EDITORIAL

La escuela como síntoma

 

La agresión sufrida por el profesor Ricardo Fusco de parte de un alumno y su madre en la provincia de Buenos Aires, adquirió relevancia nacional por el carácter salvaje del ataque. También, porque estos hechos tienden a repetirse cada vez con mayor frecuencia. Fusco es director de un colegio secundario de la localidad de Pergamino y, según se sabe, desde hacía tiempo venía lidiando con la inconducta de un alumno con pésimos antecedentes, que llegó derivado de otra escuela.

Los gremios docentes de la provincia de Buenos Aires han declarado un paro provincial de protesta por lo ocurrido y en solidaridad con el profesor víctima de la agresión.

Ante la gravedad de lo sucedido la medida de fuerza parece justificada, aunque habría que preguntarse si no hubiera sido más efectivo dedicar una hora de clase para analizar con los alumnos lo que está ocurriendo en las escuelas. Incluso podría haberse instrumentado un mecanismo de reuniones con los padres para tratar un fenómeno que rebasa el terreno escolar y, también, el ámbito familiar.

Problemas de esta gravedad, que alcanzan dimensión social, sólo podrán resolverse mediante la participación de todos los actores de la educación, desde la familia a la comunidad educativa, lugar por lugar y escuela por escuela. Las reivindicaciones gremiales se hacen frente a los ministros del ramo, pero la protección de los docentes de las agresiones de adolescentes y jóvenes con problemas de conducta, reclama una reacción de la sociedad en su conjunto.

Cabe preguntarse ¿qué está pasando en las bases de la sociedad para que estos episodios de violencia estallen en las escuelas?. No hay una respuesta única a este interrogante, pero está claro que esta tendencia existe y tiende a acentuarse. La marginalidad suele ser una causa, pero muchos de los agresores no son carecientes. La erosión de los lazos familiares, el desprecio creciente de las instituciones, las frustraciones asociadas con la insatisfacción, son otras causas que operan. De igual modo, debe tenerse en cuenta la creciente anomia social que evapora el respeto hacia el otro y deshace la importancia de las instituciones.

Algunos dirán que estos episodios son graves, pero no alcanzan a configurar una tendencia social. Puede que efectivamente sea así, pero los síntomas son preocupantes y urge dar una respuesta a los docentes en riesgo. Y, respecto del fondo de la cuestión, bucear en las causas del comportamiento de los educandos.

El problema existe y lo único que no se debe hacer es cerrar los ojos e ignorarlo. La sociedad experimenta profundas transformaciones, se producen fraccionamientos peligrosos y se multiplican los conflictos. El espacio escolar los refleja en parte. Por eso hay que estar atentos.

Entre tanto, hay que trabajar el problema en las escuelas con apoyo de especialistas. Convocar a los padres y hacerlos partícipes de la cuestión. Devolver autoridad a los maestros y restituir un efectivo espacio de aprendizaje ya que la buena formación de los alumnos es parte sustancial de la solución.