MYRIAM SILBER

Homenaje a una mujer que produce belleza

La arquitecta y paisajista visitó su Santa Fe natal y fue reconocida por la obra que desarrolló en distintos lugares del mundo a lo largo de su vida.

 

Natalia Pandolfo

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Pasó su infancia y su adolescencia en la ciudad de Santa Fe. Estudió en la Escuela Industrial, donde fue activa militante en los 70 y de donde rescata “la base” del gran edificio que construiría luego con su vida.

Myriam Silber ingresó con su silla de ruedas el miércoles pasado al salón de actos de la Facultad de Arquitectura de la UNL, en El Pozo, para participar de una charla organizada, a modo de homenaje, por el Ceipal (Centro de Estudios e Investigación de Políticas Argentinas y Latinoamericanas) y la Asociación del Parque Federal, en el marco de la cátedra “Arquitectura en contextos regionales”, cuyo titular es el Prof. César Carli.

Paralelamente, la provincia le rindió reconocimiento con una muestra en La Redonda, y la Municipalidad declaró de interés su obra.

“Creo que todo esto es demasiado”, diría, con su hablar trabado a causa de una esclerosis múltiple que desde hace 13 años altera “no uno, sino todos los órganos”, según ella misma declaró frente al público. “Afecta también al habla: fatal para una mujer”, se dio el lujo de bromear, promediando la charla.

“Nos motiva reencontrar los impulsos artísticos y de conocimiento de la década del 70, que los criminales acallaron a través del genocidio”, explicó Eusebio Cabral, del Ceipal.

En el encuentro se abordaron las principales obras de Silber y su aporte al universo arquitectónico, fundamentalmente a partir del Jardín de las Tres Culturas, de Madrid, donde vivió muchos años. Con el soporte de fotos y videos, ella explicó el sentido de las cosas que hizo a lo largo de su carrera. “Estoy feliz de haber sido una de las personas a las que se les encargó una piecita minúscula de este gran Jardín”, dijo Myriam. Por las ventanas de la Facultad, mientras la mujer le ganaba la batalla a las palabras, el sol se ponía sobre el predio UNL-ATE, que ella misma diseñó años atrás.

LA TRAMA DE LA VIDA

“La arquitectura tiene dimensiones cuya amplitud no se termina de comprender en la práctica. La arquitectura es mucho más que la edificación: nace como una presencia del ser humano sobre el territorio del planeta”, introdujo la charla el profesor chileno Pablo Damovich.

Arquitecto clásico, a lo largo de sus 35 años de docencia fue interesándose progresivamente por “estas interrelaciones que hacen propicio el hábitat humano”. “Durante millones de años, el hombre procuró crear lugares en los que se optimizara su forma de vida. En este sentido, la palabra paisaje tiene varias vertientes. Cuando se habla de un arquitecto paisajista, pareciera que estamos hablando de alguien que pinta cuadros. Y en realidad, la relación no es tan absurda: lo paisajístico tiene que ver con lo artístico, con la visión que se tiene del territorio. Podríamos decir entonces que el paisaje es la percepción humana del territorio”, sintetizó.

Por otra parte, agregó que “esta definición implica que en el territorio suceden cosas, porque el ser humano actúa sobre él. El territorio cambia continuamente, el planeta está en constante conmoción, y sobre esto se desarrolla la trama de la vida”.

“Hacemos arquitectura para satisfacer las necesidades humanas. Por eso la arquitectura tiene un aspecto funcional. El edificio, la ciudad, el territorio organizado, son instrumentos: pero cada cultura lo hace a su manera, de acuerdo a sus particularidades”, especificó. En este sentido, sostuvo que “podemos entender a la arquitectura como ‘satisfactora’ de distintas culturas, aunque la necesidad en última instancia sea universal”.

HOJA DE RUTA

Myriam Silber se exilió de Argentina a los 19 años; estudió Diseño Ambiental en la Escuela de Betzalel, en Israel, y Paisajismo en la Universidad Complutense de Madrid, donde se radicó en 1980. Actualmente vive en Santiago de Chile.

“Es una artista del paisaje preocupada por las implicancias sociales y ambientales de su profesión -la definieron en el homenaje que recibió en La Redonda-. Gestiona espacios a los que convierte en lugares de fácil apropiación volcando en su diseño la historia, la cultura y los requerimientos de la comunidad a la que están destinados. Su obra incluye el tratamiento paisajístico de nuevos espacios públicos, la rehabilitación de antiguos jardines históricos patrimoniales y también jardines unifamiliares o proyectos para necesidades sociales emergentes”.

Según se describe en Fotoblog Madrid, su obra más trascendente -el proyecto del Jardín de las Tres Culturas- evoca la convivencia que, en el pasado, hubo en España, de las culturas cristiana, árabe y judía. El jardín está formado por tres estancias, una por cada una de las culturas, dominadas, en la altura, por una plataforma, común a las tres, que representa El Paraíso.

A esta zona se entra por unas enormes puertas, caminando a través de una pasarela de madera. El lugar está profusamente cubierto de vegetación y agua, lo que da una sensación de vergel.

El Jardín Cristiano o Claustro de Las Cantigas, en honor a Alfonso X, El Sabio, que fue mecenas de eruditos, tanto árabes como judíos, tiene una planta en forma de cruz, y debido a las columnas, transmite una sensación de claustro medieval. Las plantas aromáticas y medicinales, como el romero, la lavanda, el laurel, refuerzan esa sensación.

La entrada es por una puerta de la que cuelga una campana, y los paseos confluyen en una plaza, en donde se observa un pequeño templete, imagen clásica que ilumina las Cantigas.

Originalmente, en uno de los estanques existía un órgano, formado por siete tubos transparentes, que representaba la unión de la música con el agua.

El Jardín Árabe o Estanque de Las Delicias recuerda en su planta a un tapiz persa. Varios muros de ladrillo, de distintas alturas, forman varias estancias independientes.

En el centro se observa un pabellón, sobre una fuente de mármol blanco, que vierte su agua a un estanque. En la parte baja, el agua corre por acequias, adornadas con azulejos, como generadora de vida y sonidos. Flanqueando todo el conjunto, hay cuatro palomares, en forma de minarete. Todo el jardín está aromatizado por árboles y plantas como naranjos, jazmines y lirios.

El Jardín Judío o Vergel de los Granados toma su nombre del Cantar de los Cantares del rey Salomón. Aquí se observan cuadrículas de distintas texturas, pavimentos y arenas. El recinto está delimitado por muros de piedra caliza, traída expresamente de Jerusalén. En el suelo está formada la estrella de David, y en el centro, una fuente, en forma de espiral, vierte agua para varios arroyos.

Las especies plantadas están inspiradas por los textos bíblicos: granados, cipreses, almendros.

Myriam Silber cuenta, en su extenso currículum, con el diseño, junto a Carmen Auñon, de los jardines del Marques de Casa Riera. También fue la creadora y coordinadora de la Escuela de Jardinería de la Quinta de los Molinos.