Editorial

Nuevas tensiones entre la Argentina y Gran Bretaña

Las relaciones diplomáticas entre los Estados exigen tacto, buenos modales y discreción. Puede que en cierto momento los embajadores se permitan la licencia de un adjetivo más áspero o duro que lo habitual, pero es muy raro que esa licencia se haga extensiva a los jefes de Estado. Puede que estas normas de convivencia estén teñida de cierta hipocresía, pero en más de una ocasión esa “hipocresía” es la que asegura la paz, porque como dice un célebre aforismo: “la hipocresía es un homenaje que la mentira le rinde a la virtud”.

Valgan estas consideraciones para evaluar las declaraciones del ministro británico David Cameron y de la presidente argentina Cristina Fernández. En general, cuando los políticos hacen declaraciones ruidosas, agresivas o altisonantes, es muy probable que estén actuando para su frente interno, que estén teatralizando situaciones para su público. Y ello suele ocurrir cuando aparecen los problemas y, por lo tanto, es necesario distraer la atención ciudadana con golpes de efecto. No cabe duda que las palabras de Cameron respecto del “punto final” en el conflicto por la soberanía de Malvinas, además de recordar el fracasado pronóstico de Fukuyama sobre “el fin de la historia”, fueron soberbias e injustas. Sorprende que un funcionario diestro en el manejo de las reglas de la diplomacia se despache con ese exabrupto. Pero cuando se presta atención al complicado contexto político interno en el que se se desenvuelve Cameron, se entiende el porqué de su discurso inusualmente duro. Intenta correr el foco de atención con una maniobra distractiva.

Por su parte, Cristina levanta la apuesta y no sólo critica a Cameron, calificando su propuestas de “mediocres y estúpidas”; sino que extiende su juicio a Gran Bretaña, a la que trata de “burda y decadente potencia colonial”. Esas altisonancias caras al populismo suelen ser útiles para exacerbar los ánimos de la gente y desplazar su atención hacia afuera. En rigor, el Reino Unido es una realidad compleja y contradictoria, sujeta a la crítica -como cualquier otra-, pero con insoslayables aportes a la historia de la humanidad. Por otro lado, es difícil encuadrarlo como un país decadente aunque es cierto que hace rato que dejó de ser una potencia colonial.

Las declaraciones de Cristina se inscriben en un panorama dominado por los escándalos de Schoklender y el INADI, a lo que se suma la sorpresiva decisión de los jóvenes Noble Herrera de hacerse nuevos exámenes de ADN y contrastarlos con todo el Banco Nacional de Datos Genéticos. En este escenario, y luego de superado el incidente con los EE.UU. por el affaire de los equipos de entrenamiento anti crimen, se comprende la bravata antibritánica.

En 1982 Leopoldo Galtieri y Margaret Thatcher llevaron a ambos países a una guerra disparatada, cuyos detonantes fueron las respectivas necesidades políticas de aliviar graves tensiones internas. Es de esperar que veintiocho años después los gobiernos de Gran Bretaña y Argentina no caigan en similar tentación.