Historias escritas sobre el ring

Jacinto y “Martillo”, aquel vibrante duelo de los ‘80

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Juan Domingo Roldán-Jacinto Horacio Fernández: uno contragolpeaba bastante bien; el otro pegaba durísimo. El choque justo. Ilustración: Lucas Cejas.

Sergio Ferrer

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Fue una rivalidad de estilos, de esquinas y de circunstancias. Uno de ellos, Jacinto Horacio Fernández, santafesino, era un boxeador técnico, de desplazamientos medidos y golpes precisos. Hábil contragolpeador, representaba a las huestes de Amílcar Brusa. El otro, Juan Domingo Roldán, cordobés oriundo de Freyre, alias “Martillo”, era el clásico peleador de dura pegada, rústico y desmañado, sin línea, pero muy peligroso los primeros rounds. Lo dirigía Guillermo Gordillo, ex ayudante de Amílcar, quien en determinado momento decidió mudarse de Santa Fe a San Francisco para darle otro rumbo a su trabajo y se quedó con el boxeador, algo que el viejo maestro jamás digirió y que, fiel a sus principios, tomó como una traición, porque aquel terminó llevando el púgil al Luna Park (mientras Brusa, enemistado con Tito Lectoure “a muerte” y cerradas muchas puertas en el país, decidiría viajar a Venezuela con varios de sus pupilos).

La confrontación entre Jacinto y “Martillo” llegó a tener todos los condimentos que un enfrentamiento necesita para quedar en la memoria del aficionado al boxeo. Se conocían por haber sido compañeros de gimnasio (Roldán estuvo tres años con Brusa) y luego estuvieron frente a frente en tres oportunidades. El saldo final fue favorable a “Martillo”, pero con indisimulable sabor a injusticia para Jacinto, que está convencido -aún hoy, a la vuelta de tantos años- que las dos veces que el pleito fue a las tarjetas lo perjudicaron con los fallos.

Lo concreto es que el 13 de marzo de 1980, en San Francisco (en un galpón con tinglado de chapa que albergó a más de 5.000 personas), Roldán obtuvo un triunfo en 12 asaltos y se quedó con el cinturón argentino mediano que estaba en poder de Fernández. Fue una pelea signada por un entorno y un clima asfixiantes para “la visita”; llovía torrencialmente y hacía un calor insoportable. Los jueces dieron 1, 2 y 4 puntos para el local, que se dedicó a llevarse a Fernández “por delante”, hasta el final. A la hora de empezar el duelo, Jacinto y “Martillo” tenían récords de 43-5-2 (31 KO) y 31-1-1 (22 KO) respectivamente.

En el Luna Park

El 10 de octubre de 1981, en el Luna Park de Buenos Aires, estos enconados púgiles fueron a 10 vueltas y empataron en decisión dividida, con los miembros del jurado arribando cada uno a un resultado distinto. Jacinto (ayudado entonces por otro inolvidable rincón, Emilio Helguero), había dicho: “Él tiene su pegada y nada más, cuando alguien lo boxea se descontrola”. Pudo haber ganado, si no mermaba sobre el epílogo y si hubiera tenido mayor empuje. De igual modo, el empate le sirvió para frenar una serie de victorias contundentes de Roldán, que a esa altura parecía imparable (había llevado su registro a 37-1-1 con 26 KO antes de subir al ring, contra 46-6-2 y 31 de Fernández) y buscaba una chance mundialista contra Marvin “Marvelous” Hagler.

Finalmente, el 11 de septiembre de 1982, también en el Luna Park, el triunfo correspondió de nuevo al cordobés, pero esta vez por nocaut efectivo. Así se cerró el pleito entre ambos. Jacinto recibió un cross de izquierda a la sien y se desplomó pesadamente a los 19 segundos del segundo asalto, sin ninguna posibilidad de reacción. Roldán terminó el duelo con 44-2-2 (32 KO).

Jacinto, que quedó con 52-7-4 (36 KO), había ganado el cinturón argentino al vencer al correntino Ricardo Arce el 10 de octubre de 1980 en Corrientes. Todo iba viento en popa para él, pero debió toparse con “Martillo” y su proyección internacional se fue frenando, hasta perderse en una campaña que sería, de ahí en más, sólo para consumo interno, con combates en mediopesados en los que lejos estuvo de su rendimiento ideal. De todas maneras fue, tal como se aclaró al principio, un boxeador de notables condiciones técnicas; para muchos, el virtual heredero de Carlos Monzón, por compostura, por talla y por el casillero en el que militaba, el de los 72,575 kilogramos.

Marca registrada.

Jacinto Fernández estaba llamado a heredar el legado deportivo del inigualable “Escopeta”. La derecha con la que sentenció su combate consagratorio contra Arce, no hizo más que ratificar y consolidar aquel pronóstico. Fue algo así como su marca registrada. Letal, profunda, tortuosa, ese terrible derechazo tuvo un recorrido y un efecto muy parecidos al célebre directo propinado por Monzón a Nino Benvenuti en el Palazzo dello Sports de Roma, el 7 de noviembre de 1970, el que sirvió para liquidar el reinado del peninsular y dar paso al del sanjavierino.

Apenas más bajo que Monzón, Jacinto era delgado como éste, pero no tan desgarbado, con buena caja y hombros salientes; frente despejada, cutis trigueño tenue, nariz bien marcada, si, pero no aplanada. Pensativo, afable, de aspecto tranquilo y hablar pausado, no era un noqueador de pegada furibunda, aunque hacía sentir sus manos en forma justa y certera. De boxeo ortodoxo, clásico, no exento de algunos arrebatos, a Arce -un tipo algo complicado y marrullero- pudo haberlo “sacado” antes, pero recién lo hizo cuando se serenó y lo calibró bien. Fue en el noveno round y con un golpazo que “entró hasta el codo”, como aquel de Carlos a Nino, hace ya más de cuarenta años. Profesional entre 1974 y 1986, Fernández completó un palmarés de 61-10-4 y 1 sin decisión (40 KO) en 76 salidas al ruedo.

Roldán, rentado entre 1978 y 1988, llegó a 75 peleas, con números finales de 67-5-2 y 1 (46 KO). Fue muy popular a mediados de los años ‘80, con millones de televidentes -sin exagerar- siguiendo las alternativas de sus intentos ecuménicos fallidos contra colosos como el citado Hagler y Thomas Hearns. De fuertes nudillos y poca asimilación, pegaba y armaba un descalabro; lo conectaban duro y se caía. Hoy, tranquilamente, con lo que tenía, hubiera sido campeón mundial.

La historia del heredero

El tema de invocar a Carlos Monzón cada vez que empieza a destacarse algún pugilista santafesino o un argentino en general no es nada nuevo. En los últimos tiempos, está sucediendo con Marcos Maidana y Sergio Martínez, pero hasta no hace mucho fue con Omar Narvaez, asociado al nombre de Monzón por haber superado, en categoría mosca, la cantidad de defensas de la corona en un solo reinado.

Dentro de poco es probable que se hable de otros santafesinos, como Julio “El Cazador” Cáceres (4-1, con 4 KO) y Jorge “Piedrita” Caraballo (3-0, 2 KO), pero, la verdad, siempre se está buscando “el heredero”. Inclusive, esa búsqueda sirvió para difundir y sobredimensionar la historia de Ramón Pedro Moyano, al que apodaron “Monzón” por su parecido físico con Carlos y porque se decía que era hijo suyo, una paternidad que jamás se comprobó y que a nuestro entender no existió. También se habló de Hugo Pastor Corro como sucesor, especialmente porque se quedó con el cinturón unificado tras el retiro de Monzón.

Pasó lo mismo con el zurdo sanjustino Carlos Manuel del Valle Herrera (que en 1980 intentó ser monarca ecuménico en Europa, pero en mediano juniors), con Juan Martín Coggi (consagrado inicialmente en Italia y ante un héroe local, Patrizio Oliva) o con Julio César Vásquez, que con la obtención del título en 1992 y una primera etapa de campeón excelente puso otra vez a Santa Fe en lo más alto. En dicho contexto es que consideramos que Jacinto Fernández, ya sea por estilo, por kilaje, por ser discípulo de Amílcar Brusa o por su cercanía con el propio Monzón, sacaba ciertas ventajas.