Crónica política

¿La hora del oposición?

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Rogelio Alaniz

La oposición se debe hacer cargo de sus responsabilidades. Ese rol no es una cuestión personal, sino social. Es la sociedad, el país el que necesita de una oposición fuerte y responsable. No se trata de ser dramático o exagerado, pero a las alternativas hay que expresarlas con todas las letras: o la oposición se pone los pantalones largos o el país corre el riesgo de deslizarse progresivamente hacia el despotismo. Así de sencillo.

No se trata de inventar la pólvora. Hasta la democracia más institucionalizada y moderna puede transformarse en su contrario si no existe una oposición a la altura de sus responsabilidades. Si esto vale como principio teórico general, mucho más vale para un país como el nuestro, infectado de populismo cesarista y en donde los dirigentes oficiales y sus oráculos no han dejado de ponderar los beneficios de la “dictadura popular”, así como un soberano desprecio por las instituciones.

Sobre las intenciones del kirchnerismo es mucho lo que se ha hablado, pero lo que ahora importa es hablar de las intenciones de la oposición, o de la aparente falta de intenciones de la oposición. A mí no se me escapan las dificultades que se presentan para armar un tejido político opositor en un contexto de fragmentación partidaria. Sin embargo esas dificultades no deberían ser excusa o coartada para proponerse objetivos elevados. Son esos objetivos los que todavía no se visualizan y, lo que es más grave, todavía no los visualiza una población que estaría dispuesta a votar en contra de los Kirchner siempre y cuando haya algo que valga la pena.

Al respecto, ya se sabe que para franjas importantes del electorado independiente, si la oposición no es creíble lo que se impone es el aforismo popular de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Todo oficialismo con vocación de permanencia indefinida en el poder trabaja para que el sentido común de la gente se impregne de esta suerte de principio de resignado sentido común. Se gana con la simpatía de algunos y la indiferencia de muchos. El resto se hace con demagogia institucionalizada y militancia kirchnerista, una militancia que en más de un caso cumple las mismas funciones que en los tiempos del primer peronismo cumplía la Alianza Libertadora Nacionalista de Patricio Kelly y Queraltó o los cachiporreros universitarios de la CGU. Hoy, por esos juegos laberínticos de la historia, la misma tarea de crispación y provocación política permanente la cumple la izquierda peronista o lo que pretende presentarse como izquierda peronista.

Una de las dificultades serias que se le presenta a la oposición es la ausencia de un liderazgo creíble. Los esfuerzos de Alfonsín son importantes, pero da la impresión de que no alcanzan. Las alianzas y los acuerdos que se están intentando tejer en provincia de Buenos Aires están generando más rechazos que adhesiones. Creo que una verdad básica que todo dirigente partidario debe saber, es que a la hora de establecer un acuerdo debe preguntarse si su electorado está dispuesto a acompañarlo.

Dos dirigentes que piensan distinto tienen el estómago curtido para sentarse a hablar y hacer planes hacia el futuro. Es su oficio y es lo que saben hacer Sin embargo, también deben saber que si los votos no están dispuestos a acompañarlos todo acuerdo que se haga estará destinado al fracaso. Puede ocurrir que un dirigente con autoridad se imponga a su propio electorado y lo haga marchar en una dirección que en principio ese electorado no tenía prevista. Puede ocurrir. Pero para eso hacen falta dirigentes de la talla de un De Gaulle o de un Mandela, algo que, por más que me esfuerce, no logro avizorar en el paisaje.

Por lo pronto, dirigentes que podrían haber liderado un espacio opositor han retornado a sus cubiles o sus territorios locales. Son los casos de Macri y Solanas. No sé si hicieron lo mejor para ellos, pero sé que su gesto, en el mejor de los casos, fue una demostración palmaria de que carecen de confianza para liderar una gran empresa nacional. Por lo menos no la tienen por ahora. Ricardo Alfonsin ha ido quedando casi por descarte. Y habrá que ver hasta dónde es capaz -sin dejar de ser él mismo- de sacarse el lastre más importante de su perfil político que es la relación con su padre. Alfonsín es hijo de su padre -valga el juego de palabras- y gracias a ello está en la política donde está, pero ahora ha llegado el momento demostrar que es algo más que un hijo que se parece al padre.

Por lo pronto, el mérito que si se le debe reconocer es que en un escenario donde lo que parece imponerse son los candidatos que se bajan de sus pretensiones presidenciales, él es el único que declara sin disimulo que quiere ser presidente de la Nación. Esa manifiesta voluntad no alcanza para conquistar el poder, pero es un excelente punto de partida para un político con agallas.

El futuro luego dirá si esto va acompañado de iniciativas políticas que permitan el cumplimiento de esas metas, pero convengamos que en un escenario donde todos se empujan entre si para bajarse, es valioso que alguien diga que está dispuesto a dar pelea. Convengamos también que no es una buena noticia para la oposición esta carrera de deserciones y no es buena noticia porque estas conductas revelan de una manera bastante evidente que entre estos dirigentes existe la certeza de que la victoria del oficialismo es inevitable.

Por el lado del Peronismo Federal no es mucho lo que se ve. El dirigente con más experiencia es Eduardo Duhalde, quien es al mismo tiempo el político que tiene el techo más bajo de votos. A nadie debería sorprender: un cuarto de siglo jugando en primera desgasta hasta a Maradona. De todos modos, la carta maestra de Duhalde consiste en presentarse como un excelente político de tormenta, pero para que su ofrecimiento sea tenido en cuenta es necesario que haya una tormenta y a juzgar por nuestra meteorología política, esa tormenta seguramente llegará en el futuro pero no antes de las elecciones de octubre.

La otra candidata que está en el ruedo es Elisa Carrió. A mi modesto criterio es la dirigente que ha elaborado el mejor discurso opositor, la que le pega al gobierno donde le duele o donde están las pústulas más visibles que pocos, muy pocos nombran. El ARI no sólo que dispone de un “discurso” opositor, sino que ese discurso está sostenido sobre la base de un diagnóstico de la sociedad y la política muy bien elaborado. Elisa Carrió es la única dirigente que ha alentado una propuesta alternativa al populismo dominante, la que con más lucidez ha puesto en evidencia sus límites, sus imposibilidades prácticas, su fraude teórico y las responsabilidades que ese populismo ha tenido en el atraso, la corrupción y las miserias de un país que hasta antes de caer en esa trampa prometió ser otra cosa.

Carrió también tiene sus límites. No es fácil constituir una fuerza política opositora en un país donde el juego bipartidista muchas veces es asfixiante. Ella es una dirigente controvertida. No podría haber sido otra cosa. Lo es por sus actos y su personalidad. No hay liderazgo que no crezca en la controversia. El precio a pagar en estos casos es siempre alto. Consume energías y prestigio y el destinatario de tantos desvelos no siempre suele ser agradecido.

Ricardo Alfonsin ha ido quedando casi por descarte. Y habrá que ver hasta dónde es capaz de sacarse el lastre más importante de su perfil político que es la relación con su padre.

El ARI no sólo que dispone de un “discurso” opositor, sino que ese discurso está sostenido sobre la base de un diagnóstico de la sociedad y la política muy bien elaborado.