El sutil acto de votar

Felizmente, ahora, con treinta años ininterrumpidos de democracia, votar es un acto común, normal, habitual y que se permite incluso variaciones buscando perfeccionar el sistema. Pero, a pesar de todo eso, no deja de tener íntimos ritos, secretas pulsaciones, énfasis, omisiones, emociones. A éste, lo emboco.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

El sutil acto de votar

Días atrás, emocionada, mi hija menor vino contenta y cantando porque había ganado Leonaddo -te debo las eres, todavía-, por Da Vinci en reñidísimo final contra un tal Miguel Ángel. En la Dante las salitas de 4 y 5 años votaron por el nombre del patio y parece que el Leonardo Da Vinci en cuestión, cuya candidatura y apoyos son una incógnita, ganó bien por la suma de los votos de los chicos. Mi hija, además, trajo orgullosa su “documento” con el sello “oficial”: un Winnie Pooh rosadito con el garabato de la maestra certificando el deber cívico cumplido. Y mi otra hija participó de la votación mediante la cual Belgrano se impuso a Moreno, a Sarmiento y a todos. El sistema se perfecciona: antes votaban hasta los muertos, ahora nosotros los vivos podemos votar a los fallecidos, incluso siglos atrás...

Pero más allá de bromas fáciles, quiero decir que desde muy temprano -y está bien, claro- los chicos entienden y viven el sistema y de paso -lo que es más importante- argumentan, escuchan, comprenden que hay otras opiniones y que hay modos civilizados de ponerse de acuerdo. Personalmente creo que -no la incomunicación, no la violencia, no la ignorancia- el mal de este tiempo es la intolerancia. Y está fantástico que los chicos perciban que hay otras ideas, otras formas de pensar, y que ello además es bueno y enriquecedor.

Yo soy de los que votó por primera vez con el regreso de la democracia en el ‘83: un temblor, una emoción, un mirar y remirar quinientas veces el primer sello estampado allí, en el documento, y varias hojas posteriores vacías, que fuimos llenando orgullosamente...

Este año, con el nuevo sistema, vamos a votar por lo menos cuatro veces: una panzada, una promiscuidad, casi vamos a estar más ahí que con los vagos del fútbol cinco.

Y encima, con un sistema totalmente nuevo con lo que, como entonces, también podemos sentir que estamos haciendo historia.

Va ser una elección totalmente distinta: antes podíamos votar a favor o en contra de alguien. Ahora el sistema se hace más democrático y abierto y hasta permite al votante otras pulsiones, desde la inquina, la picardía o la malicia, porque podemos intervenir en la interna de otro partido, que es como asomarte al armado del cuadro rival y si el nueve es un matungo que ya no hace goles, pues, reclamamos a viva voz que siga ese nueve, que es el mejor del mundo.

También porque esta vez no te vas a encontrar con una única boca para introducir el sobre: hay cinco -o cuatro- con lo cual vas a hacer más ejercicios, como si se tratara de dar las cartas o jugar al sapo.

No habrá cuarto oscuro, así que regalo los mensajes subliminales ante tanta pérdida. El cuarto oscuro, el vientre de la ballena, el mito de la caverna, arruinados para siempre por la luminosa idea de hacer todo a la prístina luz del día o de los focos de bajo consumo que supimos conseguir. Estamos solos pero ya no estamos tan solos. Para bien y para mal, se los digo, mis chiquitos.

Y también porque ahora hay padrones sin diferenciar entre varones y mujeres. Hasta acá, sólo podías junar a la fiscal fulanita o la presidenta de la otra mesa en tu acercamiento al momento de votar. Ahora, adelante, atrás o las costados vas a tener chicas -y viceversa: ellas nos tendrán a nosotros, mirá qué hallazgo-, con lo cual se termina el anacronismo unisexual y pasamos una fila más jodona, ecléctica y variopinta, visualmente hablando, incluida tu mujer que puede estar a unos pocos metros.

En fin: mañana vamos a protagonizar varias novedades. Y conforme nos vayamos conociendo con los vagos y vagas de la fila en la escuela, vamos a organizarnos mejor, hacer una peña, armar un asadito. Están todos invitados, menos la rubia antipática aquella ni el flaco que parece un amargo. Voto por la democracia, bah, aunque sea un voto cantado.