“Drácula, el musical”, gira 20 años

Los amantes siguen amando

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Candela Cibrián Tapia, la que mayor crecimiento vivió desde que tomó el personaje de Mina Murray; y Juan Rodó, quien explota todos los matices del personaje y saca provecho de la orquesta en vivo.

Ignacio Andrés Amarillo

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Algún día tendría que escribirse un libro sobre “Drácula, el musical”: de cómo una obra surgida de la necesidad, desarrollada a marchas forzadas para llegar a tiempo al estreno, se convirtió en el musical argentino por excelencia.

Y cómo se convirtió en una historia que sigue atrapando a los que ya la vieron y los que la descubren por primera vez; que desarrolló una élite de seguidores que se sabe de memoria los elencos como otros las formaciones históricas de Boca; que logró que muchos usen la versión instrumental de “Soñar hasta enloquecer” en sus casamientos (curiosamente en la obra se usa en un casamiento, pero no es una escena demasiado feliz); y que muchos hayan protestado ante la sola opción de introducir alguna modificación.

Transformaciones

Finalmente, en la puesta del 20º aniversario, Pepe Cibrián Campoy logró introducir algunos cambios, como unos elementos escenográficos renovados (que no salen de gira: bastante es mover ya las portentosas estructuras metálicas que son el corazón del dispositivo escénico) y algunas escenas nuevas (especialmente centradas en el doctor Van Helsing) que estaban en el guión original y fueron por fin estrenadas, sumando unos 20 minutos a la duración (ahora de tres horas, contando el intervalo).

Luego de una temporada en el porteño Teatro Astral, que se prolongó por exigencia del público, finalmente el espectáculo inició su gira nacional, que la trajo al Teatro Municipal con algunos cambios en el elenco principal y con la música en vivo de la orquesta de Ángel Mahler, conjunto de profesionales que incluyó al propio autor como pianista y cuya batuta recayó en su hijo Damián. Realmente un gran punto a favor, por el lucimiento que otorga a la partitura y la interacción orgánica con los cantantes.

Poniendo el cuerpo

La parte más dura la tuvieron Emilio Yapor y Penélope Bahl. Elegidos durante la temporada porteña como los reemplazos de Germán Barceló (Van Helsing) y Luna Pérez Lening (Lucy), los por entonces encargados del Posadero y Ninette debieron hacerse cargo de esos personajes centrales, sin el fogueo que significa tener una temporada encima.

Ambos poseen el alto nivel vocal que Cibrián y Mahler han impuesto para sus elencos. Yapor construye un Van Helsing correcto, con el desafío doble de que el suyo es el personaje más expandido en la puesta: así, se llevó el aplauso en “Yo te desafío” y las escenas agregadas del manicomio de Whitby y aquélla donde cuenta el destino de su familia. Por su parte, Bahl está muy bien desde la interpretación física, aunque quizás le falten un poco de matices en la faz expresiva (el personaje demanda una mezcla de locura y sensualidad). Igual se lleva la ovación por “Tu esclava seré”, uno de los clásicos de la obra.

Desarrollo

Por su lado, Leonel Fransezze y Candela Cibrián Tapia experimentaron un gran crecimiento desde los tiempos del estreno hasta el presente. Afianzado en su Jonathan Harker, Fransezze logra evadir el gran riesgo del personaje: lucir un poco tinterillo (y por consiguiente indigno del amor de Mina). Solvente en lo vocal, se presta al juego de comedia con los posaderos (divertidos Mariano Zito y Diana Amarilla), muy festejado por los presentes.

Por su parte, Cibrián Tapia creció sobremanera en su interpretación de Mina Murray, por si a alguien le parecía que estaba allí como “sobrina de”. La espigada rubia se luce aportando dramatismo, en su canción “Tus sueños donde han ido” y en su mano a mano final con Drácula, una escena de gran intensidad.

Matices

Toca hablar también de los veteranos. Adriana Rolla, sobreviviente de la memorable puesta de 2007, se consolida como la Nani definitiva, llevando su personaje hasta insospechados niveles de perfección. Su interpretación de “Madre tan sólo una vez” justifica su presencia, y su combinación de afinación y llano genuino conmueve hasta a una piedra.

Pocas cosas podríamos decir de Juan Rodó, el Drácula por antonomasia, con su fuerte presencia escénica y su voz penetrante. Más maduro, ha explorado a lo largo de los años la partitura, encontrando diferentes matices en el texto y la melodía. Es quien más saca provecho de la orquesta en vivo (Rolla también, en su momento), pues se permite marcar silencios, respiraciones, pausas y notas sostenidas, permitiendo que el joven director lo “espere” por algunos segundos, especialmente en el “Tema de amor” y “Mi dulce Mina”.

Por supuesto, la magia se completa con el público, que ovacionó cada número, aplaudió a todos los artistas y se puso de pie desde el comienzo del saludo final, es decir, mucho antes de que saluden los protagonistas. Por cierto, estamos hablando de la primera función del sábado: quedaba una segunda, que terminaría casi a las tres de la mañana, y otra el domingo: una exigencia física que sólo la mística de un ser sobrenatural puede resistir.

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Adriana Rolla, sobreviviente de la memorable puesta de 2007, se consolida como la Nani definitiva, llevando su personaje hasta insospechados niveles de perfección. Fotos: Archivo El Litoral