Con la lengua afeitada

Por Betocas

Generosidad y experiencia

Pienso que estar muchas horas frente a alumnos de casi cualquier edad, aún los universitarios principiantes que siguen siendo en una gran proporción inmaduros adolescentes, durante veinticinco o treinta años es un esfuerzo muy grande y capaz de provocar situaciones de fuertes tensiones personales que hasta pueden perjudicar a los propios alumnos. Por lo tanto, creo que nadie discute que prolongar esta actividad por mucho más tiempo no es razonable. Hasta aquí, concuerdo plenamente con los maestros y profesores. Obviamente que el problema educativo de la Argentina pasa por muchos aspectos irresueltos, algunos de ellos inclusive mucho más graves que éste, pero no es esta breve columna el lugar para abordarlos. La reforma necesaria implica, en mi opinión, un cambio tan profundo que sería una irresponsabilidad enfocarla aquí.

El acuerdo anterior no significa entender que una persona con treinta años de actividad docente delante de una clase se haya transformado en un ser inútil que debe retornar a su casa para que, poco después de haber cumplido algo más cincuenta años, deje de ser valiosa para la sociedad, en especial en esta época en que la expectativa de vida en la Argentina se ha prolongado hasta los 77 años. Y todo esto lo afirmo sin considerar los aspectos económicos relacionados con el posible colapso del sistema previsional porque sólo sería un efecto secundario.

Así como jubilaciones provinciales que alcanzan cifras superiores a los 30.000 pesos por mes me parecen obscenas y sólo producto de situaciones de privilegio inadmisibles (y generalmente acompañadas del no pago del Impuesto a las Ganancias) la posición actual del gremio docente no me parece generosa. Tampoco se trata de la única actividad que puede crear deterioro en las capacidades de la persona con el correr de los años.

Hay muchas funciones que se pueden desempeñar al menos por unos años más, donde sin someter al educador a una tarea estresante, se puede aprovechar su experiencia. Y me voy a referir sólo a dos de las muchas que podrían considerarse, ambas ampliamente estimulantes: (1) Hacerse cargo de horarios de apoyo gratuito a grupos muy reducidos de jóvenes con problemas de aprendizaje y (2) Prepararse con seriedad para dictar cursos de actualización para los docentes en actividad. La primera es un servicio solidario y fraterno, la segunda una manera de mantener en plena actividad sus neuronas y colaborar con sus colegas.

Salvo que el objetivo final sea menos desinteresado y apunte a ejercer tareas afines a las que se abandonan, pero en forma privada y bien remunerada.