Las rebeliones del mundo árabe

A un año de haberse iniciado las movilizaciones en los países árabes reclamando mayores niveles de democratización y libertades públicas o impugnando a dictaduras prolongadas, es factible hacer una evaluación serena de lo sucedido y, en particular, sobre el probable desarrollo de los acontecimientos en el mediano y largo plazo.

En principio a nadie escapa que estos estallidos sociales obedecieron a diversas causas económicas y sociales, pero sobre todo al surgimiento de sectores modernizantes cuyas posibilidades de crecimiento estaban en contradicción con el orden establecido. Por lo pronto, las movilizaciones en Túnez y Egipto así parecen confirmarlo, pero algo parecido ocurre en Libia y Siria donde las dictaduras resisten y, a diferencia de las anteriores, parecieran disponer de mayores apoyos internos o de aparatos represivos más actualizados.

Desde Occidente, estas luchas y rebeliones sociales fueron miradas con indisimulable simpatía. Intelectuales y políticos hablaron de una gran ola democratizadora y llegaron a comparar estos acontecimientos con lo sucedido en Europa luego de la caída del muro de Berlín. No concluyeron allí los paralelos históricos. Se llegó a decir que las manifestaciones juveniles recordaban a las grandes movilizaciones juveniles de los 60 en Europa y los Estados Unidos.

En la misma línea de razonamiento se llegó a decir que la democracia republicana estaba a la vuelta del camino y que los partidos religiosos de signo fundamentalista se convertirían en moderados nucleamientos políticos destinados a jugar un rol parecido al que desempeñaron los partidos democristianos luego de la Segunda Guerra Mundial.

Especulaciones al margen, lo cierto es que un año después los hechos parecen contradecir aquellas lecturas optimistas. Seguramente, la democracia no llegará a los países árabes de la mano de las intervenciones militares norteamericanas, pero en este momento tampoco se puede pensar en una genuina democratización interna.

En Egipto, las persecuciones y agresiones a religiosos cristianos están a la orden del día y el lantente clima de violencia empuja la emigración cada vez más evidente de las clases medias, sectores que cualquier sociólogo reconoce indispensables para construir un orden democrático y republicano que merezca ese nombre .

En Libia, la intervención “solidaria” de la OTAN ha impemedido que los rebeldes fueran exterminados por el dictador, pero no hay señales de que la dictadura se derrumbe. Por el contrario, Kadafi parece estar cada vez más fuerte y en mejores condiciones para enfrentar a sus disidentes internos.

Algo parecido podría decirse de Siria, donde la dictadura de Al Assad está exterminando sin piedad a sus disidentes. Los rebeldes están cada más desperdigados, en tanto que a Occidente se le presenta otra vez el dilema de cómo intervenir, ya que si bien el régimen dominante es execrable, sus impugnadores no disimulan su fanatismo religioso.