Día del Niño

Trabajo infantil y deserción escolar

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Es un hecho comprobado que el trabajo intensivo en la niñez y la adolescencia “afecta la inclusión educativa, aumenta la probabilidad de rezago educativo y la probabilidad de ausentismo escolar”.

Foto: Archivo El Litoral

Mons. José María Arancedo (*)

 

Desde diversos lugares y miradas nos acercamos para celebrar en este día al niño. Todas tienen en común un gesto de afecto y de cercanía. Vemos en ellos una persona, una realidad actual que debemos amar y cuidar. Pero verlo sólo como un presente nos puede llevar a aislarlo de su historia y proyecto de vida. Considerarlo en la dinámica de un camino que va construyendo nos puede ayudar a tener, además de un gesto de cercanía, una actitud de responsabilidad con la vida que ellos deben afrontar. Hay muchas orfandades futuras que hoy tienen su causa, y tal vez cerca de nosotros.

Esta mirada hacia la niñez me lleva a plantear con preocupación la realidad y el futuro de nuestros chicos, desde la perspectiva del trabajo infantil y la deserción escolar, con todo lo que implica de agravio y desigualdad social. Es un tema que conocemos o intuimos por la experiencia en los barrios y capillas, pero al recibir los datos de estadísticas serias me parece que es oportuno detenernos y plantear el problema. Sabemos que hay una Ley, la 26.930, que prohíbe el trabajo infantil hasta los 16 años, y que protege el trabajo entre los 16 y 18 años. Podemos decir que contamos con una estructura legal e institucional clara, pero no siempre con su plena vigencia.

El trabajo infantil se plantea en una doble modalidad, el llamado “doméstico intensivo” y el trabajo en “actividades económicas”. Me detengo en el primero, sin dejar de pensar que el segundo reviste una gravedad mayor y requiere un tratamiento especial. Es habitual que los niños realicen tareas en los hogares, esta práctica en sí es buena, pero la “intensidad” en su realización es lo que hace de este trabajo un elemento que distorsiona el tiempo de la niñez y alienta la deserción escolar con todo lo que conlleva. Esto se debe, principalmente, a la ausencia de los mayores en el hogar, sea por trabajo u otras ocupaciones y delegando estas funciones en los niños.

El 42,5 % de lo niños/as y adolescentes realiza alguna actividad doméstica en el ámbito de su propio hogar, por ejemplo: limpiar, lavar, planchar (16,8 %), hacer la comida (15,9 %), cuidar hermanos (23,1 %), hacer mandados, juntar agua o buscar leña (32,6 %). A estas tareas se las considera no intensivas. Sin embargo, agrega el estudio del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina, el 8,2 % de la niñez y adolescencia urbana realiza estas tareas domésticas de modo intensivo, es decir, que tienen bajo su responsabilidad todas las tareas del hogar mencionadas arriba pero de una manera excluyente. Se advierte, además, que este trabajo intensivo en la niñez es más realizado por las mujeres, niñas o adolescentes. El ocuparse en actividades domésticas intensivas se da mayoritariamente en zonas de villas y asentamientos precarios.

Esta situación claramente regresiva para los niños/as, sobre todo en situación de pobreza y vulnerabilidad, es un desafío al que se le debe prestar una atención preferencial por la carencia de medios que presenta. Es un hecho comprobado que el trabajo intensivo en la niñez y la adolescencia “afecta la inclusión educativa, aumenta la probabilidad de rezago educativo y la probabilidad de ausentismo escolar”. Tanto es así, concluye, que entre los 5 y 17 años, período de escolarización obligatoria, la no asistencia a la escuela alcanza el 9,1 % entre los niños y adolescentes trabajadores, mientras que entre los no trabajadores es de 3, 9 %. Como decíamos, esta situación al darse en contextos de pobreza amplía la brecha educativa de quienes menos tienen.

Creo que es importante considerar el tema del trabajo infantil desde la deserción educativa, porque ello nos permite partir de la defensa de los derechos del niño a estudiar, con lo que significa para su desarrollo y futuro. Hemos hablado sólo del “trabajo intensivo” como causante de una situación que compromete la equidad en la vida de los niños. Esto reclama una atención y acompañamiento familiar, como también una responsabilidad social y política por ser un tema que hace a la dignidad de la persona y a la cultura de la sociedad. Las estadísticas nos ayudan a tomar conciencia de un problema y a elaborar las respuestas necesarias, porque nos muestran el comportamiento proyectivo de un problema, es decir, ver las consecuencias que tiene.

Considero que estas reflexiones hechas sobre la base de un estudio estadístico son útiles, no sólo para conocer la realidad sino para que nos movilice como sociedad a asumir actitudes que permitan encontrar respuestas a un problema que debemos atender. Todo lo que comprometa la inserción educativa de la niñez, es un signo de descuido o de enfermedad social que no podemos callar. Este tema requiere de una sólida política de Estado que comprometa personas, tiempo y recursos.

(*) Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz .