la forma en que la muestran los medios y la publicidad, y en los discursos que llegan al extremo de banalizar la muerte, tanto por lo que se dice abiertamente -con términos descalificantes y peyorativos hacia las mujeres- como por lo que se deja implícito. En este sentido, la expresión “crimen pasional” que aún se utiliza como errada síntesis noticiosa y soslaya el hecho objetivo de un crimen, resulta inconcebible.

Mientras tanto, alrededor de 260 mujeres murieron en el país a lo largo de 2010 por ataques masculinos Y apenas iniciado este año, la crónica policial reveló una sucesión de muertes violentas que, aún con la gravedad que involucran, pueden ser consideradas la punta de un iceberg en el que tienen cabida cientos de historias de maltratos no denunciados y tal vez ni siquiera reconocidos como tal por sus víctimas.

Un informe elaborado recientemente por la ONG Periodismo Social advierte sobre la particular inseguridad que se cierne sobre mujeres y niñas que viven en ciudades y que no siempre es reflejada, con esta perspectiva, desde los medios de comunicación y en la definición de políticas públicas.

Así es como el acoso y las agresiones sexuales y de toda índole en espacios públicos suponen un límite intangible pero real en la vida cotidiana, que se suma a la violencia intramuros.

En los últimos meses los titulares -que con una asiduidad sorprendente vienen informando sobre estos hechos- espantan, pero apenas alcanzan para comprender la complejidad de una problemática cuyas raíces deben buscarse en una concepción cultural completamente anacrónica de la mujer quien, a pesar de los avances logrados en los aspectos enumerados al comienzo -aunque lejos de la paridad pretendida-, aún es presentada como un objeto sobre el que se puede actuar sin restricciones, incluso a costa de su propia vida.