General Juan Bautista Bustos

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Imagen del primer gobernador de la provincia de Córdoba.

Foto: Archivo El Litoral

Rogelio Alaniz

Como a todos los hombres de valor a quien el destino le asignó vivir aquellos años tormentosos de la revolución y las guerras civiles, Juan Bautista Bustos asumió las responsabilidades de su tiempo según sus certezas y atendiendo a las oportunidades que brindaban las circunstancias. En la Edad Media se les llamaba soldados de fortuna a quienes a lo largo de una vida azarosa y guerrera ganaban posiciones y honores personales. Aquí se les llamó caudillos.

En el Río de la Plata, durante la primera mitad del siglo XIX, las necesidades de la revolución obligaron a militarizar la sociedad. Y con la militarización, llegaron los valores del coraje y de ese singular impulso emotivo y político que se llamó patriotismo. La militarización también abrió el cauce a la carrera militar en el improvisado escalafón de aquellos años. La carrera militar -donde los ascensos se ganaban en los campos de batalla pero también con la mayor o menor habilidad para tejer intrigas- ampliaba los horizontes personales para la carrera política y la conquista de posiciones económicas y sociales.

Juan Bautista Bustos fue una expresión clásica de aquellas virtudes y ambiciones. No fue el único. Con sus singularidades, algo parecido podría decirse de López, Quiroga, Ibarra, Heredia y la gran mayoría de los guerreros de la Independencia que luego se enredaron en las guerras civiles y, en más de un caso, se transformaron en caudillos.

Insisto, Bustos fue un exponente típico de ese derrotero. Con sus virtudes y sus defectos. No logró conquistar la centralidad política de López, careció de las dotes de estratega militar de Paz, no dispuso del carisma de Facundo, el destino no le brindó la oportunidad de un final trágico como el de Ramírez, careció de los atributos políticos e ideológicos de Artigas, no fue un guerrero a tiempo completo como Lamadrid. Sin embargo, fue un protagonista de su tiempo, desempeñó responsabilidades militares y políticas importantes y la historia de Córdoba de las primeras décadas de la revolución no se puede escribir ignorando su nombre y algunas de sus iniciativas políticas y culturales.

Juan Bautista Bustos nació en Santa María de Punilla el 29 de agosto de 1779. Sus padres fueron Pedro León Bustos y Tomasa Puebla y Vélez. Según se dice, eran propietarios de tierras y para los rigores de su tiempo disponían de una posición económica aceptable. La historia grande lo registra llegando a Buenos Aires con el regimiento que la ciudad de Córdoba organizó para enfrentar a losa ingleses.

En julio de 1807 ganó sus primeros honores militares en una acción donde puso a prueba su coraje y su don de mando. Con apenas treinta hombres del Regimiento de Arribeños -dos sargentos, seis cabos y veintidós soldados- logró que el célebre Regimiento 88 de Infantería integrado por casi trescientos hombres, se rindiera. Su hazaña militar, una de las más célebres de la Reconquista, le valió ser ascendido a teniente coronel. Entonces tenia veintiséis años y estaba casado con Liliana Maure.

Los historiadores le asignan haber participado en un discreto segundo plano en las jornadas revolucionarias de 1810. Se sabe que en las posteriores disputas internas de la Primera Junta estuvo al lado de Saavedra y que fue uno de los oficiales que se movilizó en aquella suerte de pueblada a favor del saavedrismo ocurrida durante las jornadas del 5 y el 6 de abril de 1811. Cuando Saavedra cayó en desgracia, él corrió su suerte, pero para 1815 lo vemos integrando -en su condición de coronel- el Ejército del Norte. En realidad, el Director Supremo, Ignacio Álvarez Thomas fue quien le otorgó ese destino.

Bustos estuvo bajo las órdenes de Manuel Belgrano, José Rondeau y Fernández de la Cruz. Después de Sipe Sipe, el Ejército del Norte instaló su base militar en Córdoba y se transformó en uno de los garantes militares del gobierno del Directorio en el interior. Durante esos años y hasta la crisis del veinte, Bustos obedecerá las órdenes de Buenos Aires y guerreará contra los caudillos del litoral. Obedecía órdenes y seguramente suponía que la causa por la cual peleaba era no sólo justa sino también patriótica. A la vuelta del camino, el destino le asignaría otras causas y otros riesgos.

Su primera intervención militar fue contra el caudillo santiagueño Juan Francisco Borges, quien luego de ser derrotado será pasado por las armas. Declarada la guerra al litoral, Bustos se enfrentará con el brigadier Estanislao López en la batalla de Fraile Muerto y será vencido. Unos meses después, con el apoyo de los escuadrones de Paz y Lamadrid, librará otra batalla en La Herradura donde logrará poner límites al empuje de las montoneras de López. Luego habrá otras batallas con resultados diversos, pero en todos los casos él será un oficial de confianza de las máximas autoridades militares del Ejército del Norte.

Se dice que todo hombre tiene su hora de gracia, el instante en el que el destino le brinda la ocasión de ser él mismo. Esa hora a Bustos se le presentó en la crisis de 1820, cuando el Directorio obligó al Ejército del Norte a trasladarse a la provincia de Buenos Aires, a Pergamino para ser más precisos, para unirse a las tropas de Rondeau y enfrentar a las montoneras de Artigas, López y Ramírez. El 7 de enero de 1820, en la Posta de Arequito, en las proximidades del río Carcarañá, Bustos, Paz, Ibarra y Heredia, es decir, los principales oficiales del estado mayor del ejército del Norte, se rebelaron contra el mandato de Buenos Aires.

Es mucho lo que se ha escrito acerca de esa rebelión. Básicamente, los historiadores se dividen entre quienes consideran que sus promotores sinceramente creían que el Ejército del Norte debía mantenerse neutral en las guerras civiles porque su misión histórica era luchar por la independencia nacional, y quienes estiman que ésa fue una coartada ideológica por parte de caudillos militares con ambiciones de poder que poco y nada tenían que ver con el patriotismo revolucionario que se invocaba con tanto entusiasmo. En todos los casos, para Buenos Aires lo sucedido fue una traición sin atenuantes, no muy diferente de la promovida por San Martín en Chile.

Lo cierto es que la rebelión logró su cometido. El general Fernández de la Cruz se rindió porque sabía que ante la amenaza simultánea de sus oficiales y las montoneras de López no tenía alternativa. En sus Memorias, Paz insiste en que él por lo menos estuvo motivado por sentimientos nobles y patrióticos, pero que no ocurrió lo mismo con Bustos, quien a partir de ese momento inició su carrera política como gobernador de Córdoba, el primer gobernador de la provincia después de 1810. Habría que decir por último que aquello que Paz le imputa a Bustos se podría hacer extensivo a Ibarra y Heredia, posteriores hombres fuertes de Santiago del Estero y Tucumán. Aunque atendiendo al posterior desarrollo de los acontecimientos, la misma imputación vale para el general Paz.

Más allá de las buenas o malas intenciones de los hombres, lo cierto es que el pasaje de las guerras revolucionarias a las guerra civiles daba lugar a procesos confusos en los que el oficial de fortuna derivaba en caudillo, muchas veces casi como una consecuencia inevitable del propio desarrollo de los acontecimientos. En ese sentido, el destino de Bustos, en lo fundamental, no fue diferente al de la mayoría de los oficiales de las guerras de la Independencia.

La gestión política de Bustos en Córdoba fue ponderada por sus logros en materia educativa. Por otra parte, Bustos estuvo preocupado durante la crisis del veinte por instalar a su provincia como la principal interlocutora de Buenos Aires y la destinataria privilegiada de un nuevo orden político institucional que tuviera a Córdoba como principal protagonista.

Como la mayoría de los caudillos del litoral, Bustos fue opositor a los ensayos institucionales de Rivadavia y solidario con Dorrego, a quien respaldó en toda la línea, incluida la militar. La caída de Dorrego creó las condiciones para su posterior derrota. El general Paz lo venció en la batalla de San Roque. Bustos y el resto de sus hombres se sumaron a las tropas de Quiroga y lo acompañaron en su derrota de La Tablada. Según se dice, allí peleó con valentía y arrojo y recibió heridas que un año después habrían de provocarle la muerte.

Definitivamente derrotado y maltrecho físicamente, huyó a Santa Fe donde el brigadier Estanislao López, su enemigo de tantas batallas, le brindó hospitalidad. Murió el 18 de septiembre de 1830. Tenia 51 años. Sus restos fueron enterrados en Santa Fe, en el templo de los dominicos. Ciento ochenta años más tarde, el gobierno de Córdoba realiza gestiones para que sus restos sean trasladados a la provincia que lo reivindica como su primer gobernador.

La historia de Córdoba de las primeras décadas de la revolución no se puede escribir ignorando su nombre y algunas de sus iniciativas políticas y culturales.


Definitivamente derrotado y físicamente maltrecho, huyó a Santa Fe donde el brigadier Estanislao López, su enemigo de tantas batallas, le brindó hospitalidad.