Motoqueros camino al Machu Pichu

Tres amigos de Progreso emprendieron un viaje en moto con destino al Machu Pichu. El frío, las lluvias y algunos inconvenientes les impidieron llegar a la meta; pero no opacaron la riqueza de una experiencia compartida que dejó huellas.

TEXTOS. REVISTA NOSOTROS. FOTOS. gentileza gastón morcillo.

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Gastón Morcillo (29), Daniel Stenbaech (33) y Walter Müller (26) son amigos, viven en Progreso y comparten el gusto por las motos. Aprovechando tantas cosas en común decidieron planear una aventura juntos: recorrer en moto el camino que une su ciudad natal con el Machu Pichu, las ruinas incaicas de Perú.

En esta nota, charlamos con uno de ellos, Gastón, que nos relató esta experiencia, sin dejar de lado los obstáculos, desilusiones y aprendizajes que trajo con ella.

DESTINO: PERÚ

El viaje empezó hace dos años, cuando surgió la idea. Daniel es casado, tiene una hija de dos años. Hace unos años atrás, junto a su señora, fueron a La Quiaca en moto. Cuando llegaron, vieron un cartel que decía “Machu Pichu: 1600 kilómetros” con una foto de las ruinas incas peruanas y se propuso llegar un día hasta allá.

Cada uno tenía una moto pero como eran chicas, decidieron comprarse otras más grandes para poder hacer el viaje: Gastón viajó con una Kawasaki Vulcan 500 EX, Daniel con una Honda Rebel 250 y Walter con una Honda XR 250. Decidieron que se iban a tomar un tiempo para acomodarse y luego ponerse en marcha. Así surgió el proyecto, en un principio, como una idea.

Gastón nos cuenta: “Durante dos años organizamos todo. El viaje debía ser un mes, a nosotros nos duró 20 días. Tuvimos que volver antes porque no pudimos llegar. Llegamos hasta Tacna, el primer pueblo por el que entramos en Perú”.

EN CAMINO

Los tres motoqueros salieron el 7 de febrero, a las 4 de la mañana, de la plaza de Progreso. Mucha gente se acercó a despedirlos y así comenzó la aventura. “Hicimos 20 kilómetros y empezó a llover -relata Gastón-, en realidad nos llovió durante casi todo el viaje. Creo que el único día lindo fue el que cruzamos a Tacna, todos los días había garúa o lluvia”.

Cuando llegaron al Paso de Jama (en la frontera de Argentina con Chile), la moto de Daniel se apunó ya que en ese tramo el camino se eleva de 4000 a 5600 metros sobre el nivel del mar. “Íbamos subiendo a eso de las cinco de la tarde. Los gendarmes nos avisaban que podíamos pasar tranquilamente, pero la moto de Daniel no subía. El nos dijo que sigamos, porque yo estaba sin luz; así llegábamos antes de que oscurezca a Atakama, en Chile. Cuando avanzamos comenzó a caer agua nieve, ya eran casi las 10 de la noche así que decidimos quedarnos a dormir en la montaña; si no, nos íbamos a congelar”, explica.

A la mañana siguiente, como aún no habían tenido contacto con Daniel, porque no había señal de teléfono; Gastón y Walter decidieron volver hasta la frontera con Chile. Allí tampoco consiguieron saber nada de su compañero. Continuaron bajando hasta que en el Paso de Jama se enteraron de que Daniel había decidido volver a Progreso.

UNA DECISIÓN

Ante esta nueva situación los compañeros decidieron quedarse en Susques, a 120 kilómetros. Ahí tenían teléfono y pudieron contactarse con sus familiares. “Pensábamos volver a casa -recuerda Gastón- hasta que al día siguiente nos despertamos y nos dimos cuenta de que estabamos cerca de llegar al océano”. Así que emprendieron nuevamente el camino, volvieron a pasar el desierto, se encontramos con mucha nieve otra vez, pero como era mediodía no les afectó tanto. Llegaron a San Pedro de Atacama y el día después, al Pacífico. Costearon Chile por el mar hasta Iquique, allí se quedaron todo un día. “Lo curioso -cuenta- es que cuando llegamos, paramos en un restautante, eran las 5 de la tarde. Teníamos hambre, hacía casi dos días que no comíamos. El dueño del lugar, además de darnos la comida, nos prestó el baño de su casa y una piecita para guardar las motos y quedarnos a dormir. En el viaje nos encontramos con estos gestos de la gente; todos fueron muy cordiales y muy atentos”.

PAISAJES Y PERSONAS

Gastón nos cuenta que con Walter nunca habían salido fuera del país, menos aún en moto y en un viaje de estas características. Sin embargo, han recogido de esta experiencia la calidez y generosidad de muchas personas que desinteresadamente les ofrecieron su ayuda.

“En Iquique -recuerda- nos quedamos en la casa de un pescador, que salía todas las mañanas a las siete para trabajar y volvía a la siesta. Armamos la carpa en su patio. Justo era el cumpleaños de su hija, así que nos invitó a comer en su casa. Al día siguiente nos hizo pan casero y comimos mejillones, almejas, etc. Para nosotros, esta etapa del viaje significó conocer un montón de gente”.

Cuando los motoqueros paraban en algún lugar, colocaban la bandera de Argentina; entonces las personas se acercaban a charlar con ellos, preguntar de dónde eran, sacarse fotos, ayudarlos, invitarlos a comer.

Luego arribaron a Arica, el paso previo para llegar a Tacna, el primer pueblo de Perú. “Es una ciudad muy grande y ya no era lo mismo. Nosotros tampoco estamos tan acostumbrados a las ciudades grandes. El tránsito es muy difícil y las motos estaban muy equipadas y cargadas. Entonces paramos en un hotel por seguridad y al día siguiente continuamos el viaje”, relata.

Daniel había viajado mucho en moto y era la el sostén del grupo; al volverse él, Walter y Gastón no sabían qué podía pasar. “Llegamos hasta donde nos dejaron -cuenta el motoquero-, conocimos mucho. La idea era quedarnos una semana en Cuzco y recorrer, pero no pudimos. Había mucho movimiento sísmico, derrumbes y nos agarró un poco de temor. Íbamos por la ruta y veíamos autos golpeados, tirados; además, llovía. Era muy complicado seguir viajando. Aunque sentíamos que estábamos dentro de nuestro país, estábamos a muchos kilómetros de distancia y sólo dependíamos de nosotros. No es fácil llegar cuando te dicen hay mucho riesgo, que podíamos seguir si queríamos pero que no se hacían cargo si nos agarraba un alud de barro. Uno no quiere arriesgarse ni tampoco a los compañeros, hay mucha responsabilidad”.

APRENDIZAJES

Cada día, los viajeros buscaban qué hacer y armaban su propia aventura. “No es como un tour - aclara Gastón, dependés de vos mismo, de los tres en este caso. Todos éramos uno en el viaje. Si se rompía una moto, se nos rompía a los tres y todos teníamos que renegar; así como todos pasamos hambre, o tuvimos frío. No es tan fácil como parece, pero se puede. Hay mucha gente en la ruta que lo hace”.

El motero asegura que el viaje, con todo el esfuerzo que conllevó, se compensó con el recibimiento de la gente de Progreso, que aún los para en la calle y les pregunta sobre la aventura. Tuvieron, además, la posibilidad de relatar la experiencia en dos radios del pueblo. “La historia puede tener parte de fracaso por no llegar. Tuvimos opiniones malas y buenas cuando la contamos. Sabemos que no es una hazaña”. Es por esto que los tres prefieren presentarla como el relato de una experiencia que marcó sus vidas y que quieren compartir con los demás.

POSTALES PARA EL RECUERDO

Había algunos tramos del camino que los chicos reconocen como íconos para los motero; por ejemplo el Paso de Atakama. Se trata de un tramo difícil, de mucha altura y con mucho agua nieve en febrero. Gastón explica: “Cuando pasamos, la ruta estaba muy peligrosa, fue un desafío constante. El equipaje que llevamos era muy pesado. Cargábamos muchos kilos entre carpa, bolsa de dormir, anafe, ropa, abrigo, equipo de lluvia, nafta, aceite, liquido refrigerante, etc. En total son casi 100 kilos más de los que tiene la moto. Se pone pesado manejarla así, después de tantos kilómetros los brazos se debilitan, hay cansancio y hambre sobre todo”.

Entre los lugares que más le gustaron, Gastón elige nombrar a la ciudad chilena de Iquique, recostada sobre el Pacífico y con una “playa hermosa, que parece dibujada”.

De Chile, también recuerda San Pedro de Atakama, “un embudo en el que se encuentra gente de todo el mundo”, según su mirada; y la calidez de la gente de Tacna. Destaca que los chilenos de esa zona luchan por defender su identidad mapuche y la riqueza de su cultura.

Tampoco olvida citar los paisajes norteños de nuestro país, como Tafí del Valle, Salta, San Antonio de los Cobres y toda la Quebrada de Humahuaca.

RETOMAR EL SUEÑO

Cuando emprendieron el camino de regreso, decidieron que sería un recorrido distinto al de la ida. Luego de costear el Pacífico, cortaron por el centro de Chile y más adelante tomaron la ruta 34. Fue una elección menos vistosa pero más corta. Para volver, Gastón y Walter hacían 700 kilómetros por día; esto les implicaba estar doce horas manejando la moto. Sólo paraban para cargar nafta y continuaban el viaje.

“Y... nos quedó pendiente llegar al Machu Pichu”, reconoce Gastón. Por eso es que ya piensan, junto a Daniel y Walter, en volver a intentar y ponerse en marcha hacia Perú dentro de dos años. “Al principio, cuando volvimos -recuerda- no queríamos subirnos más a una moto; pero después de unos días cambiamos de opinión. Primero pensamos que el viaje había sido un fracaso para todos, pero con ésto vimos también que de los errores se aprende, que se puede volver a intentar y que no hay que tener rencor”.

ARGENTINOS

“Cuando llegábamos a algún lugar, la gente nos hablaba mucho. Reconocían Rosario o Santa Fe, por el Che Guevara. Para muchas personas en Chile y Perú, la historia del Che quedó muy metida. A nosotros como santafesinos nos emocionaba que una persona tan importante, un ícono para nosotros, sea tan recordado. También hablaban de Víctor Heredia, de Charly García, Soda Stereo, del rock nacional. Siempre nos vinculaban con personas muy conocidas y nos hablaban bien de la calidad de nuestra gente”, recuerda Gastón Morcillo.

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Apoyo

Gastón Morcillo asegura: “Para nosotros este viaje fue un logro. Tuvimos que hacer mucho sacrificio para alcanzarlo. Tuvimos que pedir días en el trabajo, hacer horas de más por adelantado; charlar con nuestras familias, novias, amigos. Al principio les pareció una locura; pero después, cuando veían lo que íbamos haciendo, fueron entendiendo. Nunca nos objetaron ni dijeron que no lo hagamos. Contamos con la ayuda incondicional de un montón de amigos. Los jueves nos juntábamos en un peña y nos ayudaban acomodar las motos, a cargar los tanques. Estaban los que nos dieron plata para viajar, los que vinieron a filmarnos. El pueblo se movilizó mucho. Cuando llegamos estaba la plaza llena. La gente nos estaba esperando junto a nuestros familiares”.