El 25 de Mayo y la historiografía

Se dice que la historia estudia el pasado, pero en realidad lo que se debería decir con propiedad es que la historia estudia la relación entre el presente y el pasado. Importa tener en cuenta esta consideración conceptual a la hora de interpretar los acontecimientos ocurridos en mayo de 1810 en el Río de la Plata. Hacerse cargo de que el pasado -como objeto histórico- es convocado desde el presente, significa que siempre es posible de ser recreado o de que su “realidad” no se agota en un exclusivo relato.

 

Contrastando el lugar común que postula que el pasado ha sido escrito de una vez y para siempre, o que el pasado refiere a una serie de hechos documentados que hablarían por sí mismos, la historia hoy se propone como un conocimiento más complejo, que no desconoce la naturaleza de los hechos pero los asume como un puntos de partida sujetos a la interpretación y la comprensión.

Como diría Raymond Aron, la historia se propone devolverle al pasado la incertidumbre del futuro. Esto quiere decir que el pasado siempre es un objeto de recreación o si se quiere de controversia. Esto explica que una fecha que se propone como fundadora de la Nación sea objeto de polémicas y debates entre los historiadores y cientistas sociales. Si bien para el sentido común más elemental lo sucedido ya sucedió de una vez y para siempre, para la historia el pasado no solo está abierto a la disponibilidad de nuevos documentos y testimonios, también está abierto al desarrollo permanente de las ciencias sociales y de las ciencias en general, motivo por el cual siempre es factible un nuevo abordaje teórico acerca de los sucesos que culminaron con la constitución de la Primera Junta.

Vista desde esa perspectiva, la historia admite la revisión, la recreación, la instalación de nuevos puntos de vista. En todos los casos, las hipótesis deben ser probadas o respaldadas con un cuerpo teórico preciso. En este sentido, la Revolución de Mayo ha sido interpelada en los últimos años desde diversos puntos de vista, incluidos los de un “revisionismo” trivial que el profesor Luis Alberto Romero calificara con precisión como “revisionismo de mercado”, es decir, una propuesta de divulgación histórica destinada a llegar al gran público con lugares comunes simplificados.

Si admitimos que la historia es la relación entre el presente y el pasado y que todo conocimiento histórico se construye desde el presente, debemos concluir que la historia estudia el cambio y que para ello exige entender las leyes o el movimiento de ese cambio.

No ocurre así con este “revisionismo de mercado” que supone que al pasado se lo puede conocer no con las categorías teóricas del presente, sino con los prejuicios de este presente. Se trata del anacronismo, la transposición de lugares comunes fácilmente asimilables o reconocibles, el desprecio a toda construcción teórica compleja, el reemplazo de la reflexión por la consigna, en definitiva, la espectacularización de la historia.