Salud mental

La importancia de la estabilidad emocional

Lic. Myriam E. Carnaval de Vega

 

La personalidad no es la simple suma de pensamientos y sentimientos susceptibles de desarrollarse por separado. Es una totalidad integrada. El pensamiento no funciona nunca aisladamente. En toda situación, aún la más decididamente intelectual, nos acompaña el sentimiento. Lo que pensamos nunca es un hecho puro; lo acompaña nuestra afectividad con respecto a la tarea que realizamos y a las cosas y a las personas en ella implicadas; lo acompaña nuestro sentimiento de nosotros mismos y los demás, nuestra alegría, nuestra ira, nuestra frustración, nuestro miedo, nuestra simpatía, etc.

La emoción interviene en la vida entera del hombre y a cada instante. Es el acompañamiento obligado de toda experiencia y desarrollo. La civilización se ha hecho posible como consecuencia de que el hombre llegó a dominar sus sentimientos y a controlarlos. La cultura reconoce como su fuente inspiradora, tanto como la maravillosa capacidad para pensar críticamente, el enorme caudal de riqueza que encierran sus sentimientos: la emoción eleva y ennoblece la vida humana.

La escuela debe tomar más conciencia de que el desarrollo satisfactorio del ser humano depende fatalmente de la atención que se preste a sus necesidades afectivas. Lo que un hombre alcance a realizar en su vida, la amplitud con que logre expandir sus potencialidades depende, mucho más allá de su capacidad mental, del equilibrio emocional que consiga alcanzar. El rasgo más importante que define a un hombre pleno es su estabilidad emocional. Sin ella, poco importan sus demás aptitudes. La inteligencia no funciona como pensamiento puro en un vacío de la afectividad; su correlato natural es el sentimiento que provoca la situación en que se mueve y opera. La evidencia científica ha probado claramente que existe una estrecha interdependencia entre el rendimiento intelectual y la afectividad.

El temor, por ejemplo, inhibe procesos colectivos; la ansiedad desmedida genera torpeza mental; el examen o evaluación en condiciones de tensión exagerada es causal de muchos fracasos que no guardan relación con las aptitudes y la capacidad que efectivamente posee la persona. Un estallido emocional produce desarreglos psíquicos y somáticos de todo orden.

Los sentimientos encontrados, los conflictos internos, las emociones reprimidas, pueden conducir a perturbaciones profundas de la personalidad y constituyen, fatalmente, la causal que determina la distorsión y el sofocamiento del proceso de desarrollo humano. La emoción es, a la vez, motor y freno del despliegue de las potencialidades del hombre. El rol que los sentimientos lleguen a jugar en la relación del “yo” dependerá del grado de control consciente que el hombre llegue a ejercer sobre su mundo emocional. El bienestar y el equilibrio afectivo de una persona marcarán los límites de su autorrealización.

“La enseñanza —dice Wall, en su libro Educación y Salud Mental— es relativamente eficaz en Europa; pero si se la considera como instrumento para preparar a los niños en el aspecto afectivo, para llevar una vida de adultos dichosa y plena, todavía está plagada de imperfecciones”.

Debemos hacernos cargo que es, frente al problema del desarrollo emocional de los niños, donde los seres humanos -en general-, cometemos los más graves errores y producimos las lesiones más profundas en la personalidad naciente.

En medio de las tensiones y de las angustias que genera la vida moderna, reconocida como la “era de la ansiedad”, la escuela no puede seguir demorando por más tiempo la tarea de asumir francamente las responsabilidades de mejorar su contribución al desarrollo de la estabilidad emocional de la gente.

La escuela, los maestros, los padres, la comunidad toda, están ejerciendo permanentemente influencia en la vida emocional del niño. Estos agentes deben comenzar por tomar clara conciencia de la gravitación profunda que tienen sus actitudes en este campo.

La responsabilidad de guiar el proceso que permita a los niños autocomprenderse y autodeterminarse, convierte en imperativo categórico para padres y maestros la tarea de esforzarse por la propia comprensión.

La comprensión de sí mismo es condición previa e indispensable para la comprensión de los demás. La autocomprensión y la comprensión del prójimo, son procesos que interactúan y se refuerzan mutuamente: La madurez y salud mental de padres maestros dará la medida y la naturaleza del clima y de la ayuda que encontrarán los seres en formación para la propia comprensión y el adecuado control de sí mismos.

Los seres humanos debemos aprender a controlar nuestras emociones, pero no al precio de ahogarlas violentamente de nuestra intimidad, pues la enorme carga energética que poseen producirá estragos en las profundidades más delicadas y frágiles del ser. La represión de los sentimientos conspira gravemente contra la salud mental.

La vida no vivida, la vida que no se expande y no se realiza en plenitud expansiva, se torna en agresividad hasta consigo misma.

”Parecería -dice Erich Fromm- que la cantidad de destructividad hallada en los individuos, es proporcional a la magnitud en que se restringe la expansividad de la vida”.

Del rol que los sentimientos jueguen en la relación del “yo” dependerá del grado de control consciente que el hombre llegue a ejercer sobre su mundo emocional.

La inteligencia no funciona como pensamiento puro en un vacío de la afectividad; su correlato natural es el sentimiento que provoca.