SEÑAL DE AJUSTE

El canto de la cotorra

El canto de la cotorra

Roberto Maurer

Desde hace mucho tiempo se esperaba el momento -del cual apenas nos separaba un hilo dental- y finalmente se produjo: Tinelli presentó un desnudo absoluto. Cuando a Cinthia Fernández, chorreando vino sobre un diván griego su soñador le arrancó lo que restaba, había sido superado un límite. El público ya estaba preparado y desde hace tiempo presentía que era una circunstancia que se estaba aproximando. A fuerza de caño, perreo y strip dance, alguna vez iba a ocurrir. Había impaciencia, deseo y también cierta intranquilidad, ya que no podía imaginar las consecuencias y el día después. Ahora lo sabe: por una cotorra el mundo no se derrumba y sigue andando.

La maldición del voyeur

Las reacciones de la sociedad fueron infantiles, y se corresponden con el nivel del autoerotismo pregenital del público y confirmaron el control machista del espectáculo. Se satisfizo la curiosidad por los genitales propia de los niños, que pudieron conocer la parte íntima que quedaba de Cinthia Fernández, la reina del hilo dental. Masticando el fruto prohibido, el televidente varón experimentó la sorpresa atávica: ¡oh! Cinthia Fernández carece de falo y de su fuerza simbólica. Entonces, se sintió superior. Inmediatamente, lo asaltó la inquietud que acompaña la tenencia de un pene, ya que su ausencia en el otro implica la posibilidad de castración del propio. La escopofilia es a la vez placentera y amenazante, dice Freud: es la maldición de los mirones inmaduros.

El Estado interviene

Simultáneamente, se repetía el fenómeno de la apropiación de la imagen femenina en su función de objeto, disfrazada como deseo de la propia mujer en exhibirse, en un acto de vanidad que ni siquiera puede ser atribuido a Cinthia Fernández, a pesar de que todo indica lo contrario. La cuasi desnudez de su compañero bailarín no entraña igualdad, porque la figura masculina aparece en el rol del dominador con el cual la audiencia puede identificarse.

La presencia de vello púbico, sugestivamente, provocó intensos comentarios del bello público y colegas de la farándula, en una reacción fetichista que los aliviaba de la alternativa de asimilar el tabú televisivo que acababa de quebrarse.

Se conjugó el verbo depilar y la inventiva popular explotó en ejercicios inagotables de sinonimia, desde “alfajor” a “monedero”. Hay voces que desaprueban, un poco por obligación, casi mecánicamente, como si se hubiera profanado un espacio sagrado, en lugar de un programa de diversión prostibularia para la familia.

La Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (ex Comfer) inició un sumario y prometió el “análisis exhaustivo” del video de la entrepierna de Cinthia Fernández para determinar si hubo delito: una responsabilidad del Estado.

“Toy muy hoooot”

Pudo haber existido un daño a la moral o no. En este ambiente de los productos de Tinelli, el desnudo de Fernández es una falta venial, y los mayores perjuicios los sufre el idioma.

Ese día, horas antes, por Twitter la vedette anticipó su propósito: “Q se agarreeeen todos hoy porque toy muy hoooot! A ver el streap dance! Q nos sacaremos?”.

Luego, hubo arrepentimiento: “¡Perdón ni bien me di cuenta me tapé! ¡Pido disculpas de verdad! No sé qué decir. Un beso y vuelvo a pedir disculpas”. Y agregó: “Pido disculpas porque me resbalé en el sillón y se me cayó vino que es alcohol puro en los ojos y no vi para donde me desprendí la bombacha perdón”.

En esos segundos del destape, predominó la sensación de que se había corrido una línea, que al día siguiente no fue aprovechada por Adabel Guerrero, acobardada por las consecuencias posibles del desnudo frontal que había anunciado. Fue un paso atrás en esta batalla que se libra centímetro a centímetro de piel por la conquista del Monte de Venus.

Con el strip dance de Cinthia Fernández, Tinelli presentó un desnudo absoluto. Foto: Gentileza Ideas del Sur