JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ

El violento oficio de escribir

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Fernández Díaz definió a “Alguien quiere ver...” (Sudamericana) como “un gozoso y raudo paso por la montaña rusa de la novela negra”.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

En “Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán”, el autor reelabora su historia como periodista para hablar de realidades como la violencia en el fútbol, los secuestros extorsivos y las secuelas de la dictadura.

 

TÉLAM

Un veterano cronista convertido involuntariamente en detective protagoniza “Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán”, una novela en la que Jorge Fernández Díaz reelabora su historia como periodista para mostrar la dinámica recurrente de cuestiones como la violencia en el fútbol, el negocio de los secuestros extorsivos y las secuelas silenciosas de la dictadura militar.

En los márgenes entre realidad y ficción, el autor de “El dilema de los próceres” y “La logia de Cádiz” plantea una obra de estructura compartimentada que otorga autonomía a cada uno de los seis capítulos que la integran y fusiona elementos de la crónica roja, el folletín y la novela negra para hablar de aquellas ocasiones en que la verdad resulta impublicable.

Fernández Díaz definió a “Alguien quiere ver...” (Sudamericana) como “un gozoso y raudo paso por la montaña rusa de la novela negra” y aseguró que su alter ego rinde homenaje a Rodolfo Walsh y se parece a los viejos cronistas policiales con los que se educó, “periodistas a quienes no les interesaba ser ricos ni famosos, que iban por delante de la policía y que les importaba más conocer la verdad que publicarla”.

—El comienzo del libro, que parece extraído de una crónica policial de estos días, instala la idea de que la realidad argentina pivotea en torno a una serie de cuestiones que parecen imposibles de dejar atrás, y que obviamente se cuelan en la literatura, como el tema de la violencia en las canchas...

—La actual violencia del fútbol es heredera de aquellos manejos mafiosos que los cronistas policiales descubríamos en la primera parte de la década del ‘80. En ese entonces, investigábamos y hacíamos notas, pero no podíamos narrar el entramado completo del asunto. Es por eso que el primer relato, “El asesinato del wing izquierdo”, fue un intento de contar con literatura lo que el periodismo no podía contar.

Está basado en nuestra experiencia con la mafia futbolera, cuyos crímenes publicábamos en La Razón de la tarde en 1985. Con lo que no se podía contar yo armé una novela negra por entregas, que se publicaba en la misma sección de Policiales y que tuvo un gran éxito. Lo que no ha cambiado desde entonces fue la trama perversa que se mueve en la trastienda del poder.

—Malbrán es, como su posible alter ego Philip Marlowe, una suerte de justiciero con la dureza necesaria para enfrentar un mundo sórdido y plagado de personajes oscuros ¿Qué los diferencia, además del contexto al que se enfrentan?

—Creo que Malbrán es menos cínico que Marlowe. Hay que tener en cuenta que fue un militante montonero, que incluso tuvo entrenamiento militar, y que luego abandonó aquellos ideales. Huérfano de utopías, se aferró a nuevos ideales y entonces muchas veces se le mezclan los piolines.

Es periodista, pero no se considera un perejil, y es por eso que a veces es capaz de dar una piña o empuñar un viejo revólver oxidado que guarda desde los años ‘70. Pero es evidente que subyace debajo de su escepticismo un cierto idealismo por la verdad que lo hace diferente a la criatura de Chandler.

—La ficción ¿es una elección para apartarse parcialmente de esa estricta relación con la verdad que impone el periodismo?

—La literatura siempre me permite narrar con ambigüedades la vida. El periodismo es, en ese sentido, más lineal. La literatura goza de los grises, el periodismo de los blancos y negros. Yo siempre hice literatura en los medios.

Siempre quise llevar el periodismo a la literatura y viceversa. Son dos vocaciones muy fuertes, y con el tiempo yo he logrado que convivieran. El periodismo era mi esposa, y la literatura mi amante. Recién ahora hemos aceptado esa bigamia.

—El texto recrea y tal vez adultera una serie de crónicas que escribiste en los ‘80 ¿Qué clase de transformación se produjeron en esos manuscritos?

—Yo dramaticé las modalidades del delito que investigaba. Pero lo más interesante es ver cómo funciona hoy algo que parecía muy actual hace 25 años. La mayor dificultad estuvo en la corrección. ¿Cómo corrige un hombre de 50 a un pibe de 25? Luchando con él y dejándole ganar en algunas oportunidades.

Fue un proceso fascinante pero duro y doloroso. Corté y corté y corté. Y es por eso que el libro es rápido y seco. Además, la corrección me dejó agotado porque implicó a su vez no violentar el espíritu folletinesco con el que este libro fue escrito. Dejé esa sensación de pulp fiction que me es irresistible.

—El mayor desafío cuando se resignifica un texto es eludir esa visión fosilizada desde la que a veces se retoma el pasado. ¿La vigencia de los temas que aborda el libro facilitó ese proceso?

—Sí, hay temas que hoy siguen frescos. “Cagatintas” es un thriller garantista: Malbrán intenta salvar a un viejo delincuente de una masacre policial. Y lo hace violando la ley, y todo al final resulta infructuoso. La mafia en el fútbol resulta una metáfora de la mafia en la política y en las corporaciones. Los secuestros extorsivos y el lado oscuro de la política son temas permanentes.

Igualmente, el libro funciona como un mosaico de los años ‘80. O al menos, sobre las obsesiones y sombras que todavía la dictadura había sembrado en aquel pobre país.

—La novela también deja la sensación de que la dilucidación de la verdad es formalmente posible, pero no siempre aplicable...

—Sí, el gran tema del libro es la imposibilidad de contar la verdad. Un sentimiento que nosotros teníamos en aquellos tiempos. Luego, aquel periodismo desapareció y se puso de moda el periodismo de investigación. Allí, la verdad era expuesta crudamente. Le hizo muy bien al país y a la democracia esa etapa periodística, aunque la “verdad verdadera” suele ser más compleja e impublicable aún.

Y no me refiero a la intervención de los intereses, sino a que el periodismo rara vez puede mostrar (para comprender) a los personajes de cerca y difícilmente (salvo la excepcional crónica novelada) mostrarlos en acción pura. Sin esa dinámica de los personajes, la verdad se reduce a lo que dice un expediente conseguido por un periodista en un juzgado.

Una verdad que no puede probarse es y seguirá siendo impublicable. Eso no quiere decir que la verdad no exista, y mucho menos que no pueda ser ficcionalizada. Por otra parte, la verdad con mayúscula suele ser más profunda y compleja de explicar. Al periodismo le cuesta llegar tan hondo, la literatura llega más fácil allá abajo.