EDITORIAL

Del poder y la verdad

Como se estima con buenos fundamentos que Cristina Fernández de Kirchner ya ganó las elecciones y será presidenta por cuatro años más, lo que se observa en el panorama político es un reacomodamiento a las nuevas condiciones. En el peronismo es evidente que quienes hasta unos meses se consideraban opositores al actual modelo kirchneristas ahora procuran acercarse al calor del poder. El caso de Felipe Solá es el más emblemático, pero no el único.

El llamado “Peronismo Federal” está perdiendo gravitación y todo hace suponer que dentro de unos meses será una de las tantas siglas políticas que desaparecieron del escenario político. En el peronismo, la llamada cultura política movimientista habilita estas maniobras donde lo que se impone en todas las circunstancias es la relación con el poder.

En la oposición, mientras tanto, cunde la dispersión y la impotencia. Se supone que en las elecciones de octubre las ventajas electorales del oficialismo serán mayores y no se observa en el horizonte un liderazgo capaz de expresar una alternativa real. Al desánimo se suma en este caso la fragmentación partidaria y el corrimiento de algunos de sus dirigentes hacia la platea del oficialismo.

En la Argentina existe la cultura del poder, pero no hay una cultura opositora con cierta consistencia. Se supone que el que gana no sólo percibe beneficios, sino que, además, la razón o la verdad están de su parte. Un opositor no sólo pierde las elecciones sino que ese resultado demuestra su equivocación porque la única verdad es expresada por el poder. En ese contexto se entienden los movimientos de aproximación al foco del poder.

En países con democracias fuertes, estos comportamientos sería mal vistos por razones políticas y éticas. Los laboristas en Gran Bretaña, durante más de una década fueron opositores a Margaret Thatcher y a nadie se le ocurrió dejar de ser laborista en nombre de la realpolitik. Algo parecido puede decirse de los conservadores cuando el laborista Blair accedió al poder y gobernó durante una década.

Lo que vale para el Reino Unido puede hacerse extensivo a España, Francia o Alemania. Pero para no irnos tan lejos, los mismos criterios valen para los dirigentes políticos de Uruguay, Brasil o Chile, países donde la llamada “borocotización” no es concebible porque los sistemas políticos son fuertes y la sanción política y moral a los tránsfugas es muy alta.

Las debilidades de nuestro sistema político obedecen a causas diversas, pero esta relación entre un poder de turno omnipotente y una oposición anémica es una de sus manifestaciones más nocivas. Los motivos que dan lugar a estas situaciones son complejos, pero están relacionados con nuestra singular tradición política en la que el ganador es premiado moralmente y el perdedor es sancionado en inversa proporción.

Cuesta entender al respecto, que ganar una elección puede llegar a ser una virtud política pero no debería ser un criterio de verdad. Sin embargo, en la Argentina éste es el criterio que se ha impuesto, y los resultados están a la vista.