Pasame la receta

Pasame la receta

Entre los programas “gurmets” -la corrección y la delicadeza idiomática ante todo- y los recetarios de los chefs de esos mismos programas, más algún libro desgastado, herencia de la nona quenpazdescanse, sobran en cualquier casa recetas para hacer muy ricas comidas. Falta que alguien cocine, nomás...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Porque acá mucha colección con cuatrocientas clases de pizzas distintas, muchas formas con diferentes estilos para asar carne -es intentar darle un título de licenciado al bruto del Pocho, séptimo grado pero tres asados a la semana: los hace con los ojos cerrados y son inmejorables-, el viejo libro de Petrona para la patrona, todo fantástico pero acá necesitamos que alguien se ponga frente a la cocina y haga algo más que la milanesa de siempre -todo bien con la milanesa, no quiero romper la base de la alimentación familiar- o un plato de fideos. Nadie cocina. Nos sobran canales pero nos faltan mensajes, mecachi. Estamos llenos de expertos pero no tenemos ningún peón. Y tengo hambre.

Libros de comida y recetarios hubo siempre. Es más: antes, las marcas relacionadas de alguna manera con la alimentación, te mandaban gratis un recetario que incluía su producto pero que te aportaba recetas sobre cómo diablos hacer bien una marmolada o un gateau, cualquier cosa que ello fuera (y no pregunto, y no pregunten porque no hay que meterse con los gateau), un coulis (silencio absoluto) o un penne (ni muevan las pestañas) o una salsa a la putanesca (ni hablar) y la nona o tu vieja las guardaban con unción en un cajón junto con el libro de Petrona y el cuaderno donde, a mano, las propias cocineras fueron anotando sus saberes, heredados muchos, y otros propios, hechos a puro ensayo-error...

Después, en la última década, sacando a un par de precursores, la cocina se nos llenó de humo, para no desaprovechar una metáfora infeliz (acá no tiramos nada y cocinamos con lo que hay: ropa vieja, se le llama), y aparecieron decenas, cientos de programas, muy lindos además, donde te enseñan a cocinar. Primero fueron trazos gruesos, tipo la cocina mediterránea o la cocina italiana, pero ahora hay canales enteros y entonces podés hacer la comida típica de un barrio de Oagadugu, cocina tailandesa o disponer de las recetas chinas del período Ming.

Son lindos programas, exóticos en sí mismos y ya no están pensados, como antes, para que vos anotes la receta y pruebes elaborar esa comida: están diseñados como un show, como un cuentito eficaz con final feliz, que depende en buena medida de la capacidad comunicativa del cocinero de turno.

Con las colecciones y recetarios, lo mismo. Yo recuerdo haberme comprado una colección entera de cocina, con libros dedicados a postres, carnes, pescados, pastas, panes y pizzas y fui haciendo, de puro hedonista, esas recetas para mí o para mis amigos. Pero duró poco: al rato, el tiempo vuelve a poner las cosas en su lugar y el rumor cotidiano te zambulle de nuevo en la milanesa con ensalada de lechuga y tomate; y en la única pizza con jamón y queso hecha con prepizza de panadería y listo.

Porque tenemos siete mil opciones y recetas, algunas incluso no te piden cosas imposibles -¿quién cocina con jengibre, quién usa de verdad salsa de soya, qué almacén de barrio te va a vender alcaparras a las diez de la noche?- pero no tenemos ni tiempo ni disposición para cocinar, salvo contadas excepciones.

Tengo el drástico ejemplo personal: dicen que no me manejo mal entre cacerolas -fui un inútil durante buena parte de mi vida, sobraban mujeres en mi familia, todas hábiles, así que postergué toda relación con la cocina- pero ello fue así por estricto gusto y superación personal. Cocino sólo por placer. Hago, por ejemplo, una pascualina gloriosa incluyendo la masa, pero mi mujer no recuerda cuándo comió ese manjar, que ya entró en terreno mitológico. Esta semana voy a sorprenderla y le hago la pascualina -y no se hagan los cancheros-; y si veo que no me da ganas, lo arreglamos fácil, rápido y rico: milanesas con ensalada de lechuga y tomate. Y pan comido.