XXVI FIESTA NACIONAL DEL TEATRO

En San Juan, todo el teatro argentino

6.jpg

Una elevada cifra de espectáculos durante diez días. Una amplia oferta de conferencias, mesas redondas, paneles y actividades paralelas en la hermosa tierra de San Juan, con los álamos pletóricos de hojas doradas. Organizó el Instituto Nacional del Teatro, con la especial colaboración del gobierno de la provincia de San Juan.

 

Roberto Schneider (Enviado especial)

Fue en el año 1991 cuando la ciudad de Santa Fe recibió por primera vez en el país a la Primera Fiesta Nacional del Teatro que se realiza fuera del ámbito del Teatro Nacional Cervantes, ámbito donde se realizaba desde 1986. Como en un verdadero hormiguero, durante los diez días de su extensión, los santafesinos recorrieron el itinerario que se había trazado en cinco espacios para ver todo el teatro del país.

Ahora, en el año 2011, los teatristas de todo el país viajan hacia Cuyo y llegan a la bellísima ciudad de San Juan, con su población sumamente educada y amable, para asistir a la XXVI edición de la Fiesta Nacional, organizada por el Instituto Nacional del Teatro junto al gobierno de San Juan. Los espectadores agotan las entradas, participan y ovacionan a los elencos participantes. Los sanjuaninos están contentos, chochos, viven la fiesta que termina mañana con indisimulable atención y van corriendo desde un espacio a otro en la geografía de la capital. Agotador, sí, pero las ganas de ver teatro superan cualquier agotamiento.

Asistimos a las primeras cuatro jornadas y era hermoso ver cómo mucha gente probaba un sabor distinto del arte. Miles de espectadores -alrededor de 7.000 fue el saldo provisorio entregado por los organizadores para esos primeros días- concurrieron a ver las propuestas provenientes de todas las provincias argentinas. Siempre las entradas con un costo sumamente económico de 5 pesos se agotaron y todos los espectáculos trabajaron a sala llena. Los organizadores dieron en la tecla al poner el acento en la idea de que el teatro es un hecho comunicativo, y por lo tanto la competencia del espectador es fundamental para que el hecho teatral se complete. Hace tiempo que todos coinciden en que el teatro no es un género literario, lo cual indica que para analizar el hecho espectacular debemos ser capaces de reconocer en principio todos los signos constitutivos de la escena, que confluyen dando sentido a la misma.

El acuerdo

La representación necesita de un acuerdo previo entre espectador y artista. Actualmente, el nivel y la complejidad de este acuerdo están en crisis, sobre todo en aquellas manifestaciones artísticas que demandan de una mirada entrenada en ciertos aspectos que enmarcan y dan sentido al espectáculo. Sólo viendo teatro esta problemática tiene vías de solución. Esto es indiscutible.

Volviendo la mirada sobre los cambios producidos a nivel estético e ideológico en el campo del teatro argentino, podemos tal vez completar, dar un cierre, realizar algún intento de aproximación.

La poética es entendida como una serie de procedimientos, de reglas. Deviene de la teoría y del desarrollo de diversas “corrientes” teatrales que permiten enmarcar algunos discursos en torno de determinadas problemáticas.

Sensaciones, emotividades, conceptos

La posibilidad de asistir a estos encuentros marca claramente la intención de abrir la alternativa para los espectadores de encontrar no sólo sensaciones o emotividades sino conceptos que los introduzcan en la problemática teatral, herramientas que los introduzcan en la especificidad de un lenguaje, y la posibilidad de encontrar un sentido más profundo en los acontecimientos teatrales de los cuales son partícipes.

Hablar de cada uno de los espectáculos sería, tal vez, abrumador. Sí aparecieron textos de múltiples lecturas, elementos sociopolíticos, connotaciones existenciales en propuestas cargadas de significados. Nuevamente se hizo presente la fuerte dicotomía entre los grandes centros de producción teatral y las provincias con escasas posibilidades de realización, que necesitan imperiosamente un cambio de política respecto de las asistencias técnicas. Para que aquellas hormigas del interior no sean aplastadas por el asfalto. Porque la fiesta es un emblema del teatro, pero también una herramienta para generar actividad en la Argentina.

Sentidos sólo latentes

Y cada año, en estos veintiséis que felizmente han transcurrido, se dice que el verdadero ser de las fiestas nacionales del teatro es el intercambio, el debate, el cruce de estéticas y de problemáticas regionales, potenciar y expandir las propias individualidades. Esto es comprensible en el marco de un país de la extensión del nuestro. Y más aún en un país con tantas diferencias geográficas, climáticas, culturales y económicas. Que un teatrista de Santiago del Estero se encuentre con uno de Santa Cruz es un hecho que sólo este evento de nivel nacional puede producir.

Pero también debemos señalar que este aislamiento suele producir, en algunos casos, diálogos imposibles, ya que esta nación, paradojalmente, se construyó sobre la base de las diferencias y no encuentra, hasta hoy, una forma de identidad nacional que ubique de igual a igual a un jujeño con un porteño, a un santafesino con un pampeano.

Es por ello que estas fiestas se constituyen en una suerte de isla dentro de las políticas nacionales y federales. Pero no debemos ser románticos en esto. Ya que la inversión realizada por los organizadores debe remar río arriba para lograr optimizar esto que constituye la piedra basal del evento: el intercambio.

Este objetivo se plantea a partir de diversas actividades que pueden dividirse en dos tipos: las formales y las informales. Dentro de estas últimas, las menos capturables por inasibles pero a su vez muy enriquecedoras, son las comidas, todo el país reunido en un mismo y único lugar, donde se charla, inevitablemente, de teatro. Las caminatas de una sala a la otra, los interminables cafés. Dentro de las formales podemos mencionar la gran cantidad de actividades paralelas, donde la finalidad es estimular este intercambio que no tan sólo es geográfico sino también profesional. Encuentro de profesiones naturalmente enfrentadas.

Excelencia santafesina

Uno de los espectáculos que abrió la primera noche de la Fiesta del Teatro fue “Edipo y yo”, de la Comedia Universitaria de Teatro de la UNL. Dado que nos hemos referido ampliamente a las brillantes calidades interpretativas, de contenido, estéticas y dirección que el espectáculo posee, citaremos las palabras de la crítica Beatriz Molinari, quien en La Voz del Interior sostuvo que es una versión para la antología, dirigida por Edgardo Dib. De riguroso traje, seis actores son todos los personajes de la tragedia de Sófocles, en la encrucijada de la puesta contemporánea. En el living de Edipo y Yocasta, en Tebas, hay un cumpleaños. Nada más anodino, se piensa al comienzo. Pero, si el problema de Edipo Rey es la identidad, nada más inapropiado que la torta de cumpleaños para quien descubrirá dolorosamente cuál es su origen y vaticinio.

Los actores rompen la cuarta pared y proponen al público el procedimiento escénico. Con pocos elementos y modificando sus trajes, serán la pareja trágica, los cuatro hijos, Creonte, la doncella, Tiresias... El espectador entra en la lógica gracias a la claridad del director que se lanza al riesgo con un elenco capaz de lograr los matices, siempre al reparo de la tragedia.

La intertextualidad, esto es, la presencia de elementos extraños al texto original pero cotidianos y fácilmente reconocibles para el espectador, ponen en valor los vínculos familiares. Suenan frases de Luis Sandrini (“hay que agrandar la mesa”), la contemporaneidad entra sin estorbar, siempre sometida al texto que alcanza momentos intensos, como el discurso o el monólogo de Edipo, dichos al unísono por seis hombres de traje que cumplen con el destino misterioso del teatro.

Por su parte, Héctor Puyo de la agencia Télam destacó que con antecedentes en desmembrar y rearmar obras de Antón Chéjov, Federico García Lorca y William Shakespeare en versiones ambiguamente iconoclastas, Dib transforma la tragedia de Sófocles en una comedia de situaciones que no deja indiferente. Tiene actuaciones de Sergio Abatte, Guillermo Frick, Raúl Bernardo Kreig, Claudio Paz, Federico Marcelo Souza y Rubén Von der Thusen, un sexteto de variadas edades y experiencias, algo insólito en un festival como éste, cuyos participantes mayores no suelen superar los 30 años.

El grupo cede a las consignas de Dib, cuyos significados declaran al público, por cuanto quien tenga en sus manos una rosa será Yocasta, el de los pantalones arremangados será Edipo, el del saco encima de los hombros, el sacerdote, y así los otros.

De ese modo el interés estriba en cómo cada uno convence de ser quien dice, pese a que los seis se visten de saco y corbata, y hay momentos en que verdaderamente lo logran, lo que remite al trabajo que el director ha hecho con cada uno.

Ese compromiso con lo interior es una constante en la trayectoria de Dib, que contiene a su sexteto siempre en escena aunque difiere con claridad al actor que ingresa a su personaje con el que espera su turno y que acierta cuando su Edipo adquiere forma colectiva. Dueño de la versión, se toma además la libertad de insertar referencias externas, como el tono tilingo y vacuo de alguna conductora de almuerzos y dos frases famosas del teatro nacional que pertenecen a “Así es la vida”, entre muchas alusiones reconocibles.

Brillo rosarino

“Después de mí”, del Grupo Seda de Rosario, fue otro indiscutido punto alto de la programación. La propuesta de Andrea Ramos tuvo en la fuerte interpretación de sus dos bailarinas -Eugenia San Pedro y Elisa Pereyra- un soporte excelso. Un espectáculo de danza teatro que tiene como eje estructurante al amor para abordar el tema de la violencia de género. Con un vestuario de exquisito diseño y realización de Cristian Ayala y un maquillaje estupendo de Ramiro Sorraquieta y con precisa dirección actoral de Marcelo Díaz, las actrices con su look de boquitas pintadas, bailan alrededor de una mesa y manipulan con agobiante peligro un cuchillo. El contraste entre sus cuerpos con vestidos vaporosos y la situación rápidamente planteada, mantiene al espectador alerta, al borde de la tragedia, mirando en qué deriva la amenaza. Una excelente banda sonora es el marco ideal para que ambas intérpretes despliguen de manera superlativa todo su talento.

Un Lazarillo entrañable

Desde Río Negro llegó para inaugurar la Fiesta Teatro de la Barda con su propuesta de “El Lazarillo de Tormes”, convenientemente adaptada por Luis María Fittipaldi, y bien dirigida por Guillermo Troncoso. En la divertida puesta en escena este Lazarillo lo observa y juzga todo en relación consigo mismo, según la fría norma de lo que le es útil y lo que lo perjudica. Ningún halo de sentimiento, ningún espejismo de lejanas quimeras. Lazarillo está todo en el recuerdo de sus penas, en la única realidad del dolor sufrido, en las únicas y caras imágenes del hambre saciada. Evoca su pasado con un arte sobrio, sin significados ocultos.

Llama bien a todo aquello que satisface sus necesidades instintivas y mal a todo lo que se opone a esta satisfacción. La caridad no es más que lo que sale al encuentro de sus sufrimientos materiales. Quien no tiene qué darle, aunque no pueda, es un avaro. Quien le niega lo indispensable para su vida es un malvado. Y en estos juicios tiene la sinceridad y el acento de la verdad que ha crecido juntamente con su vida. Lazarillo está más allá del bien y del mal y su manera de entender es espontánea. La puesta no es pretenciosa porque se ajusta a la vida que Lazarillo vive y por lo mismo conoce y expresa.

El espectáculo cobra vida a partir de la excelente interpretación de sus dos jóvenes actores. Rodrigo Alvarez y Vladimir Klink descargan una batería de recursos y se ganan la amplia adhesión de la platea a partir de una indisimulable entrega, caracterizada por altas dosis de simpatía. El espectáculo sería brillante sin los últimos diez minutos finales, que no agregan demasiado para una historia que provocó una sonora ovación de los sanjuaninos.

La cachetada mendocina

Nadie pudo quedar indiferente después de ver y escuchar “Llanto de perrro”, de Andrés Binetti, ofrecido por Teatro de Cuyo Asociación Civil, con una dirección soberbia de Juan Cristóbal Comotti, quien con verdadero instinto teatral supo patentizar en escena un texto doloroso, de fuerte contenido ético y político. Dos aspectos resultan conmovedores de este trabajo: Comotti no baja líneas y sí entrega un lacerante grito que aplasta. Como aplasta la realidad espantosa que se aprecia en escena. También, porque obtiene de su elenco trabajos que se inscribirán en la historia por su precisión. Así Marcelo Díaz, Diana Moyano, Valeria Portillo y Natash Driban se entregan y consiguen dibujar las difíciles aristas de sus personajes. Un trabajo para el recuerdo.

/// Las fotos

En San Juan, todo el teatro argentino

Todo el talento de “Edipo y yo” que impactó a los espectadores y a la prensa especializada. Mañana sábado, a las 22, retorna a su temporada en el Foro Cultural. Foto: Archivo El Litoral.

2.jpg

El dolor y la dignidad de los pobres en la conmovedora versión de “Llanto de perro”, de Mendoza. Foto: Télam

3.jpg

“La funeraria”, una débil propuesta de comedia, con un divertido texto de Martín Otero y Bernardo Cappa mal entendido por el elenco de Chubut. Foto: Gentileza producción.

5.jpg

Dos jóvenes y brillantes actores para una divertida versión de “El Lazarillo de Tormes”, de Río Negro.

Foto: Gentileza producción