Apuntes de política provincial

Morir de frío

Morir de frío

Alma sin hogar, escultura de José Sedlacek. Foto: Archivo/El Litoral

Teresa Pandolfo

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Llevo en el periodismo 37 años, comprendiendo en estas décadas la caída de muchos paradigmas, el cambio radical de sociedad en la Argentina y la visualización de alternancias entre períodos de prosperidad y otros de decadencia institucional y económica.

Equivocadamente consideré que ya nada iba a asombrarme o hacerme reaccionar. No con violencia porque mis genes no se orientan hacia ella. Digo reaccionar a la manera de cuando se hacen ejercicios espirituales, en que las capas del alma se movilizan y la persona trata de sacar lo peor que alberga en ella. Ayer, cuando en la redacción de El Litoral esperábamos como información del día algún cruce en el contenido de los mensajes relativos al Día de la Independencia, llegaron dos noticias tristes: el asesinato en Guatemala del cantautor Facundo Cabral y la muerte por frío de un bebé de tres meses. Para esas horas, su hermanito gemelo estaba también internado en el hospital de Niños Orlando Alassia y su estado seguía preocupando a los médicos.

La paginación del diario prevista para la jornada se cambió: en En Foco se colocó la muerte de Cabral en tanto que la sección Política y Economía levantó la crónica de un acto político en Rosario, para colocar en ese lugar la infausta noticia del bebé muerto. Se lo ubicó a continuación de un reportaje del que se desprendía que 300.000 personas reciben una ayuda alimentaria de la provincia.

Directamente, sentarse a escribir “Apuntes...” con el contenido habitual de la columna fue imposible. El bebé vivía en Alto Verde, enfrente de nuestras narices y se había muerto de frío.

No es el primero que fallece así en nuestro medio y lamentablemente no será el último, pero no deja de ser una situación inexplicable en estos tiempos de tanta comunicación, que me generó una serie de preguntas en una desordenada reflexión.

No sé cuál era la situación familiar de los hermanitos pero parece que a los progenitores les resultó difícil darse cuenta de lo que les venía ocurriendo hasta que para uno de ellos fue irreversible.

Cuestión moral

Alto Verde es un lugar tradicionalmente atendido por numerosas instituciones, incluso confesionales. El gobierno actual seleccionó al distrito como una de las cuatro áreas o barrios de la capital para llevar adelante una experiencia integradora en acciones sociales. Es evidente que ni la gestión privada ni la pública alcanzó a este grupo familiar. El año pasado, una directora de escuela suspendió las clases al comenzar el invierno porque los alumnos que concurrían no tenía ropa adecuada y sufrían frío.

Creo que en la indigencia, todas las caras son crueles pero la principal de ellas es la falta de educación, de preparación para el desarrollo de la vida. No es sólo una cuestión atravesada por las carencias económicas; otros factores sociales juegan como actores importantes de los hechos.

A veces, en las familias pobres, los hijos llegan demasiado temprano. Siempre los nacimientos serán un acontecimiento singular, pero en determinados casos parece que, además, el hijo trae estatus y se busca su concepción como un hecho más del día, que no lo es. “Hay una fábrica de niños”, coincidieron dos periodistas comentando lo ocurrido.

En mi reflexión, que comparto en “Apuntes...”, pensaba que no hay educación sobre la vida que “contenga” sin que deba llegarse al aborto, en un plano, y en otro, en éste me incluyo, responsabilidades frente a los otros. ¿Cómo no se supo de la situación de este núcleo familiar?

Como sociedad existe una responsabilidad frente a los que carecen de bienes pero, además, creo que somos responsables por el endurecimiento de nuestro corazón frente al conjunto social y muy fácilmente avalamos discursos y posiciones que en el fondo procuran desdibujar hasta dónde está extendida la pobreza y la indigencia en nuestro país. No se la quiere asumir en ningún nivel, ni institucional ni personal.

Somos partícipes de la idea de una sociedad más justa pero corremos detrás de un consumismo exacerbado -que nos exige cada vez más dinero- y no somos capaces del menor desprendimiento -de nuestro tiempo, por ejemplo. Tampoco se nos cae una sola idea de la cabeza que no sea la de un asistencialismo, que no cambia la historia de la pobreza estructural sino que sólo la alivia.

Desde esta profesión no ignoro que la deuda del mundo, no sólo de la Argentina, es el cambio de condiciones de vida para que todos, en alguna medida, tengan libertad y los bienes culturales y materiales necesarios.

Esta deseada igualdad de oportunidades no ha ahorrado debates ideológicos, el establecimiento de regímenes totalitarios y hasta conflictos armados. Sin embargo, nunca fue resuelta. No me resigno a pensar que esa posibilidad en el fondo no existe y que la desigualdad social, como otras que alcanzan al ser humano, siempre estará presente entre nosotros. Tampoco que podemos remitir las culpas inexorablemente a gobiernos de décadas anteriores sin tomar en cuenta los estragos que la corrupción está haciendo en el presente.

Por el contrario, creo que esta sociedad segmentada que compartimos es la imagen de la ausencia de un conjunto de valores que fuimos perdiendo en el tiempo, como el de vivir con austeridad aunque se tenga para más; la no necesidad de exhibir lo que se posee; el cumplimiento de normas de organización social mínimas, de distribución del ingreso y de solidaridad social, cuestiones todas que en algunas épocas no tan lejanas, permitieron que la existencia pudiera ser vivida colectivamente con más dignidad que ahora.