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“Formas frágiles”

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Seguramente no existe arte en el cual la improvisación pueda tomar tanta preponderancia como en la música. Pablo Gianera se ocupa del tema en Formas frágiles. Improvisación, indeterminación y azar en la música, que acaba de publicar Debate. Tal como preavisa el autor enseguida, se impone despejar un equívoco, al menos en el sentido en que trata el tema en su libro: “la improvisación no tiene relación directa con el automatismo psíquico. De hecho, existen la pintura surrealista, la poesía surrealista, incluso el cine surrealista, pero hasta ahora nadie reclamó para sí el título de músico surrealista. Esto tiene una explicación muy sencilla: la poética surrealista pretendía destronar un sentido, o aun la idea misma de sentido... Tal vez el problema de la música no sea el sentido sino la forma. Por eso Formas frágiles es un libro sobre los diversos modos en que se construye una forma a partir de la impredictibilidad, de lo perpetuamente inacabado”.

Improvisación, indeterminación y azar intervienen o suceden en la música de una manera distinta. Gianera estudia esta trinidad que nuclea a los ensayos de su libro a través de músicos paradigmáticos: John Cage, Johann Sebastian Bach, Lennie Tristano, Franz Schubert, John Coltrane, Stockhausen/ Cardew y Anthony Braxton.

En el apartado dedicado a Bach leemos: “La improvisación es una búsqueda. A partir de lo dado (un tema, un motivo), el improvisador busca algo que ignora. Pero no es el desconocimiento de la meta aquello que sostiene el interés de la improvisación sino el itinerario que lleva a esa meta, conocida o construida. La medida del éxito de la improvisación acaso sea el mayor o menor asombro del músico frente a ese camino que se fue abriendo a tientas. Casi todas las formas improvisatorias que empezaron a proliferar en la época barroca tienen como matriz esta voluntad de búsqueda”.

Y a propósito de Cage: “¿Qué era la modernidad para Stravinsky? Acaso lo mismo que para Cage: el olvido que espera en la superficie y en el fondo de lo nuevo, concebido como el repliegue del sujeto, la renuncia a las efusiones de la subjetividad, portadora sana del virus de la tradición. Lo nuevo es inapelable; por su condición misma de novedad, tiene un valor absoluto que resiste el juicio estético. Pero el antídoto de la libertad desbocada se revela asimismo como un fuego fatuo. Aunque finalmente cambiaría de opinión, Cage impugnó durante muchos años la improvisación en el jazz precisamente porque entendía que, en su aparente libertad, el improvisador era un lacayo de su memoria y de las urgencias instintivas del estilo. En el texto ‘Indeterminacy’ escribe: ‘Los artistas se llenan la boca con la palabra libertad. Un día, al detenerse en la frase ‘libre como un pájaro’, Morton Feldman se sentó en el parque y observó largamente a los pájaros. Cuando volvió me dijo. ‘¿Sabes qué? No son libres: se pelean por una miga de pan’,

“En Poética musical, Stravinsky atacó el mismo flanco que Cage, aunque fue más eficaz y logró derribar de un solo golpe dos fetiches, la expresión y la libertad: ‘La fuerza, dijo Leonardo da Vinci, nace por obra de la retención y muere por la libertad. La insumisión se vanagloria de lo contrario y suprime toda restricción, con la esperanza siempre engañosa de hallar en la libertad el principio de la fuerza. En realidad no encuentra sino lo arbitrario de los caprichos y los desórdenes de la fantasía. Pierde así toda especie de control, se desorienta y acaba pidiendo a la música cosas que se encuentran fuera de su alcance y de su competencia. ¿No es, en efecto, esperar lo imposible pedirle que exprese sentimientos, que traduzca situaciones dramáticas, que imite, en definitiva, a la naturaleza?’”.