Editorial

La crisis en Grecia

Los observadores económicos más realistas aseguran que Grecia está al borde del default como lo estuvo la Argentina hace diez años. Las diferencias, de todos modos, no dejan de ser significativas desde el punto de vista de las consecuencias. Mientras que el default de nuestro país sólo pareció afectar a Uruguay, en el caso de Grecia sus consecuencias pueden llegar a ser temibles para la Eurozona y el conjunto de la economía mundial, al punto que se ha llegado a decir que la crisis financiera podría ser superior a la que provocó el derrumbe del banco de inversión Lehman Brothers.

Si bien la economía griega representa apenas el 2,5 por ciento de la europea, su posible derrumbe provocaría un efecto dominó sobre las economías mas débiles de Europa como pueden llegar a ser la de España, Portugal e Irlanda, entre otras. Si esto ocurriera, la crisis no sólo se instalaría en el corazón de la economía europea, sino que cruzaría el Atlántico y afectaría la leve y vacilante recuperación de la economía norteamericana.

Así se explica que todos los operadores financieros y jefes de Estado estén mirando con preocupación lo que sucede en Atenas, donde el primer ministro Giorgos Papandreu propuso un conjunto de políticas de ajuste que, como es de prever, han suscitado la desaprobación de los sindicatos que representan a los empleados públicos. A ellos se suma el conjunto de la clase trabajadora, las clases medias que ven amenazadas su estilo de vida y los jóvenes que sospechan que no tienen lugar ni en el presente ni en el futuro.

Atendiendo al desarrollo de los acontecimientos, podemos observar que una vez más el círculo de hierro vuelve a presentarse: una Nación que se ha acostumbrado a gastar por encima de sus posibilidades, pero que sus trabajadores no quieren ser la variable del ajuste que reclaman los organismos internacionales de créditos para otorgarles los correspondientes créditos.

No concluyen allí las contradicciones y dilemas. Alemania, la economía más poderosa de Europa, ha declarado que no está interesada en subsidiar a los griegos, mientras que éstos no han vacilado en advertir que no están dispuestos a soportar que su economía sea manejada por tecnócratas “inhumanos e insensibles”, cuya reiterada solución es siempre un ajuste en contra de las clases populares.

A nadie se le escapa que si el “euro” no existiera, los responsables de su economía ya habrían devaluado el dracma y reestructurado su deuda, como lo hizo en su momento nuestro país, pero integrando la zona del euro esta salida resulta imposible. Por último, y atendiendo los rigores de la crisis, crece la sensación en Europa de que el proyecto programado por los técnicos y burócratas de Bruselas tendiente a constituir un gran mercado con capacidad de competir incluso contra Estados Unidos, adolece de varios vicios estructurales y coyunturales cuyas nocivas consecuencias recién ahora empiezan a ser evidentes.