Dante y las discusiones sobre la arquitectura de su Infierno

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Nada en “La Divina Comedia” es arbitrario y casual. Su arquitectura es precisa y perfecta. En la ilustración: Dante según Domenico Di Michelino.

De la redacción de El Litoral

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En 1588 Galileo di Vincenzo di Michelangelo di Giovanni di Bonaiuto Galilei tiene 24 años y cuenta con un apreciable prestigio como matemático y geómetra. Es entonces cuando es invitado a dictar Dos lecciones ante la Academia Florentina acerca de la forma, la ubicación y el tamaño del infierno de Dante. Los manuscritos de estas dos lecciones públicas serían ignoradas durante tres siglos y descubiertas casi por casualidad en 1850 por Ottavio Gigli, un pedagogo que hurgaba manuscritos en una biblioteca pública de Florencia.

Al parecer, la invitación de la Academia Florentina tenía como fin una afirmación localista. Hacia 1480, un estudioso de Dante, Antonio Manetti, se había aplicado al meticuloso estudio de las cifras sembradas en la obra de Dante y a realizar cálculos que tomaron otros estudiosos, como Cristoforo Landino, y que secundó la Academia Florentina. Pero, como nos cuenta el traductor y autor del posfacio Matías Alinovi, unos sesenta años más tarde, en 1544, “apareció en Venecia una edición de la Comedia a cargo de Alessandro Vellutello, intelectual de la ciudad de Lucca. En el prólogo de su edición, Vellutello se refería a los cálculos de Manetti y afirmaba que, al querer Landino develar la arquitectura infernal a partir de aquellos cálculos, el ciego había tomado por guía al tuerto. Los académicos de Florencia entendieron la afirmación de Vellutello como un insulto a la Academia toda, que había creído en los cálculos de Manetti, y juró venganza”. De allí que convocara al joven matemático Galilei “para que con la precisión de sus cálculos y la sutileza de sus argumentaciones los vengara públicamente de la injuria”.

Así, tomando como misión apoyar a los cálculos de Manetti y defenestrar a Vellutello, Galilei comienza a considerar la forma y el tamaño del infierno, en comparación con la Tierra, ubicándolo bajo qué parte de la superficie, determinando dimensiones y distribución de sus recintos. Para hacerlo, Galilei retoma y amplía los complicados cálculos de Manetti, basándose no sólo en la Comedia sino también en toda la obra de Dante -sobre todo en el Convivio-.

Por ejemplo, para establecer los grados y el tamaño del último círculo infernal, el de los traidores, Galilei recurre a los versos de Dante que le indican que si “conociéramos el tamaño de Lucifer, tendríamos también la distancia del ombligo al medio del pecho, y en consecuencia el radio de la esferita menor”. Teniendo que deducir antes el tamaño del propio Dante y de un gigante (llamando incluso como prueba los Cuatro libros sobre las proporciones humanas, de Alberto Durero), llega a establecer que el Lucifer que se encuentra atascado en el embudo al fondo del infierno tiene una altura de 1.935 brazos, que podría redondearse en unos 2.000 brazos de alto.

En su segunda lección Galilei confronta los cálculos de Manetti con los de Vellutello, buscando siempre demostrar la razón del primero. Tenemos por ejemplo, la diferencia general de la forma del infierno, que en Manetti es un cono que se estrecha hacia el centro de la Tierra, mientras el de Vellutello, “después del séptimo círculo, es una serie de cilindros concéntricos, va estrechándose por saltos discontinuos”. Tras otra serie de cálculos, Galilei concluye que el infierno propuesto por Vellutello caería por propio peso.

Estas dos lecciones, que acaban de ser publicadas en castellano por la editorial La Compañía, bajo el título de Dos lecciones infernales, resultan sorprendentes por varias razones. La primera es la aplicación de un método científico para el análisis de una obra literaria, o como justamente señala Riccardo Pratesi, “¿cómo es posible, entonces, como hace Galileo en las dos lecciones, y como lo había hecho un siglo antes Antonio Manetti, y algo después Alessandro Vellutello, ejecutar un análisis científico, matemático, de un edificio literario semejante? Es posible porque vale un postulado tácitamente admitido por todos y jamás impugnado explícitamente por nadie: Dante es un arquitecto perfecto”.

Y otra sorpresa es que Galilei se pronuncia aquí en favor de las teorías ptolemaicas, afirmando que el centro de la Tierra es el centro del universo. Puede ser que Galilei todavía no hubiera llegado a su teoría heliocentrista, o que simplemente fingiera para promocionarse en la carrera académica que se proponía iniciar. Como escribe Alinovi: “Hay algo que nunca veremos aparecer en la discusión sobre la arquitectura infernal, ni en Galileo, ni en las academias, ni en los comentadores. Es la voz de la sensatez que admita la imposibilidad de deducir un infierno unívoco y declare vana la polémica, por lo menos en los términos en los que está planteada”. Pero más allá de la insensatez de la discusión, estas dos lecciones no dejan de ser un material apasionante, sobre todo para los lectores de Dante Alighieri.

Dante y las discusiones  sobre la arquitectura de su Infierno

Galileo Galilei dictó en su juventud dos lecciones sobre la forma, ubicación y tamaño del infierno, según aparece arquitectado por Dante Alighieri en “La Divina Comedia”. En la ilustración: Retrato de Galilei, por Justus Sustermans.

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Entre los cálculos a los que se consagra Galileo Galilei figura la determinación de la altura de Lucifer, cuyo cuerpo está atascado en el embudo más profundo del infierno dantesco. En la ilustración: “El Infierno” (detalle), de Joseph Anton Koch.

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Una escena del Infierno, según el “nazareno” Joseph Anton Koch.