Editorial

Institucionalidad y orden en Londres

Muchos atribuirán a su condición de conservador la iniciativa del primer ministro británico, David Cameron, de resolver los disturbios callejeros que asolaban a Londres y se extendían peligrosamente hacia otras ciudades, por el expediente clásico de la represión. Es probable que para los conservadores el orden sea un valor emblemático, una prioridad indispensable para pensar la política y entiendan, como los viejos positivistas, que es en todas las circunstancias la condición del progreso.

De todos modos se estarían equivocando quienes suponen que la mano dura es el único recurso del que se vale Cameron para terminar con los desmanes de los manifestantes. En principio, y a diferencia de lo sucedido en otras capitales del mundo donde los “indignados” reivindicaban consignas claras, sostenidas en más de un caso por discursos políticos muy bien formulados, en Londres más que una movilización por demandas sociales justas lo que se produjo fue una suerte de estallido social donde lo que predominó fue la violencia y el pillaje en todas sus versiones.

Cuando Cameron regresó apresuradamente de sus vacaciones en Italia para hacerse cargo de la crisis, se encontró con que la inmensa mayoría de la población, incluso las organizaciones que representan a los inmigrantes, le pedían al Primer Ministro que imponga el orden recurriendo a todos los dispositivos coercitivos que establece la ley. En barrios londinenses, donde la comunidad musulmana es importante, sus representantes se ofrecieron a trabajar con las fuerzas para terminar con las actividades delictivas. En otras zonas de la ciudad, los propios vecinos se organizaban para proteger sus viviendas y negocios de los asaltos de la turba.

Al momento de tomar la decisión de ordenar a la policía que saliera a la calle, Cameron tuvo la precaución de asegurarse que el principal partido de la oposición compartiera esta iniciativa. El ejemplo merece ser tenido en cuenta porque, atendiendo el carácter faccioso y oportunista de las luchas políticas de nuestro país, lo sucedido en Gran Bretaña no deja de ser novedoso y aleccionador.

Junto con la movilización y el respaldo político a la policía para que haga su trabajo, los jueces pusieron las barbas en remojo y procedieron a procesar con inusual eficacia a los responsables de los daños cometidos contra la propiedad privada y el patrimonio público. La acción combinada de todos estos dispositivos institucionales logró asegurar el orden con el respaldo activo de la mayoría de la población.

Corresponderá de aquí en más evaluar las causas de estos brotes de violencia irracional. Por lo pronto, la naturaleza de los hechos tiende a desalentar los lugares comunes con los que el progresismo suele evaluar estos acontecimientos. Temas tales como el neoliberalismo, los resabios del thatcherismo o los planes de ajuste han sido desestimados en el acto. Tampoco se ajusta exactamente a la realidad el clásico argumento de la indisciplina social de los inmigrantes discriminados y marginados, ya que como los procesos judiciales se han encargado de demostrarlo, una amplia mayoría de pandilleros son ingleses de piel blanca.