Un oficialismo con la mitad más uno
Con liderazgo K, el PJ bate récords
El mapa político del país reconoce nuevos puntos extremos. El kirchnerismo corrió los límites del peronismo. Creció en casi todo el país respecto de su mejor elección, en 2007.
Coloridos festejos de la presidenta electa, de cuatro años atrás.
Foto: Archivo El Litoral
Luis Rodrigo
Algunas comparaciones con la historia reciente del país: desde 1983 a hoy sólo Raúl Alfonsín había sacado más del 50% en una elección; únicamente Carlos Menem aventajó a sus rivales por más de 20 puntos (también en el proceso electoral por su reelección, en 1995); y como en 1999 con Fernando de la Rúa, el proyecto de reelección de Cristina Fernández de Kirchner logró ganar en casi todos los centros urbanos del país.
Pero a todos esos extremos electorales, el oficialismo sumó otros el domingo pasado. En el nivel macro, es la primera vez que alguien solo pierde en una provincia (San Luis) y una ciudad importante (Rosario, por muy poco).
La opción de alianzas del kirchnerismo de 2007 era la transversalidad, una palabra olvidada. Hoy es el peronismo. Y tras cuatro años de gobierno, el PJ logró 5 puntos más en todo el país.
Como se verá, también en el nivel micro hay nuevos extremos para el mapa K.
Mandar en Buenos Aires
Nadie antes había obtenido en el primer distrito electoral del país, el 53% del electorado (7 puntos más que en 2007).
El triunfo del PJ en la provincia de Buenos Aires implicó 4,1 millones de votos: el 40 % de los sufragios que logró el partido de gobierno.
Y la estrategia electoral del kirchnerismo fue prolija especialmente en ese mundo -poco visto en los medios pero mayoritario- que rodea a la bella ciudad de Buenos Aires.
En la Argentina, no puede gobernarse si no se posee una porción de ese poder. Cristina debía tener más votos que Scioli, lo que se logró -acaso lo lograron ambos- con una alianza que le aportó 9 puntos extra a la boleta K para presidente.
Las listas del intendente de José C. Paz, Mario Ishii y del diputado de Nuevo Encuentro, Martín Sabbatella, hicieron esa diferencia.
La Matanza, Lomas de Zamora y Almirante Brown tuvieron cifras (más del 60 %) que despiertan figuras obscenas del argot político. Y qué decir del 69 % del territorio del mencionado barón japonés del conurbano.
Hubo otra ventaja extra, que bien pudo no haber sido calculada. Las mesas del cuarto oscuro bonaerense y su profusión de boletas a todo color hicieron que los votos en blanco fueran 809.178 y 65.086 los anulados, sobre 6,9 millones de válidos. No es poco argumento como para desmentir el discurso presidencial triunfal de ayer con lecciones de calidad institucional. Pero la oposición no ha anotado ese dato que figura en la tapa de hoy de Ámbito Financiero. Y la pregunta es ¿hay algún opositor en condiciones de poder hacerlo?
Mitos y “humitos”
¿Un mito o “humito”? El voto del campo del que Argentina habló por años fue asumido como una categoría social. Como un nuevo actor del proceso político nacional con potencialidades masivas, que abarcaba a los empresarios agropecuarios -tanto los que mejor se han instalado desde la Argentina en el mercado mundial como los que producen esas materias primas exportables- y a quienes tienen un contacto directo o indirecto -económico, social o de simple vecindad- con su bonanza.
Las elecciones del domingo parecen desmentir la existencia de esa categoría que con tanta amplitud se construyó en 2007. (Hasta los peones asalariados se sumaban a “el campo”, expresión que por momentos alcanzó plenitudes de significaciones patrias).
De lo contrario, si se piensa que sí existe ese sector social habrá que interpretar que sus principales representantes quedaron lejos de sus representados.
¿Existe una ruralidad cultural que sea realmente diferente de la vida en las ciudades? Los partidos de la oposición lo creyeron y generosos abrieron sus listas de candidatos a dirigentes del sector agropecuario. El federalismo volvió a ser un valor político a rescatar por la oposición, pero el poder central ganó casi todas las provincias. Huelgan más comentarios.
De Angelis
Los números de Gualeguaychú, la capital de las protestas que paralizaron el país y los guarismos de los departamentos más sojeros de Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba no dejan lugar a dudas. Está claro que aquí quienes votaron por Miguel Torres del Sel también pudieron votar -en parte- a Cristina (y lo mismo con quienes lo hicieron por Bonfatti). “¿Y ahora qué hacemos?”, resumió Alfredo de Angelis, quien pudo alguna vez -con muecas y quejas- hacer temblar al gobierno.
No es diferente de lo que ocurrió con la mayoría de la ciudad de Buenos Aires, que derriba otro mito: el del cuarto poder poderoso. Y aquí quien ha quedado desairado es -qué paradoja- el propio gobierno, o mejor, una parte de su discurso, que la presidenta parece abandonar paulatinamente.