crónicas de la historia

“Facundo”

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Rogelio Alaniz

El libro como género es inclasificable. Puede ser un ensayo, una biografía, un tratado político. Puede pertenecer a la sociología, a la historia, a la literatura o a la teoría política. También puede ser una mezcla, un “híbrido” que es en definitiva el acuerdo provisorio al que han llegado los estudiosos: el “Facundo” es una mezcla de géneros, una mezcla curiosa e inspirada. “Es un libro raro”, se dijo. La calificación no pertenece a los críticos ni a los lectores, sino al propio Sarmiento.

La discusión alrededor del género puede ser eterna y ya está visto que nunca se arribará a una conclusión definitiva. Sin embargo, no es ese el problema principal a la hora de pensar en este libro. Admitamos en principio que salvo a los expertos a nadie le importan las calificaciones. Como le gustaba decir a Oscar Wilde: “Hay libros bien escritos y libros mal escritos”. Lo demás importa poco.

El “Facundo” es un libro bien escrito. Pero ¿por qué es un libro bien escrito? Por varias razones, pero en primer lugar porque el trabajo que Sarmiento hace con las palabras es novedoso. Hay ritmo, hay cadencia, hay musicalidad... hay magia...Y todo ello ocurre porque hay otra cosa: una mirada lúcida, profunda de la realidad. Una mirada que incluso contradice las creencias políticas de Sarmiento, las contradice y -sorprendentemente- las hace más reales.

Algunos críticos postulan que el escritor es algo así como un hechicero, un personaje que le descubre a las viejas y gastadas palabras atributos y significados inéditos, alguien que le arranca a la realidad fragmentos maravillosos, tonos y luces. Es lo que logra Sarmiento con este libro. Son esas virtudes las que transforman al libro en un objeto eterno, en algo que se puede leer en cualquier tiempo y circunstancia y siempre es interesante, siempre tiene algo que revelar.

Un buen libro es el que nunca agota sus posibilidades. Es lo que pasa con “Facundo”. Es lo que ocurre con su rival histórico: el “Martín Fierro”. Se los puede leer siempre y siempre nos van a sorprender con algo nuevo. Nosotros cambiamos, la sociedad cambia y el libro, como un objeto mágico, también cambia. ¿Ejemplos? Sarmiento habla de Rosas y entre otras cosas se refiere a su alma fría, a su capacidad para hacer el mal sin apasionarse. Un siglo después Hanah Arendt teoriza acerca de la banalidad del mal. Sarmiento la anticipa a golpes de poesía e intuición.

Unas páginas más adelante habla de la música que se está gestando en el pueblo. Habla del oriyero y su relación con el baile y la poesía. De cierta manera de moverse, de caminar y “hasta de escupir” que ha adquirido el hombre del pueblo. Y concluye diciendo que de esas costumbres y hábitos se forjarán en el futuro excelentes ritmos populares. Sarmiento está hablando del tango en 1845, está hablando del tango y él no sabe que se llamará tango pero lo presiente, lo ve, lo escucha y nombra sus rasgos distintivos.

Imagino las objeciones. Sarmiento no escribió un libro cuyos resultados fueran totalmente imprevistos. Es verdad. La literatura tiene su cuota de misterio y maravilla, pero no es ajena a la racionalidad. Sarmiento, como todo escritor se propuso determinados objetivos al escribir el “Facundo”. No sólo se propuso objetivos, sino que, además, a su manera, planificó los pasos a dar. Hasta este punto el problema parece sencillo. Sarmiento se comporta como todo escritor y actúan en consecuencia.

Pero ocurre que las dificultades renacen cuando nos preguntamos cuáles eran los objetivos de Sarmiento. Polemizar con sus rivales chilenos y argentinos. Puede ser. Presentar un programa de realizaciones alternativo al orden rosista. Tal vez. Indagar sobre la naturaleza de nuestra sociedad y de sus principales protagonistas. Es muy probable.

Sin embargo, como todo buen libro, el “Facundo” tiene otra vuelta de tuerca. Es todo eso pero es siempre algo más. El libro anuncia que va hablar de Facundo, pero en realidad la impugnación central es contra Rosas. El propio Juan Manuel lo admitió en el acto: “El libro que el loco Sarmiento acaba de publicar es lo mejor que se ha escrito en mi contra”, exclamó.

Invoca a Facundo pero habla de Rosas, decíamos. Pero en realidad, para ser más precisos, lo que Sarmiento se propone es develar a través de Quiroga un enigma de la política nacional: ¿Por qué una revolución como la de Mayo, inspirada en los ideales de la libertad, concluyó en una dictadura bárbara como la de Rosas? El interrogante está bien formulado, pero las respuestas pueden ser diversas. Sarmiento elabora diferentes hipótesis. Algo parecido haría un sociólogo o un historiador, con la diferencia que Sarmiento, a la hora de dar sus respuestas, recurre más a los recursos de la ficción que al de las ciencias sociales.

¿Entonces lo que dice es mentira? No es mentira porque la ficción es otro de los caminos para arribar a la verdad. El artista, el creador, no miente, lo que hace es recurrir a las armas de su imaginación o de su fantasía para hallar una verdad que como toda verdad artística es estética, es algo ambigua y en esa esteticidad y ambigüedad reside su belleza y el corazón de su verdad.

Como todo buen libro, lo mas importante del “Facundo”, lo más sugestivo, está en las primeras páginas o, para ser más preciso, en los primeros párrafos. El libro arranca con una parrafada formidable, una parrafada donde la narrativa adquiere un tono o un ritmo poético: “Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubren tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo. Tú posees el secreto ¡Revélalo!”.

No hay una palabra de más o de menos. Ni siquiera una coma o un punto. Todo está donde debe estar: el asombro, la admiración, el interrogante, las exigencias. El “Facundo” se inicia como una oración o un conjuro. Sarmiento le habla a un fantasma y espera que ese fantasma le conteste. Hay un secreto que Facundo posee que debe revelarlo. Pero, además, hay un secreto que Sarmiento admite que él nunca podrá conocerlo por sus propios medios y, por lo tanto, necesita de la colaboración de Facundo para acceder a él.

Esa duda, ese perplejidad, esa impotencia de Sarmiento, ¿no es acaso la de todo intelectual que se propone conocer el “alma popular” y sabe que carece de experiencia para hacerlo? Seguramente el sanjuanino no quiso ir tan lejos en su confesión. Es muy probable que Sarmiento jamás hubiera admitido que él estaba incapacitado para conocer lo que ocurría con el corazón del pueblo. Sin embargo en el libro esta confesión es evidente, porque la condición del verdadero escritor es ir más allá y, en más de un caso, en dirección contraria a sus objetivos concientes.

En las primeras páginas del libro hay un secreto que revelar y un enigma que descifrar. El secreto lo posee Quiroga, el enigma lo expresa Rosas. Y aquí continúan las contradicciones, las inquietantes contradicciones de Sarmiento. Facundo es el héroe romántico por excelencia. Esa carga de vitalidad, poesía, fuerza. Facundo es irracional, peligroso y, a su manera, bello. Imposible captarlo con la razón porque es una fuerza desatada de la naturaleza, de esa naturaleza bárbara que Sarmiento pretende indagar. Facundo es la barbarie pero es también la belleza que esconde esa barbarie. Rosas por su lado parece ser la superación de esa barbarie, su perfección. Si Sarmiento fuera coherente, debería adherir a Juan Manuel de Rosas, como intentó hacerlo Alberdi en 1837, pero Sarmiento no está preocupado por la coherencia, está preocupado por otra cosa.

Siguen las contradicciones. La ciudad es la civilización y el campo es la barbarie. Sin embargo, Córdoba es una ciudad que Sarmiento no le gusta: es tradicional, antigua, oscurantista. El campo es el territorio de las alimañas, del salvajismo, pero esa inmensidad saturada de significados que es la pampa -que dicho sea de paso, para 1845 Sarmiento desconocía- produce personajes entrañables como el rastreador, el cantor, el baqueano, y, por supuesto, el gaucho malo.

Se puede seguir discurriendo sobre el libro porque, como decía al principio, el texto dispone de la facultad de dejar abierta una amplia diversidad de interpretaciones. Sarmiento no simpatiza con Quiroga, pero el escritor concluye fascinado por el personaje. Es extraño. Si le dieran a elegir, el héroe de Sarmiento sería el general José María Paz, pero en su libro Paz es un personaje convencional, algo almidonado y previsible, mientras que Facundo se desborda de vida.

Conclusión. A Sarmiento siempre le interesó más ser político que escritor. Sin embargo era conciente de su don o de sus facultades y siempre supo que “Facundo” fue una obra de inspiración, el producto de un acto creativo y caótico. “Un libro raro”, como él mismo admitió muchos años después.