Crónica política

La reina del sur

“La aparición de esos rostros en la multitud; pétalos de una rosa oscura y húmeda”. Ezra Pound

Rogelio Alaniz

Extraño liderazgo el de la señora. Produce más adhesiones que rechazos, pero los rechazos son más intensos que las adhesiones. A diferencia de otros liderazgos, el amor o el cariño no parecen ser los rasgos más sobresalientes que animan a sus seguidores. Daría la impresión que más que quererla se la acepta. Hay algo de resignación y de utilitarismo en ese gesto. La resignación de aceptar lo evidente; el utilitarismo de adherir a quien ejerce la titularidad del poder, identificando al poder con el éxito.

Carece de la pasión y el carisma de Evita, pero es más culta, progresista y sensible que Isabel. Exhibe una trayectoria militante que ni Eva ni Isabel tuvieron. Esa trayectoria está algo mistificada, algo exagerada, pero existe. Es probable que se haya iniciado políticamente en la universidad, pero es seguro que se consolidó en Santa Cruz. También es probable que a la política la haya descubierto al lado del marido, pero sólo la mala fe o la ceguera pueden desconocer que siempre fue algo más que la esposa de un político ambicioso, que siempre mantuvo con su marido una relación mucho más igualitaria y diferenciada que la que -por ejemplo- mantiene Chiche Duhalde con su marido.

No es una intelectual en el sentido clásico de la palabra, pero dispone de una cultura aceptable que la devalúa un tanto cuando pretende ir más allá de lo que efectivamente es. Puede hablar sin libreto y es capaz de sostener un discurso coherente. No son muchos los políticos que pueden jactarse de lo mismo. Su “relato” está plagado de los lugares comunes de cierto progresismo nac&pop, pero cumple con los objetivos políticos que se propone: instalar en el sentido común una identidad sugestivamente progresista.

Fundó la cultura del atril. Lo hizo con su marido, pero la que ejerce esos atributos es ella. Desde ese lugar baja línea, critica, halaga y hasta se permite algunas humoradas. No es sutil y el sentido del humor nunca es su fuerte, pero no está probado que la sutileza y el humor sean necesarios en un discurso político. Por temperamento o por inseguridad le gusta estar rodeada de incondicionales. Las preguntas y las repreguntas la fastidian porque, entre otras cosas, pueden poner en evidencia sus límites intelectuales. Nobleza obliga, hay que admitir que no es la única política que le teme a los periodistas y desconfía de los intelectuales.

No se le conocen preferencias teóricas importantes. Por lo general procede de manera previsible y a juzgar por lo que dice, sus lecturas no suelen ir más allá de lo que se considera “políticamente correcto”. El lenguaje que emplea revela que es una lectora, pero es ese mismo lenguaje el que revela que sus lecturas preferidas son los best sellers. No está cómoda con los intelectuales, pero está dispuesta a prologarle un libro a Aníbal Fernández, tal vez porque sospeche que en esa relación la intelectual es ella.

Su relación con la cultura permite pensar que se trata de una lectora que se aburriría con Ernesto Laclau o Chantal Mouffe, pero se sentiría muy cómoda con Norberto Galasso, Felipe Piña o Eduardo Galeano.

Sus preferencias literarias tampoco son demasiado exigentes. Es de las mujeres que aceptan a Borges y Cortázar porque queda bien hacerlo, pero se sienten más cómodas con Osvaldo Soriano y, si hubiera vivido cuarenta años antes, habría sido una lectora devota de Silvina Bullrich, sin interrogarse demasiado sobre las posiciones políticas de esa autora.

Para ser leal a su identidad política preferiría el cine nacional al extranjero. La imagino sensibilizándose hasta las lágrimas con “La historia oficial” y disfrutando del “Secreto de sus ojos”. Asimismo el cine de Hugo Santiago la aburriría y películas como “Historias extraordinarias” de Mariano Llinas o “El estudiante” de Santiago Mitre, la harían bostezar y haría esfuerzos sobrehumanos para no quedarse dormida.

Políticamente cree en el poder y aprecia los beneficios de una identidad progresista en esta coyuntura. Familiarizarse con los registros, temas y giros de la cultura “progre” le ha significado un gran esfuerzo, el esfuerzo que representa acceder al conocimiento de un área del saber que se ignora. Por tradición política, por opción de clase y elección de vida, se nota que el progresismo nunca estuvo entre sus preferencias. El curso que ha hecho para adaptarse a la nueva identidad ha sido acelerado y eficaz, pero a cada rato se notan las lagunas, los costurones y los baches. Sólo alguien que en su vida ha sabido de la existencia de una revista como “Crisis”, puede ignorar que Sábat fue el dibujante emblemático de esa cultura. Sólo alguien que toca de oído puede confundir a Napoleón Bonaparte con el sobrino a la hora de identificar conceptualmente esa categoría teórica llamada “bonapartismo”.

Es la única presidente que mantiene intacta su condición de mujer, de mujer seductora. Todas las presidentes que conozco han sacrificado su condición femenina en el altar del poder y la política. La señora no lo ha hecho. Uno puede estar en desacuerdo con todo lo que dice, enojarse por su gestualidad y el tono de su voz, pero lo que nunca se puede negar es que esa persona que habla desde el balcón, el atril o la cadena nacional es una mujer en el sentido más pleno y sensual de la palabra.

Los que la conocen aseguran que sus odios son perdurables, pero que es capaz de querer. La rigidez de sus gestos la distinguió en sus primeros años, pero el aprendizaje del poder le enseñó a apreciar los beneficios políticos de una sonrisa cálida o una palabra de afecto. Quienes participan del cotidiano del poder dicen que por lo general maltrata a sus colaboradores: desde los más modestos a los más empinados. En ese sentido es una señora burguesa acostumbrada a que la servidumbre le obedezca por las buenas o por las malas.

La relación con su marido merece un capítulo aparte. Fueron novios desde muy jóvenes y desde muy jóvenes la política estuvo presente en la relación. Como todo matrimonio de clase media, deben de haber vivido momentos íntimos muy felices, salpicados de enojos y peleas. Lo que importa es que, a diferencia de otras parejas, la de ellos incluyó un proyecto de poder que los condujo a ambos a los más altos cargos políticos de la Nación.

Los comentarios de los vecinos de Río Gallegos son contradictorios al hablar de los Kirchner. Están los que aseguran que lo único que mantenía unida a la pareja era la política. Y están los que afirman lo contrario. No tengo documentos ni testimonios para probar lo que digo, pero me atrevería a afirmar que ella amó a su esposo y que su muerte fue la pérdida íntima más importante de su vida.

Esa muerte, paradójicamente la benefició políticamente, pero sería un error atribuir su ascendiente actual al llamado “efecto luto”. ¿Y entonces? Yo diría que la muerte de Kirchner a ella le permitió ganar espacios de libertad que antes estaban mucho más acotados. Posicionada de otra manera, aceptada por la sociedad a partir de su condición de viuda y disfrutando de una coyuntura económica e internacional excepcionalmente favorable, la señora fue definiendo con el correr de las semanas un modo muy eficaz de representar el escenario del poder.

Ese estilo es el que, a la hora de la licencia verbal, permite hablar de “la reina del sur”. La señora dispone, desde luego, de todos los atributos legítimos del poder, pero el ejercicio práctico del poder y su correspondiente representación simbólica, la han instalado en un sitio que le permite volar por encima de los partidos políticos, los conflictos sociales y las disputas cotidianas del poder.

Muchas cosas ocurren hoy en la sociedad argentina, pero el rasgo distintivo de todos estos acontecinmientos es que ninguno roza la investidura presidencial. Creo que ella eligió ese lugar, pero también creo que se han dado condiciones objetivas para que esto ocurra. En cualquiera de los casos la señora es hoy la presidente que en América latina dispone de más poder, no sólo porque la oposición esté dividida y sea débil, sino porque internamente nadie en el peronismo está en condiciones de discutir con ella en una relación más o menos igualitaria.

La señora reina y gobierna y su pedestal no corre el riesgo de salpicarse con el barro de las miserias de la política. Ese privilegio no lo tuvo Perón y mucho menos Menem. Tampoco lo tuvieron Alfonsín y De la Rúa. Kirchner mismo estuvo mucho más condicionado. Todos tuvieron que lidiar con ministros con personalidad propia, con condiciones internacionales adversas, con partidos políticos opositores fuertes y con corporaciones desestabilizadoras. Ninguno de estos “inconvenientes” perturba el sueño de nuestra reina. ¿Es bueno esto para la Argentina? No lo sé ¿Será el sueño eterno? No lo creo.

La reina del sur

Cristina en escena. foto: el litoral