Artes visuales

Mario Arana- Antología 2001-2011

Domingo Sahda

 

En las salas del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas, peatonal San Martín 2068, Mario Arana exhibe una colección de trabajos plásticos que abarcan el período equivalente a una década de realizaciones artísticas, siendo la acuarela directa el medio material, con sus correspondientes técnicas, el recurso distintivo, al que se le agregan, en menor medida, algunas pinturas al agua con incorporaciones de dibujos al grafito. La colección de acuarelas, en sentido estricto, se exhibe en la sala Mayor y la que le continúa en recorrido directo; en tanto, en la sala denominada Susana Bachini, se muestran trabajos con intervención de lápiz. Otras acuarelas se diferencian de las citadas en primer lugar por la cuestión temática y de contenido expresivo manifiesto.

En un muy buen ordenamiento espacial, las acuarelas que remiten al tema general de “paisajes” se muestran, a modo de balance de lo realizado; mientras que la sala Bachini muestra exploraciones y experimentaciones diametralmente opuestas en tanto nos ajustemos al contenido expresivo, a la temática abordada y a los modos de resolución visual en el plano. En todos los casos, la presentación es inobjetable.

La pintura a la Acuarela, procedimiento técnico que hace su ingreso en la historia del arte occidental en el temprano Renacimiento, se define como pintura al agua sobre papel específicamente, y requiere un muy diestro conocimiento, prontitud, inspiración y seguridad, así como cálculo y previsión de todo el proceso. No admite empastes ni correcciones evidentes, organizando su escala cromática a partir de la luminosidad del papel de base. Los retoques eventuales siempre revelan al acuarelista bisoño, en tanto que los repintados suelen ser inaceptables pues manifiestan indecisiones en aquello que distingue a la acuarela, a saber: la precisión y el registro exacto. No quiera entenderse aquí descripción objetiva o relato visual evidente. La acuarela puede, y de hecho lo es figurativa o abstracta, con todos los pasajes y modificaciones de lenguaje visual personalizado, sin perder calidad específica por ello.

Sutil melodía

En esta colección de acuarelas que Arana expone, se nos muestra al autor como ejecutor del trabajo planteado a la vez que vehículo transido entre la manifestación panteísta del entorno, sea el paisaje enfocado y trasladado, o modificado según la intención subjetiva y radical del mismo según sea el objetivo buscado. Su particular óptica conmovida entre la plenitud de los cielos, la infinidad distante del paisaje, el caserío evanescente montado sobre la loma, el rojo esplendor del otoño en los árboles que fugan hacia el horizonte, los follajes que licúan su sombra fundiéndose entre sí, hacen de estos registros una sutil melodía que atrapa la mirada, que embarga al ojo para así atravesar la ventana del cuadro licuándose en el universo.

El refinamiento plástico, la sutileza del timbre cromático, la delicuescencia de la materia hacen lo suyo guiadas por la mano del pintor que mira cuando pinta mientras se mira pintando para mantener todo bajo control. Una disciplina férrea que otorga libertad absoluta a cada pieza a la vista. Nada de “enmiendas ni raspaduras”; el autor, con elegancia, sortea las eventuales dificultades de representación. Los paisajes entrevistos son “sus paisajes” mixturados entre la exteriorización del dato y la interpretación del hecho.

Ocasionalmente, trastabilla cuando acomete con los colores sombra y tierra tostada. Le son más propicios los tintes que viran hacia los azules, grises y ciertos verdes y algún matiz dorado cuasi ferruginoso. Nada de relatos aplicados, aquí hay escenario donde cada quien escribe su drama al mesurado compás del romanticismo contenido, sin exteriorizaciones delatoras. Poesía contenida entre el tinte, el gesto y la infinitud del tiempo y el espacio. El ocasional trazo del dibujo previo como ordenador no entorpece la elaboración final de estas realizaciones que tienen cierto corpus de “registro exacto”, donde nada falta ni sobra. Detenerse en el punto justo habla muy en favor del expositor.

El coraje de atreverse

La colección de paisajes podría interpretarse quizás como final de un ciclo si se coteja esta parte de la muestra con la serie de obras que se exhiben en la sala Susana Bachini. Son dos modos de decir el arte visual sólo emparentados por la materia pictórica. El gesto difiere, el asunto es otro, las intervenciones también apuntan a otro cometido expresivo, exacerbado, tenso, en ocasiones a medio camino entre el ser y el no ser. Este contraste deliberado, expuesto en forma conjunta es un desafío del acuarelista ante sí mismo, desafío y riesgo que hace público como un modo de hacerse cargo, y ante el riesgo de repetirse a sí mismo, aventurarse por nuevas sendas a desbrozar.

La mixtura de la acuarela como tinte interpretativo de parcelas delineadas, sumada o yuxtapuesta al dibujo a punta de lápiz enlaza un tanto riesgosamente dos recursos de entidad propia en busca de una solución integrada. Aquí hay grietas y desacoples a resolver.

Arana se permite indagar alternativas discursivas y nuevos rumbos. Estos desafíos implican riesgos pues la aventura de construir mundos parcelados en los cuales la condición humana muestra sus máscaras de gloria y miseria contrasta con su paisajística. Le asiste el pleno derecho del creador de imágenes que se desafía a sí mismo y al entorno. Deberá tomar el empecinado camino del descarnado aprendizaje en tanto lo sienta necesario. Cuando la pintura no es desafío o interpelación, corre el riesgo de ser un bello ornamento, necesario obviamente para la existencia plena. Mas, cuando se opta por la comodidad de lo conocido por temor al riesgo de lo desconocido, se retacea la libertad para ser. Arriesgar el discurrir creativo logrado en pos de aventuras, de caminos insondables, es apostar al coraje de atreverse. En suma, de vivir en plenitud.