La obsesión del rescate

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“Esquina soleada”, de Norberto Russo.

 

Por Ana Bugiolacchio

 

“La memoria más antigua”, de Jorge Isaías. Editorial Ciudad Gótica. Rosario, 2011.

¿Cuál es la memoria más antigua, la más sangrante, la más velada? Pregunta ancestral que ya es sustancia viva de la poesía de Isaías y se repite saliendo de la tierra o de los sonidos elementales, “donde sobra el canto de los tordos”.

La memoria más antigua, de Jorge Isaías, es una bella obra poética que fue publicada por primera vez en 1982 por Ediciones Trovador y ahora es reeditada por Editorial Ciudad Gótica, acompañada del minucioso prólogo original de Alma Maritano.

Dos son los capítulos en los que el autor agrupa sus piezas poéticas: Deudas y Paisaje, y tal vez en esta somera catalogación se encierre la respuesta tan anhelada por el poeta al escribir y recordar.

El paisaje es la propia manera de ver la vida, un paisaje que se vuelve a recorrer insistentemente buscando los mismos seres y los mismos mapas y descubriendo al tiempo que el paisaje se transmutó de manera veloz y huidiza, tomando el color de la hora del día y de la estación del año en el que la letra roza el papel.

La escritura manuscrita -veloz y rasgada- del escritor revela también en sus trazos esa misma búsqueda asombrada y perpleja que se vislumbra en los ojos al recordar, entornándose un poco a veces y encandilándose otras. Los rostros y voces regresan con la luz mortecina y traen nuevas risas y recuerdos callados que tienen siempre el permiso de aparecer.

Jorge Isaías dijo alguna vez que él escribía no para los que no quisieron hablar sino para los que no pudieron. El silencio, la vergüenza y el olvido privan al hombre de la poesía y dejan al paisaje absolutamente solo.

Conocedor de su oficio y su don, el poeta desea saldar las deudas que se agigantaron con el tiempo, sabedor de que la letra puede dar luz y forma a ese olvido precario. Esta obsesión de rescate lo lleva a una exploración de los significantes, la musicalidad y el ritmo; el paisaje deja de ser un simple marco para disolverse en la propia escritura y transformarse en el trazo mismo.

Los entrañables Mingariello, Bersagliere, Marcelo Isaías, el Oriental o el viejo Pichi hacen piruetas entre los trazos geométricos y viriles porque: “Ellos están en la carnadura más tierna de mis versos”.

La memoria más antigua pendula así entre un tono casi susurrante de canción infantil y el golpe de cincel del orfebre, mientras sigue puliendo el recuerdo amorosamente, abrazándolo y dejándolo brillante en ese paisaje móvil. La certeza de estar bien encaminado lo hace penetrar más y más en ese infinito caleidoscopio de intentos y rememoraciones.

Una especie de acertijo del mundo antes del mundo, del mundo puramente feliz, donde no hubiera lugar para la “intemperie” del olvido.


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“Almacén sobre el camino”, de Norberto Russo.